¿Cómo puede alguien que con 25 años ha conseguido hacerse un hueco en el exigente mundo del arte evitar sentirse como una impostora? Esa es la pregunta a la que trata de responder la artista vallisoletana Celia Gallego en su primer libro, El síndrome de la impostora (Dashbook). Autodidacta y vocacional, Gallego ha cultivado y guardado con mimo su pasión por el arte desde que tiene memoria, a pesar de que su formación académica le haya llevado por otros caminos. Graduada en Periodismo por la Universidad de Valladolid, la joven artista se ha hecho un nombre en el circuito artístico gracias a su pincel, al mismo tiempo que sus habilidades como comunicadora le han permitido dar a conocer su trabajo a audiencias masivas en redes sociales.
La pintora comparte procesos, recomendaciones y reflexiones sobre arte con sus más de 300.000 seguidores en TikTok. "Siempre intento mostrar que se vive bien, eres feliz, pintas y es tu pasión. Pero al final es un trabajo como cualquier otro. El tema es que los artistas trabajamos con los sentimientos, por lo que el desgaste es más sentimental que físico". Respecto a esa quimera que significa "vivir del arte", Gallego reconoce que muchas veces es prácticamente inviable. "No es imposible porque hay meses que vivo plenamente de ello, de repente vendo dos cuadros y con eso tengo para el mes e incluso me sobra algo, pero hay meses que no, es un tira y afloja constante con mucha incertidumbre".
Autodidacta e 'influencer'
La vallisoletana comenzó a explorar las posibilidades de compartir sus trabajos en Internet al ver lo que hacía en Youtube el italiano Marcelo Barengui. "Empecé a grabar speed painting con una cámara digital que tenían mis padres, hasta que un día dije: 'oye, ¿por qué no hablo también de arte?'. Al final leo mucho sobre el tema porque intento suplir las carencias que tengo a falta de una carrera. Pensé que lo que aprendo también puede servir para la gente que tampoco ha estudiado Bellas Artes y le interesa. Al principio se recibió con extrañeza, pero después de más de 10 años en redes, ya no tanto".
Esa extrañeza de la que habla Gallego, producto de su condición de autodidacta, es una de las razones por las que el síndrome de la impostora ha podido acecharla desde sus comienzos. De hecho, cuando desde la editorial francesa Dashbook se pusieron en contacto con ella para escribir un libro, al principio no se lo creía. "Tardé un mes en contestar porque pensé que no iba en serio". Por eso, al verse con libertad para escribir sobre lo que quisiera, decidió indagar precisamente sobre este asunto. "Cuando empiezo a enterarme bien de lo que es el síndrome del impostor, me siento muy identificada".
La pintora reconoce que primero empezó a leer libros de autoayuda sobre el tema, pero afirma que "todos eran vergonzosos", aludiendo directamente a causas tan arbitrarias como el perfeccionismo o la autoexigencia. "Pensé que igual había que tirar más para atrás, empecé a hacer introspección y examen de conciencia, me acordé de que, a dos semanas de selectividad, mi profesora de matemáticas estaba diciendo en qué carrera nos veía a cada uno. A mí me dijo: 'Celia, a ti, como quieres vivir del mundo de la farándula, te veo viviendo en la calle'. En su momento me enfadé, pero con el tiempo me he dado cuenta de que no me entró por un oído y me salió por el otro, esto se me ha quedado dentro. Cada vez que me he sentido de menos, esa frase ha resonado en mi cabeza".
La ausencia de referentes
Las razones personales son fundamentales para entender cada caso, pero también es necesario reconocer las cuestiones sociológicas para llegar al fondo de este fenómeno. La primera vez que se habló del síndrome del impostor fue en 1978, tras los estudios de la psicóloga estadounidense Pauline Clance y su compañera Suzanne Imes. Lo que a Gallego más le llamó la atención al leer sobre esta investigación es que, por lo general, afectaba a más mujeres que hombres. "Conforme pasaron los años, cuando empezaron a hacer más investigaciones, sobre todo por parte de hombres, ellos dijeron que no había diferencias de género, pero no indagaron en las razones para que así fuese. Las mujeres hasta los años 20 no podían estudiar anatomía en escuelas de Bellas Artes, no podían pintar desnudos ni retratos, solo podían pintar en artes menores, naturalezas muertas, bodegones... ¿En serio, me estás diciendo ahora que las artistas que han crecido sin referentes no tienen más razones para sentirse impostoras?".
La pintora recuerda lo mucho que le costó encontrar durante sus primeros años a mujeres artistas. Con el tiempo se dio cuenta que sus vidas habían sido borradas del relato a conciencia. "El canon histórico de Gombrich, que durante tanto tiempo se ha tomado como referencia no incluye ni una mujer, no sale ni Frida Kahlo". Por suerte descubrí en redes sociales a historiadoras del arte como Sara Rubayo o Eugenia Tenenbaum, que se dedican a redescubrir referentes que se han tapado.
Terapia en forma de libro
Celia Gallego asegura que el proceso ha sido como una intensa sesión de terapia. "Me he dado cuenta de que esto no es culpa mía. Una cosa en la que insisten los libros de autoayuda es que es culpa tuya ser así, por lo que es algo que tienes que trabajarte tú mismo, si eres infeliz es porque tú quieres. Pero no, igual es que cuando tenías cinco años, tu padre, tu madre, tu tío, tu abuela, o tu profesor te dijeron que eras una puta mierda de persona y no valías para nada y lo mismo estás así por eso. Los que vamos a terapia, vamos por gente que no ha ido. Al final estamos pagando justos por pecadores".
La artista afirma sentirse un poco menos impostora tras la escritura de este libro, algo con lo que sigue conviviendo, pero que ha conseguido sacarlo para que no aparezca cuando le apetezca.
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