El PSOE tiene santos como otros partidos tienen guardias civiles o señores notarios. En la Residencia de Estudiantes, con enredaderas de fantasmas, allí donde hacían un Tenorio loco Lorca, Buñuel y la pandilla alucinada, un PSOE entremuerto plantaba flores a sus santos y regaba a sus difuntos de cementerio civil o a sus difuntos vivos, que ahora en el PSOE hay muchos. La Fundación Felipe González (el presidente se ha convertido ya en mecenas rodante) otorgaba el premio Rojana en memoria de Alfredo Pérez Rubalcaba, que se lo suelen dar a un santo local, y yo creo que eran muchas flores, mucha cera, muchos muertos y mucho PSOE caedizo entre la memoria y el precipicio por aquella Colina de los Chopos, que decía Juan Ramón. El premio y el homenaje a Rubalcaba yo creo que eran lo de menos, que si allí estaba casi todo el PSOE, antiguo, nuevo o a punto de caducar, era para convencernos de que no estaban muertos, y de que aún se podía reunir para rezar o consolarse, no para matarse de venganza, de reojo o de indiferencia. Pero yo vi caer de reojo y de indiferencia a medio Gobierno, que parecían bolos de bolera en la primera fila. Aquello era como una boda lorquiana.

El PSOE tiene sus santos, como Rubalcaba, como la ganadora del premio, Paca Sauquillo, que yo creo que inventó la ONG, el activismo y el casco de pelo canoso de soldado humanitario que todavía lleva como un casco de Vespa o de Verdún. Joan Manuel Serrat, que ganó el año pasado el premio, también hacía de santo anunciador, y pasaba como la gorra de santidad entre los presentes (con toda su majestuosidad artística e histórica, Serrat todavía habla como el que va a pasar la gorra tras sus canciones o sus discursos). Estaba Manuela Carmena, con su sonrisa de muñeco de jengibre, y Ángel Gabilondo, santo varón, devuelto de la política a esa burocracia con alas que es ser Defensor del Pueblo. Estos actos que se presentan como humanos aunque sean siempre políticos suelen fichar a gente muy humana o humanizable. Rubalcaba, en los vídeos, parecía un budista azafranado de rosa socialista, que a lo mejor lo era. Pero resultaba difícil olvidar que en la primera fila estaba medio Gobierno agonizando largamente, como se agoniza en un aria de ópera, o que había una mitad del partido que no miraba a la otra o se contenía ante la otra. En esta boda lorquiana, o sea medio boda y medio funeral, se diría que había medio aforo reservado para novios y convidados y otro medio reservado para muertos.

Pedro Sánchez no estaba, que hubiera sido una prueba demasiado dura hacerle posar ante Felipe González, que llegó con un bastón como un rejón de muerte y gafas oscuras de juzgar o de no querer mirar y parecía un patriarca gitano. Pero estaba Félix Bolaños, al que tras el 28-M se le ha quedado una tristeza o una amargura de farola rota por los chiquillos, la farola rota del Gobierno fracasado. Estaba tenso, serio y con un labio siempre temblón o mordido, no sé si como el novio o como el muerto con probabilidad de morir en la boda lorquiana. Yo creo que se siente un poco intruso en todo desde que lo echaron de aquel acto del Dos de Mayo, y teme que en cualquier momento se lo lleve un portero por el sobaco o se lo lleve Pedro Sánchez al exilio sanchista, donde moran Iván Redondo y demás. Todo el Gobierno se ve un poco intruso, más allí, en una primera fila solitaria o arrinconada por la otra primera fila del PSOE como con bocio histórico o melancólico.

