¡Qué diferentes son las elecciones del 28-M de las que se celebraron hace ahora cuatro años! Entonces, la duda no era quién iba a ganar, sino por cuanto. En las municipales, el PSOE le sacó 1,6 millones de votos al PP, y ganó en la mayoría de la comunidades autónomas en las que se celebraron comicios, exceptuando Madrid, con el colofón de Valencia donde se estableció una coalición de izquierdas que encabezó Ximo Puig.
Ahora, el PSOE se conformaría con un empate en las municipales o bien perder por la mínima (baremo que en Moncloa/Ferraz sitúan en menos de 200.000 votos a favor del PP). Esa pequeña ventaja avalaría las tesis de los fontaneros de Pedro Sánchez, que piensan que, de aquí al mes de diciembre en que se celebrarán elecciones generales, el PSOE tiene tiempo más que de sobra para dar la vuelta al marcador y terminar por encima del PP.
Sánchez sabe que no podrá aspirar a un resultado que le permita gobernar en solitario. El sueño del defenestrado Iván Redondo, que llevó a Sánchez a repetir las elecciones en 2019, era alcanzar los 150 escaños. Hoy nadie -ni siquiera los sanchistas más acérrimos- cree que eso sea posible. El objetivo, por tanto, es repetir un resultado que le permita al presidente reeditar el gobierno de coalición, pero esta vez con Yolanda Díaz como socia preferente, a la que habría que sumar la ristra de partidos-sanguijuela que ya le han acompañado en esta legislatura (ERC, Bildu y PNV).
Creen en Moncloa que el PP se ha equivocado al levantar demasiadas expectativas sobre su triunfo el 28-M y que va a ser muy difícil para Feijóo vender como una victoria lo que no se aproxime al millón de votos. Lo que sería una auténtica machada, ya que, en el caso de que el PP se quedase con la inmensa mayoría de los votantes de Ciudadanos que, en 2019, sumaron nada menos que 1,8 millones, sólo estaría en condiciones de empatar con el PSOE o de superarle por una magra ventaja.
Pero la complejidad de estos comicios permite que los partidos puedan jugar con las bazas que más les convenga para arrimar el ascua a su sardina. Sin duda, tanto para el PSOE como para el PP, la joya de la corona es la Comunidad de Valencia. En 2019, la coalición de izquierdas (PSOE, Compromís, y Unidas Podemos) logró una ventaja de cinco escaños sobre los partidos de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox), pero ahora las encuestas dan un práctico empate. Valencia es la cuarta comunidad de España por PIB y población. Dado que el PP ya gobierna en Andalucía (tercera en PIB y primera en población), y que nadie duda de que podrá mantener Madrid (primera por PIB y tercera en población), si Carlos Mazón lograse gobernar, estaríamos ante un vuelco cualitativo en el mapa autonómico. El PP sigue teniendo como asignaturas pendientes a Cataluña y el País Vasco -donde su presencia es irrelevante-, pero en esos territorios ahora no hay elecciones.
¿Qué consideraría un éxito Sánchez?: empate técnico en municipales, mantener el poder en la Comunidad de Valencia y en la ciudad de Sevilla y ganar en Barcelona
Respecto a las grandes ciudades -y dando por sentado que en Madrid podría gobernar Almeida con el apoyo de Vox- el foco se concentra en Barcelona, Sevilla y Valencia. En la capital catalana el PSOE (PSC) ha puesto toda la carne en el asador. Collboni va en las encuestas por delante de Trías (Junts), pero con un margen muy estrecho. Si gana el candidato socialista, Barcelona podría ser la piedra de toque para la reedición de la sociovergencia: no se puede descartar un pacto del PSC y Junts para gobernar la capital catalana dejando fuera de juego a Colau y a ERC.
En Sevilla, Antonio Muñoz parece que puede mantener la alcaldía para el PSOE, un triunfo con valor simbólico en una comunidad en la que Moreno Bonilla parece no tener rival, de momento.
En tercer lugar, la alcaldía de Valencia también está en el alero, ya que la candidata del PP, María José Catalá, tiene serias opciones a desbancar a Joan Ribó (Compromís).
