Refugiado del tormentón en Abanto, el director de cine Agustín Díaz Yanes -aficionado de largo, amigo de figuras del toreo e hijo de banderillero- constataba cómo había cambiado la plaza, ya sin vuelta atrás, ya para siempre.
"Olvídese. Todo lo que creía saber hasta ahora de la Feria de San Isidro está a punto de caducar", escribía en modo de previa en El Mundo Juan Diego Madueño el pasado 8 de mayo.
En el transcurso de estas dos semanas de toros en Madrid, ese cambio constatado in situ por el primero y vaticinado por el segundo se observa en las miradas de quienes acuden por primera vez y no entienden nada de a qué viene ese loquero que es Las Ventas, que bufa de mala educación.
Cuando estaba empezando su intento de faena al cuarto de El Pilar, Diego Urdiales se dirigió al 7 directamente con un gesto, una suplicación, de respeto. Tuvo éxito y se apaciguó el cotarro. El torero riojano, sin pretenderlo ni darse coba, ganó por autoridad ese desigual combate, más allá del que de verdad le comprometía delante con dos pitones.
En los 70, a José María Manzanares padre le recibían con desprecio tapándose la cara leyendo el periódico, tal era la inquina contra algunas figuras. Ahora, la cruzada por la integridad del toro, de la Fiesta y la paz en el mundo revienta día sí y al día siguiente también -toreen figuras o menos figuras- lo que sucede en el ruedo, excepto cuando en la tablilla aparecen los 600 kilos, que entonces bajan los decibelios. Bufidos de mala educación.
Todo ello, claro, aderezado con la marea verde de vendedores de copas, libres ya de toda reglamentación. Copas, botes y cucuruchos de almendras, de brazo en brazo, "¡¿tienes cambiooo?!", acribillan los tendidos, con el toro en el ruedo, "¿y éste quién es, Talavante?".
Pero el cambio más profundo, el que apunta a otra educación mala, la que incumbe al conocimiento, salta cuando Pablo Aguado abrocha con la media verónica de la Feria y aquello ruge sin rugir como rugía antes. Ese momento cumbre, inédito en dos semanas, por el se paga de verdad para verlo, tratado cual lance menor.
La plaza ha cambiado, los más feroces se aprovechan y acaparan el protagonismo desde el minuto uno, los neófitos les miran sin comprender nada y la joven afición del terraceo se multiplica sin detenerse en mayores profundidades de la lidia.
Mientras tanto, ya se ha formado una larga cola para entrar a la plaza cuando acaban los de luces. Se encienden otras. Non stop en Las Ventas.
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