Los libros inundan la habitación, la mesilla de noche, las estanterías del salón, la entrada. Se amontonan uno encima del otro, y se entremezclan entre sí aquellos pendientes por leer y esos que devoraste página a página. La pila de libros para leer ocupa ya media casa mientras te autoengañas diciendo que algún día los leerás. Pero nunca acabas haciéndolo. Solo hace falta la nueva publicación de tu escritor favorito o una visita a una librería para volver a casa con un libro bajo el brazo. Y así es como, poco a poco, casi sin darte cuenta, caes rendido al tsundoku, el síndrome de acumular libros.

Uno compra libros por diversas razones, pero sobre todo con la intención de adentrarse entre sus páginas. A veces no es algo inmediato. Los compras y los guardas con el deseo de acudir a ellos en algún momento, sin saber cuándo. Precisamente es lo que defendía el filósofo Umberto Eco, que acumulaba en su biblioteca nada más y nada menos que 30.000 libros. Como confesó en alguna ocasión, compraba los libros de tres en tres incluso sin haberse terminado los anteriores. "No compro por tenerlos, ni siquiera para leerlos al momento, sino para leerlos en algún momento", reconoció.

Umberto Eco pertenecía a aquellos que padecen tsundoku y tienen su casa con estantes desbordados de libros. O como decía Carlos Ruiz Zafón en La sombra del viento, lleno de almas. "Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él", escribió el autor.

La bibliomanía se refiere a la intención de coleccionar libros, mientras que el tsundoku describe la intención de leerlos

Ya lo dijo el coleccionista de 10.000 libros A. Edward Newton, "hasta cuando la lectura es imposible, la presencia de libros adquiridos produce tal éxtasis que la compra de más libros de los que uno puede leer es nada menos que el afán del alma de extenderse al infinito".

La palabra japonesa que define al acumulador de libros tiene su origen en la era Meiji (1868–1912). Su término proviene de tsunde oku que significa preparar cosas y dejarlas para después, y dokusho, leer libros. De ahí surge la tendencia de acumular libros, que sacaría de sus casillas a la gurú del orden Marie Kondo, que recomienda tener como máximo 30 libros en casa.

Por la misma época surgió la palabra "bibliomanía". Durante un tiempo lo consideraron una enfermedad en la que la persona se obsesionaba con poseer libros, sobre todo de primeras ediciones, y le llevaba a la perdición. Aunque con el tiempo pasaría a ser una "propensión exagerada a acumular libros".

Aunque pueda parecer lo mismo que tsundoku, lo cierto es que hay un matiz que los diferencia. La bibliomanía se refiere a la intención de coleccionar libros, mientras que el tsundoku describe la intención de leerlos.

Muchas veces tenemos ganas de leer, pero a pesar de tener en nuestra propiedad un libro que nos gusta o la última publicación de nuestra saga favorita, los acabamos acumulando en la mesita de noche o en las estanterías y nunca llegamos a leerlos. A veces por simple postergación, otras por pereza.

En España está bien visto acumular libros y poseer una gran biblioteca. Precisamente al visitar una casa en la que no habían estado, muchos se paran frente a sus estanterías admirando los libros que tiene apilados el anfitrión. En Japón, en cambio, relacionan el tsundoku con el síndrome de Diógenes, es decir, el trastorno del comportamiento que se caracteriza por el total abandono personal y social, así como por el aislamiento voluntario en el propio hogar y la acumulación de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos.

La buena noticia es que gracias a los libros electrónicos, no todos se compran libros físicos y algunos los alternan con los digitales dando un respiro a sus estanterías, que descasan tranquilas. Aunque también se puede padecer tsundoku digital, y amontonar en la nube miles y miles de documentos con títulos pendientes por leer.

Y es que llega un punto en el que eres tú o los libros. Los compras con la intención de devorarlos, los llevas a casa, los dejas, y de pronto has perdido la cuenta de cuánto tiempo llevan ahí arrinconados.