Aunque tanto en las autonomías como en las ciudades el perfil de los candidatos tiene un peso específico importante (es el caso de Emiliano García Page en Castilla La Mancha), la pugna izquierda/derecha va a determinar en gran medida el voto ciudadano. De hecho, el debate de política nacional ha eclipsado la discusión sobre programas locales o autonómicos. Si Feijóo logra que el PP supere al PSOE en más de medio millón de votos en el cómputo de las municipales, Ayuso gana en Madrid por mayoría absoluta y Mazón logra gobernar en la comunidad valenciana, será el claro vencedor de la noche. Ese es el listón que se han marcado en Génova.
Para Sánchez, perder por menos de 200.000 votos (ganar ya sería un sueño), mantener Valencia y lograr las alcaldías de Barcelona y Sevilla, sería un éxito sin paliativos. No es que las demás autonomías y ciudades donde se celebran elecciones no importen, pero es en Valencia y en las tres capitales antes mencionadas donde se va a decidir el partido.
Nunca antes el presidente y el líder de la oposición se habían involucrado tanto en una campaña de autonómicas y municipales como ahora. Sánchez no sólo ha participado en multitud de mítines, sino que ha convertido el Consejo de Ministros, con sus ofertas semanales, en una sucursal de Ferraz. Feijóo, por su parte, nunca había viajado tanto por España, hasta el punto de confundir Badajoz con Andalucía. El líder del PP se juega su futuro en esta primera vuelta de las generales. Sólo lleva un año al frente del partido, pero sabe que tiene que consolidar su liderazgo y que se le va a juzgar por lo que ocurra el 28-M tanto fuera como dentro de su partido.
¿Qué consideraría Feijóo un éxito?: Ganar por más de medio millón de votos las municipales, recuperar el poder en la Comunidad de Valencia y arrasar en Madrid
Mientras que Sánchez ha impuesto los mensaje de la campaña a sus candidatos, Feijóo ha dado más margen de maniobra a los suyos. Un ejemplo claro de ello es que en Génova para nada hay disgusto respecto de la postura de Ayuso de que habría que ilegalizar a Bildu, en contra de lo que opina el propio Feijóo. El líder del PP -a diferencia de lo que ocurría con Pablo Casado- sabe que a él se le va a juzgar por los resultados, no por el control que ejerza sobre los líderes regionales y locales. Si Ayuso logra con su campaña anti-ETA arañarle unos miles de votos a Vox en Madrid, bienvenidos sean.
El resultado del PP va a estar condicionado por el número de votantes de Ciudadanos que le voten el 28-M. Las encuestas muestran un panorama desolador para el partido naranja, que hace cuatro años logró un gran resultado. De las ciudades importantes, sólo en Madrid podría tener opciones a conseguir algún concejal. La incógnita está en Vox. ¿Hasta qué punto, el partido de Abascal puede aguantar la marea del voto útil, que, en esta ocasión, beneficia claramente al PP?. Para lograr una victoria clara, el partido de Feijóo no sólo necesita atraer a la práctica totalidad de los votantes de Ciudadanos, sino que tiene que cosechar votos a su derecha. Esa será una de las lecturas interesantes en la noche electoral. Probablemente, la polémica sobre las listas de Bildu haya beneficiado más a Vox que al PP.
Si Ciudadanos será uno de los claros perdedores de estas elecciones, otro tanto puede ocurrir con Podemos. El partido fundado por Pablo Iglesias tendrá que demostrar que sirve para algo más que para insultar a los líderes de la derecha (y en ocasiones a los de la izquierda). ¿Será el 28-M la puntilla de Podemos en favor del indefinido proyecto de Yolanda Díaz? ¿Forzarán los resultados a una recomposición del mapa a la izquierda del PSOE con un Podemos integrado como hermano menor y revoltoso en Sumar?
Aunque los políticos son maestros en vender las derrotas como victorias, en esta ocasión las líneas que definirán el éxito y el fracaso están claras. Como también los partidos que, de una u otra forma, pondrán punto final a su corta pero agitada singladura.
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