La música ya no se escucha. No como antes. Se consume, se vive en los conciertos, se lleva a todas partes y se compra a granel por meses de suscripción, eso sí. Pero somos cada vez menos los que nos ponemos realmente a escuchar, entero, un álbum. Tratar de entender lo que transmite un artista y quedarnos en el intento es un ejercicio del pasado, porque ahora, barbarismos latinos aparte, se entiende todo muy clarito. No vaya a ser que, como la atención está tan disputada, le demos al botón de “siguiente” o cometamos el crimen de escuchar las canciones a 1.5x de su velocidad. Hay quien lo hace.
A mediados de los 90, Luis Merino era director de las emisoras musicales de la SER, y yo un DJ que se pasaba el día hablando de internet. En su despacho, juntos conspirábamos para crear “la radio del futuro”. Así, en el verano de 1996, nos inventamos la primera web de Los 40, y hasta Internight, el primer programa de radio musical que hablaba de esa “marcianada”, como dijo algún otro directivo de la casa. Este pionero fue el primero en poner un CD en la radio, además de profesionalizar el oficio y conseguir cientos de hitos más, que están reflejados en su inevitable libro Cuando la música era redonda (Sílex, 2023).
Pregunta.- Los grandes de décadas pasadas siguen llenando estadios. ¿La música de antes era tan “redonda” como para seguir rodando ahora, décadas después, como una “rolling stone”?
Respuesta.- La música hoy se consume mucho, pero creo que se aprecia muy poco. En los 60 y 70 accedían mentes creativas, muchas porque no podían llegar al cine. En los 80 se produce un gran cambio tecnológico a partir del cual ya cualquiera puede grabar en casa. Un chin chin chin chin, luego ton, ton, ton, ton, ton, ton ton, chin chin, ton ton, y luego perrea, perrea. Ya tienes un éxito, y lo metes tú mismo en tus redes. Claro, hacer éxitos ahora es dificilísimo. Hay tantas redes que la música tiene que pelear por la atención de tu cabeza. Yo escucho elepés. Porque no puedes pasar a la siguiente canción con el dedito, y tienes que oírla entera. Y si la oyes bien, igual te gusta más que si sueles escuchar los 30 primeros segundos. A la tercera vez que lo vuelves a oír, te das cuenta del error que hubieses cometido si llegas a dar con el dedito.
P.- Se dice con frecuencia “aquello sí era música”, pero recuerdo que había cada bodrio que no llegó a nada…
R.- El tiempo es un filtro que depura. Cada semana nos llegaban más de 100 novedades. Al final nos reuníamos para decidir qué hacíamos en la radio con las 12 o 14 que sonaban bien. Las demás se escurrían, se escapaban por debajo. Además, como consumidor de música tenías que pensarte muy bien en qué gastabas el dinero. Ahora por menos de 10 euros escuchas todo lo que hay. Se ha quedado lo importante.
P.- ¿La motivación de amor hacia la música a la hora de escribir este libro es la misma con la que comenzaste presentándote en una radio de Alicante para hacer un programa sobre Beatles?
R.- Estaba estudiando medicina y oía la radio por las noches. El locutor dijo “vamos a escuchar el álbum de grandes éxitos de los Beatles, de portada roja 1962-1966”. Presentó “Love Me Do”, que era la primera de la cara A, pero sonó “A Hard Day's Night”, que era la primera de la cara B. Como sucesivamente iba presentando los temas equivocados, no pude evitar llamar por teléfono a la emisora. Me dijo que era fallo del técnico, pero era mentira, porque él mismo se hacía el control. En 1973, con unos amigos, surgió la oportunidad de hacer un programa de ocho horas sobre The Beatles toda la noche, y ahí estuve yo. Y cuando intenté trabajar en algo para pagarme los estudios, pregunté si era posible hacer un programa y me lo dieron. La radio era muy happy entonces. La idea de hacer el libro es otra cosa, y fue de mis amigos. Me pedían que dejara de poner tanto contenido histórico en las redes sociales y que me pusiera a escribir en serio. Tudi Martín había sido DJ cuando dirigía Los 40 de Valencia y me dijo, “lo que yo daría por escribir tus memorias”. Le dije “si lo dices en serio, mañana te llamo por teléfono”. Yo ya había empezado a vertebrar los contenidos desde mis recuerdos de la radio con Franco vivo y cerrando la emisión con el Himno Nacional, hasta lo más reciente.
