"Si lo revelara todo inmediatamente perdería mi inmortalidad [...]. He metido tantos enigmas y rompecabezas en el Ulises que tendré atareados a los profesores durante siglos discutiendo sobre lo que quise decir, y ése es el único modo de asegurarme la inmortalidad", dijo James Joyce (Dublín, Irlanda, 1882-Zúrich, Suiza, 1941) después de publicar la gran novela del siglo XX. Publicada el día de su 40 cumpleaños (2 de febrero de 1922), Joyce escribió un hito en la historia de la literatura universal al nivel de El Quijote de Cervantes o Guerra y paz de Tolstoi.
El misterio de su Ulises sigue siendo hoy en día objeto de numerosas investigaciones, estudios y especulaciones sobre los múltiples significados que conserva en su interior. Lo que no esperaba por entonces Joyce era que sus lectores encontraran otra forma menos críptica, más prosaica, de acercarse al autor y a su obra: su correspondencia. La editorial Páginas de espuma ha publicado, con Diego Garrido (Madrid, 1997) como editor y traductor, la edición más completa de sus cartas en cualquier idioma. Dos tomos de más de 2.000 páginas para conocer de primera mano los hechos que marcaron la vida del irlandés.
Cada 16 de junio (Bloomsday), el eco de aquel encuentro entre Leopold Bloom y Stephen Dedalus resuena como un recordatorio del libro que cambió para siempre el concepto de novela contemporánea. Se sabe que el escritor escogió esa fecha porque fue el día de su primera cita con Nora Barnacle en 1904, el amor de su vida. Una de las ventajas que ofrece tener su correspondencia, es que, a través de sus cartas, podemos conocer cómo fue ese momento previo al enamoramiento, mezcla de nervios e inseguridad que precedió al día que cambiaría su vida para siempre.
Debo de estar ciego. Miré durante largo rato una cabeza de pelo castaño rojizo y decidí que no era la suya. Regresé a casa bastante abatido. Me gustaría concertar una cita, pero puede que no le convenga. Espero que tenga la amabilidad de verme una vez –¡si es que no me ha olvidado! (James Joyce a Nora Barnacle, 15 de junio 1904, Cartas 1900-1920).
Como se puede apreciar, la sinceridad con la que se muestra este joven escritor está libre de cualquier pretensión, capaz de mostrar su vulnerabilidad ante su amada, aún a riesgo de que no saliera bien.
Las cartas masturbatorias
Sin embargo, las cartas que más han trascendido de toda la correspondencia joyciana han sido, por morbo, aquellas que tenían un alto grado de contenido pornográfico. Y es que, cuando el escritor tuvo que volver a Dublín en 1909 para probar suerte y alcanzar su objetivo de vivir de la literatura, su familia se quedó en Trieste, donde vivía desde 1904.
Las cartas pornográficas o masturbatorias les sirvieron tanto a Joyce como a su mujer para amenizar el tiempo que pasaron separados. El autor del Ulises empezó a probar hasta dónde era capaz de llegar su mujer y ambos sobrepasaron los límites del erotismo. Pero la correspondencia de estos días también lo muestran como un hombre que se siente profundamente solo y ve en su mujer la única posibilidad de sentirse comprendido.
Esta noche la vieja fiebre del amor ha comenzado a despertar de nuevo en mí, Soy el cascarón de un hombre: mi alma está en Trieste. Solo tú me conoces y me amas. (James Joyce a Nora Barnacle, 27 de octubre de 1909, Cartas 1900-1920).
La génesis del 'Ulises' y la relación con su hermano Stanislaus
Diego Garrido explica que una de las mejores formas de conocer la génesis del Ulises es precisamente a través de las misivas. Y es que este primer tomo recorre los primeros veinte años del siglo XX, donde la idea de escribir su gran obra va tomando forma, sobre todo a través de las cartas que intercambió con su hermano menor, Stanislaus Joyce.
Pensé en empezar mi historia "Ulises": pero tengo demasiadas preocupaciones en este momento" (James Joyce a Stanislaus Joyce, 13 de noviembre de 1906, Cartas 1900-1920).
A través de las misivas, se puede seguir el proceso de su relación y estancia en la torre de Sandycove, con su amigo de la universidad, Oliver St. John Gogarty (Back Mulligan en Ulises), y cómo este episodio marcó el inicio de la novela.
Stanislaus fue el gran apoyo de James en sus primeros años. Él siempre creyó en el genio de su hermano. Admiraba su capacidad artística, pero también rechazaba los vicios heredados de su padre, como el alcoholismo que acabó dejándolo ciego. Ante todo, fue esa persona que siempre estuvo ahí para él, quien le ayudó económicamente cuando podía e hizo lo imposible porque su hermano triunfara. Pero no por ello su relación fue menos tormentosa, tal y como puede deducirse al leer su extensa correspondencia.
Su relación con la cultura de la época: Ibsen, Yeats, Pound, Zweig...
Al contrario que Proust, el origen de Joyce no era precisamente aristocrático, y por eso sus relaciones con la alta sociedad de la época son tan dispares. En las primeras cartas se puede ver cómo un joven aspirante a artista escribe, desde una profunda y reverencial admiración, a Ibsen con la esperanza de que lo lea. Más adelante, se incluye una misiva del austríaco Stefan Zweig, donde el alabado es el propio Joyce. Sin olvidar el intercambio continuo que mantiene con otros imprescindibles de la cultura del momento como el crítico Ezra Pound, el poeta y dramaturgo William Butler Yeats, la editora Harriet Shaw Weaver, o su agente literario James Brand Pinker.
Garrido cuenta que la dificultad para traducir estas cartas no ha estado tanto en el lenguaje como en la identificación de referencias y personajes a los que se hace alusión. Y es que, aunque esta correspondencia siga manteniendo un valor literario por las firmas que contiene, los lectores pueden por fin acercarse a un escritor despojado de sus artificios, libre del hermetismo con el que siempre quiso protegerse y encontrarse con el Joyce más mortal, gracias al descubrimiento de su celosa intimidad.
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