Estaba Marlaska, pálido y silencioso como un cowboy pálido y silencioso, y Teresa Ribera, animosa como una dama de honor, y la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, con su sonrisa de grapa puesta, compitiendo con la otra gran sonrisa del día, la de Carmena. Y apareció y luego desapareció Margarita Robles, a la que quizá le surgió una urgencia o quizá no sabía dónde ponerse, si en el lado del Gobierno, a la izquierda del pasillo, o en el otro, a la derecha del pasillo, donde estaban Felipe González, Javier Lambán, que se había sentado a su lado como al lado de Dios Padre, pidiendo asilo o pidiendo un rayo, o Cándido Méndez vestido como de gorrilla. Uno se acordó de esas bodas donde hay que distribuir con cuidado a los invitados teniendo en cuenta los que no se hablan o los que no se pueden ver ni de lejos, y así estaba la cosa mientras sonaba música clásica galante de asesinato palaciego. El lado del Gobierno parecía separado del otro lado por una barrera intangible y electrificada que casi olía a ozono, yo creo que controlada desde las gafas oscuras de González. Por ahí no pasaban los saludos, por ahí no pasaban ni las miradas. Hubiera querido ver la gran escena, casi shakesperiana, de Bolaños saludando a González, pero creo que ese campo de fuerza, o alguna maldición egipcia o gitana les mantuvo alejados y de perfil todo el tiempo. Sólo a Isabel Rodríguez la vi atravesar aquel abismo o aquellas aguas bravas, armada de su sonrisa alicatada y fija, para hacer un paripé que no conseguía derribar aquel muro o aquella distancia, los del partido con el sanchismo.

Sí, allí estaba medio Gobierno, como con traje de época, como con manga de jamón, que ya se les ve de obra de teatro vieja, de duelistas descalabrados o de mausoleo de amates de Teruel. Allí estaba también José Luis Ábalos, que no estaba muerto sino de parranda, en una cuarta fila de desagravio y distancia. Y Patxi López, hablando mucho con las manos y con la barriga, como un Papá Noel del sanchismo. Y Juan Lobato, con gancho entre las niñas, un largo Tenorio en el banquillo de la Comunidad de Madrid. Y, como digo, Javier Lambán, a quienes las cámaras buscaron más que a los ministros, más que a la premiada y más que a Serrat, que daba pena en aquel ambiente tan políticamente tenso, todavía pasando su gorra fondona de artista. Lambán, por cierto, dejó al llegar, ante las cámaras, una alegoría sobre un proyecto de partido asentado sobre la historia, recordando a Rubalcaba y quizá dejando recado a ese proyecto antihistórico, o antiproyecto sin más, que es el sanchismo. Luego, ya digo, se refugió en la nube cana de González, sobrevolando sin mirarlos a todos los ministros.

Fue el PSOE a rezarle a sus santos, aunque el acto estaba lleno de ojeriza de velatorio y roces morbosos

Fue el PSOE a rezarle a sus santos, aunque el acto estaba lleno de ojeriza de velatorio y roces morbosos. Y es verdad que sacaron a Rubalcaba en parihuela y en vídeo, mientras la fila de ministros miraba su imagen como a una aparición amonestadora. “¿Qué pensaría Alfredo?”, dejaba como especie de iluminación moral o artística Gregorio Martínez, presentador de la cosa. A mí me recordó a aquel “qué haría Lubitsch” que dicen que tenía enmarcado Billy Wilder. Según Martínez, Alfredo estaría ahora pensando en los que usan su nombre para hacer daño a su partido, aunque yo creo que recordaría más lo del Gobierno Frankenstein. De todas formas, el día estaba para tiranteces, desencuentros, sobreentendidos y suspicacias, no para encontronazos a muerte, que ya llegarán en su tiempo y en su escenario.

Aquel ambiente de misa socialista parecía prepararlos para la próxima boda de sangre o para el próximo funeral lunero. El PSOE se había ido a la Residencia de Estudiantes a rezar o a regar sus santos, aunque lo que salía de los parterres, me di cuenta, eran grandes hormigas negras y buñuelescas, que parecían ir a comerse al partido por los pies y por la boca.