P.- No me gusta hablar de “legado”, porque parece que has muerto. Prefiero hablar de “consecuencias” de tu trabajo. ¿Cuánto queda de lo que hiciste desde la radio musical en España?
R.- Poco. Porque han ido desapareciendo las referencias. Ahora hay gente buena, claro que sí, pero faltan las referencias de muchos grandes. No hay un Raúl Matas, con su Discomanía, Constantino Romero, Miki, el de Micky y los Tonys, Pepe Domingo Castaño, Joaquín Luqui, Abellán, o tú mismo. Dicen que yo era muy cruel porque a los disc jockeys les preguntaba “¿presentarías Pasapalabra?”, y si decían que sí, no los quería. Si decían eso, no tenían alma de radio.
P.- ¿Qué le falta y qué le sobra a la radio musical actual?
R.- Le sobran estudios de mercado. Que no manden, porque si es así, que pongan al director financiero. Todo es previsible. A principios de los 2000 los estudios de mercado dijeron que había que hablar menos, y la radio perdió al locutor, la proteína que tenía que marcar su ADN. ¿Y la prescripción? Los estudios de mercado son una herramienta de comprobación. El que se juega el cuello es el director de programas.
P.- Y ahora que ha venido el fenómeno influencer, ¿están los directivos de la radio más preocupados de cuadrar el Excel que de apostar por el talento?
R.- Claro, tienen un problema. Hace poco, hablando con un alto ejecutivo de la radio, se estaban planteando seriamente usar la inteligencia artificial para sustituir al locutor. No puede ser. La radio tiene mucho de arte. La hablada no tiene tantos problemas. La musical juega con ladrillos que no son suyos. El arquitecto es el programador y la argamasa son los disc jockeys. ¿Haces una basura o una catedral? Falta que la radio recupere su esencia, y hacer olvidar el next. Al DJ hay que darle su dimensión para que pueda hacer su magia.
P.- ¿Qué le falta a las plataformas de música?
R.- Les falta radio. Que cuando tú quieras saber más de un disco, no tengas que ir a la Wikipedia. Falta una hoja de créditos en la que aparezcan todos los detalles. La prescripción la hace el algoritmo y los que hacen las playlist, añadiendo un tema sin más. Las discográficas lo saben, y lo usan. Lo que hacíamos era descubrir a Mecano, a Gloria Estefan, a La Oreja de Van Gogh… La radio tiene que volver a sorprender con la música.
P.- Hay cientos de experiencias en tu libro que hablan por sí mismas de la evolución de la música en estas décadas. ¿Hay alguna vivencia que represente todo eso y verías irrepetible ahora?
R.- ¿Cómo se puede pretender resumir casi 50 años de profesión? Solamente te diría que he tenido la suerte de trabajar toda la cadena de valor de la música, menos componer y cantar. He sido DJ, jefe de Programas, ejecutivo discográfico, de management, he llevado compañías de eventos, y eso me ha permitido ver facetas diferentes de la música. Aunque hay momentos clave, como mi primer programa en Valencia, la inauguración del estudio de Los 40 con Paul McCartney… ¿qué más puedo pedir? También recuerdo conseguir que The Beatles vendieran 130.000 discos en una mañana gracias a la colección que hicimos en prensa, haber hecho posible el musical de Los 40, vivir en aviones para acudir a presentaciones internacionales… y los conciertos del 25 y 40 aniversario. Traer a Red Hot Chilli Peppers a tocar al Guggenheim… todo eso sería irrepetible ahora. Hace falta imaginación, y poder.
P.- ¿Has vivido desde dentro el “medio siglo de oro” de la música?
R.- En estas décadas se sentaron las bases de toda la música popular. Hemos tenido la suerte de vivirlo, pero sin darnos cuenta porque el día a día nos apabullaba. Pero cuando miro atrás pienso… ¡qué suerte!
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