"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja".

A veces las palabras pueden teletransportarnos a un lugar o una escena. Recorremos las frases empapándonos de cada expresión, de cada movimiento que realiza el personaje. Es así como, de pronto, las palabras se convierten en imágenes y las imágenes casi en una realidad que crees que puedes tocar con los dedos. Es lo que hace Julio Cortázar en Rayuela, a través de su lenguaje es capaz de llevarnos a ese baile de bocas.

Continúa así la escena: "Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua".

Así que esperó, y oyó unos segundos más el diapasón que acababa de golpear contra una estrella. Luego la besó. Y, al roce de sus labios, ella se abrió como una flor y la encarnación fue completa

El gran Gatsby

Como en las películas, la literatura tiene sus momentos íntimos. Una escena sexual, un beso oculto, tierno o intenso. Precisamente los besos en la gran pantalla siguen haciendo suspirar a sus espectadores. Hay muchos que hemos guardado en nuestra retina y han pasado a la historia como los mejores del cine. Escenas de películas como Lo que el viento se llevóEncadenadosGhost o Pretty Woman

Y no solo en el cine, los clásicos de la literatura también nos ofrecieron momentos de besos inolvidables. No es lo mismo que ver la escena de Desayuno con diamantes en la que, bajo una lluvia torrencial, con Moon River sonando de fondo, los protagonistas se funden en un beso, nunca mejor dicho, de película.

Pero como siempre en la literatura, el autor puede llevarte donde quiera y donde tú estés dispuesto a llegar e imaginar. Describir y transmitir las sensaciones de un beso puede ser complicado, pero como Cortázar en Rayuela, muchos libros guardan grandes escenas.

La ladrona de libros de Markus Zusak narra uno de los besos más tristes de la literatura. “Se inclinó sobre el rostro sin vida y besó en los labios con delicadeza a su mejor amigo, Rudy Steiner. Rudy tenía un sabor dulce y a polvo, sabía a reproche entre las sombras de los árboles y el resplandor de la colección de trajes del anarquista. Lo besó larga y suavemente, y cuando se retiró, le acarició los labios con los dedos. Le temblaban las manos […] No se despidió”

No siempre se recuerdan por las descripciones que utilizan los escritores para narrar las escenas. A veces simplemente son capaces de poner los pelos de punta al lector por lo que significa ese beso para los personajes.

Él inclinó la cabeza por encima de su hombro y la besó, suavemente al principio, y luego con una creciente intensidad que la obligó a cogerse a él como a lo único firme en un loco mundo vacilant

Lo que el viento se llevó

Llámame por tu nombre de André Aciman relata el siguiente beso: "…Me miró fijamente a la cara, como si le encantase y quisiese estudiarla y entretenerse en ella, después me tocó el labio inferior con un dedo y lo dirigió de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, una y otra vez mientras yo permanecía tumbado, viéndole sonreír de tal manera que me hacía temer que pudiera pasar cualquier cosa y no hubiera vuelta atrás, que esa fuera su manera de preguntar y allí estuviera mi oportunidad de negarme o decir algo y ganar tiempo, para así poder debatirlo conmigo mismo, una vez llegado a ese punto. Pero no me quedaba tiempo, pues adosó sus labios a mi boca y me dio un beso cálido, conciliador, perfectamente medido, hasta que me percaté de lo famélico de mi beso. Ojalá supiese calibrar el mío de la forma que lo hacía él. Pero la pasión nos permite esconder más y en aquel instante, en el muro de Monet, si deseaba esconderlo todo sobre mí tras aquel beso también estaba desesperado por olvidarlo perdiéndome en su interior".

F. Scott Fitzgerald narra uno de los besos más sutiles y frágiles de la literatura en El gran Gatsby. "Su corazón latía cada vez más deprisa mientras la cara blanca de Daisy se acercaba a la suya. Sabía que, cuando besara a aquella chica y uniera para siempre sus visiones inexpresables a su aliento perecedero, su mente no volvería jamás a volar como la mente de Dios. Así que esperó, y oyó unos segundos más el diapasón que acababa de golpear contra una estrella. Luego la besó. Y, al roce de sus labios, ella se abrió como una flor y la encarnación fue completa.

Todo lo que dijo, incluido su espantoso sentimentalismo, me recordaba algo: un ritmo esquivo, un fragmento de palabras olvidadas que había oído no sé dónde, hacía mucho. Una frase trató de tomar forma en mi boca y mis labios se abrieron como los de un mudo, como si se les resistiera algo más que un asustado soplo de aire. Pero no emitieron ningún sonido, y lo que había estado a punto de recordar se convirtió en incomunicable para siempre.”

Los besos no entienden de género. Drama, acción, comedia, romántica o incluso de miedo. Tienen cabida en todos ellos. Hay besos que incluso se han interpretado tanto en la literatura como en sus adaptaciones en el cine. Es el caso de Lo que el viento se llevó.

“—Scarlett O’Hara, se ha vuelto usted loca.
Antes de que pudiera ser de nuevo dueña de su imaginación, los brazos de él la rodearon tan fuertemente como aquel día, hacía tanto tiempo, en el oscuro camino de Tara. De nuevo sintió la embestida brutal, el naufragio de su voluntad, la oleada de calor que la dejó inerte. Y el secreto de Ashley Wilkes se borró y desapareció en la nada. Él inclinó la cabeza por encima de su hombro y la besó, suavemente al principio, y luego con una creciente intensidad que la obligó a cogerse a él como a lo único firme en un loco mundo vacilante. La boca insistente de Rhett se apoyaba en los temblorosos labios de Scarlett, haciendo vibrar todos sus nervios, evocando en ella sensaciones que nunca se había creído capaz de sentir. Y antes de que el vértigo se apoderara de ella se dio cuenta de que le estaba devolviendo sus besos.
—Déjeme, por favor, no puedo más —balbuceó, intentando débilmente volver la cabeza.
Pero él la oprimió con fuerza contra su hombro y ella vio como en un sueño el rostro de Rhett; sus ojos muy abiertos lanzaban llamas; el temblor de sus manos la asustó.
—No importa. Eso quiero. Has estado esperando esto durante muchos años. Ninguno de los necios que has conocido te ha besado así, ¿verdad? Tu precioso Charles, o Frank, o tu estúpido Ashley.
—Por favor…
—Digo tu estúpido Ashley. Caballeros todos ellos. ¿Qué saben de mujeres? ¿Cómo habían de comprenderte? Yo sí te comprendo”.