El comisario de Justicia de la UE nos ha vuelto a echar la bronca por lo del CGPJ, y delante del Rey Felipe, que no tiene nada que ver en el asunto pero quizá lo del poder judicial va pareciendo ya por ahí una larga guerra monárquica o al menos un largo cambio de armario monárquico, como el de Carlos III. Felipe VI estuvo en la coronación o bautizo de Carlos III, que parecía un bebé con toda la canastilla; luego se fue al fútbol, con la infanta Sofía, a entregarle al Real Madrid su Copa del Rey, como si le diera una moneda con su cara, y por fin ha terminado recibiendo la bronca que no le correspondía con esa misma cara ceremonial de estar en las monedas o de tomar sopa. Las monarquías se renuevan entre camisones del abuelo, campeonatos con infantita y hasta música de la Champions (la gente confundía Zadock de priest, de Händel, con el himno de la Champions, copiado de ahí). Todo esto, los reyes con patucos, las carrozas de oro y coco, la nueva generación de infantas esportivas, parece que se renueva con más facilidad que el CGPJ. Yo creo que el comisario le mete prisa a la monarquía porque la ve más rápida en su carroza de mármol que a la política en su tanqueta.
No es fácil explicarle al comisario Didier Reynders el asunto, como explicar fuera de Inglaterra que todavía se metan en la cama de su rey los arzobispos con casulla chapada, el Espíritu Santo en forma de bolsa de agua caliente y el orfebre de la familia con lupa y soplete. Al comisario, que viene como con su ancho de vía europeo aquí donde los trenes no caben en los túneles, habría que decirle que la ambigüedad de nuestros padres constituyentes acabó en pillería de González y Guerra, en jueces a pachas o en jueces de cuota, sistema luego aprovechado por todos. Es un sistema, además, fiado a la buena voluntad entre los partidos, porque no hay norma que diga qué pasa si no hay acuerdo. Y si la buena voluntad ya es algo extraño en política, casi tanto como ver a un rey desnudarse entre biombos, como si fuera a parir la propia corona cabezona, más extraño lo es en mitad de esta guerra total en la que el sanchismo usa todos los poderes del Estado y el PP se defiende con la vieja pachorra de Rajoy.
Al comisario, con su cosa de marshall en tierra extraña, habría que contarle que el artículo 122 de la Santa Constitución está redactado con prosa de pregonero y no es ya que dé pie a ambigüedades, sino a absurdos. El apuro o la necesidad llevó a interpretaciones por los pelos o interesadas, incluso del propio Tribunal Constitucional, con contradicciones y agujeros que nadie quiere volver a recordar ni tocar, y que se han salvado hasta ahora porque convenían a todos por turnos. Pero habría que contárselo poco a poco. Primero, haciendo que leyera el apartado 3 del fangoso artículo: “El Consejo General del Poder Judicial estará integrado por el Presidente del Tribunal Supremo, que lo presidirá, y por veinte miembros nombrados por el Rey por un periodo de cinco años. De estos, doce entre Jueces y Magistrados de todas las categorías judiciales, en los términos que establezca la ley orgánica; cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados, y cuatro a propuesta del Senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros, entre abogados y otros juristas…".
Al comisario, con su cosa de marshall en tierra extraña, habría que contarle que el artículo 122 de la Santa Constitución está redactado con prosa de pregonero y no es ya que dé pie a ambigüedades, sino a absurdos"
Al comisario, que leería esto con gafas y distancia de señorita Rottenmeier, le preguntaríamos que quién cree que debe nombrar a esos doce vocales. Y él sin duda diría que, según la redacción, los propios jueces y magistrados. Y al comisario, que no sabe adónde lo llevamos, o sea a la España profunda y negra, le tendríamos que explicar que así fue hasta que Guerra vio que “en los términos que establezca la ley orgánica” podía significar que los eligieran también las Cortes, o sea que al final todos los vocales los elegían los partidos. Lógicamente, eso significaría que, igual que las Cortes, los podrían elegir, si así lo determina la ley orgánica, la Orden de Calatrava o los Mesoneros Mayores de Castilla, y sería igual de constitucional. Pero en estos absurdos es mejor no entrar, no vaya a ser que a Sánchez se le ocurra que los elija el CIS de Tezanos. Lo más importante es que esa interpretación se carga la independencia del poder judicial. Llegado este punto, el comisario pensaría que le tomamos el pelo, que cómo iba a consentir eso el TC. Pues lo consintió, aunque aclarando que los partidos no podían repartirse los vocales según la proporción de los escaños (STC 108/1986). Así ha sido, sin embargo, desde entonces. Y es cuando nuestro comisario empezaría a arrepentirse de haber preguntado, o de querer dar lecciones de justicia y equidad en la tierra del compadreo y la brisca.
El sistema es absurdo y dañino, los apaños son de vergüenza, y sólo la complicidad y el pasteleo del PP y el PSOE han conseguido que esto siga funcionando, o medio funcionando. Hasta que la voluntad de Sánchez de tomar todos los poderes del Estado con mandados y secuaces ha hecho que el PP opte por el filibusterismo, que dicen en USA, u obstruccionismo, que es mejor traducción. La norma es tan mala y las interpretaciones están tan podridas que no hay instrumento legal para obligar al PP y al PSOE, o al PSOE y al resto del Congreso, claro, a que se pongan de acuerdo. Y tiene que venir un comisario con manguitos a reñirle al rey vestido de húsar o de camarero.
El remedio es volver a que los jueces y magistrados del CGJP los elijan los propios jueces y magistrados, como antes de Guerra, que es la recomendación europea. Así, esto dejará de ser una tómbola, los jueces dejarán de estar bajo sospecha y no se nos morirán de un berrinche de señorita Rottenmeier los comisarios europeos que vienen aquí perdidos como Katy Perry en la coronación / bautizo. La renovación antes de la reforma sólo ayuda a que el bucle se mantenga. Y la reforma con Sánchez es sin duda imposible, y con Feijóo ya veremos. Deberíamos decirle al comisario que se rinda, que esto es así aunque no tenga mucho sentido, como los viejos reyes monaguillos a los que entregan el mundo como un juego de escritorio y un surtidito de hojaldres.
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