Nuestro ojo ve a Donald Trump sentado a la mesa de lo que parece el despacho oval, con su gestualidad y su arrogancia habituales, confesando el secreto de su éxito. «¿Alguna vez te has preguntado por qué soy tan popular? Planeé el mayor atraco del siglo y la gente no tiene ni idea» Conociendo al personaje no nos sorprende del todo. Mark Zuckerberg protagoniza un vídeo similar. El fundador de Facebook reconoce con sinceridad desarmante que cada vez que nos comunicamos a través de sus plataformas le pertenecemos un poco más. En otra pantalla, Kim Kardashian presume de haberse hecho asquerosamente rica gracias al robo de datos de miles de millones de personas mediante el proyecto Spectre.

¿Pero qué es ese proyecto que remite al nombre de la icónica organización criminal de las novelas y las películas de James Bond? Pues ni más ni menos que una sofisticada broma orquestada por los artistas Daniel Howe y Bill Posters. Mediante tecnología deepfake lograron reproducir la imagen y los movimientos, y con ello la identidad, de diversas personalidades para denunciar las implicaciones del comercio de datos personales en la era digital.

La acción artística de Howe y Posters se viralizó en Instagram en junio de 2019 y no solo provocó confusión en los usuarios, sino entre los propios responsables de la red social, que tuvieron que admitir que carecían de una política y unos protocolos a la altura de la tecnología disponible para jugar con las percepciones de los usuarios.

La fábrica de mentiras

Este es uno de los proyectos que forman parte de Fake News. La fábrica de mentiras, la exposición que desde el pasado viernes y hasta el 19 de noviembre puede visitarse en Espacio Fundación Telefónica de Madrid. Comisariada por el periodista Mario Tascón y organizada en colaboración la Biblioteca Nacional, la Universidad CEU San Pablo y la Fundación Maldita.es, Fake News pretende abordar el fenómeno, rastrear sus antecedentes históricos y sobre todo hacer reflexionar al espectador sobre sus hábitos de consumo de información y los sesgos que le hacen confiar en unas fuentes más que en otras o creer determinados mensajes.

Porque todo el mundo habla de las fake news. Han pasado a formar parte de la conversación pública desde que las elecciones norteamericanas de 2016 se convirtieron en el primer acontecimiento a gran escala condicionado por las nuevas formas de desinformación. ¿Pero qué son exactamente? ¿Por qué se propagan con tanta rapidez y condicionan nuestras decisiones personales y colectivas, alterando procesos electorales y dinámicas sociales? ¿Qué podemos hacer para combatirlas?

Noticias que no lo son

La exposición ofrece, de manera clínica y didáctica, todas las respuestas, y comienza a hacerlo sin concesiones desde la puerta. Recibe al visitante una gran escalera luminosa que lleva simbólicamente a ningún sitio, sobre la que se definen y distinguen los diversos conceptos que forman parte del fenómeno –descontextualización, propaganda, desinformación, fake news y deepfakes– pero que conviene aislar para comprender mejor el problema. Del mismo modo que un poco más adelante, otra escalera, de nuevo simbólicamente invertida, nos advierte de las claves para fabricar noticias que no lo son, porque no buscan la verdad sino el impacto: convertir todos los temas en viscerales, polarizar, esconder los hechos, inventar problemas y aislar a los receptores en sus cámaras de eco. Para entender esto último basta pensar en esos mensajes reenviados muchas veces que aterrizan diariamente en nuestros móviles, y que son producto de haber estado rebotando frenéticamente contra las pupilas de miles de personas anónimamente unidas por unos prejuicios compartidos.

Porque el origen de las fake news está en nuestra propia naturaleza. El gusto por aprender y la necesidad de formar parte del grupo son dos rasgos esenciales de la evolución humana, que explican nuestro éxito como especie, pero también nuestra disposición a creer lo que nos cuentan por muy desconfiados que seamos. Nuestro cerebro es una máquina eficiente, acostumbrada a tomar atajos cognitivos para resolver las miles de decisiones que debe tomar cada día para garantizar nuestra supervivencia. Una prodigiosa arquitectura mental que a menudo nos lleva a percibir la realidad de manera muy inexacta.

Sesgos cognitivos

Una de las instalaciones de la exposición explora gráficamente los diferentes mecanismos que nos conducen diariamente a tomar como cierto lo que no lo es y a tomar decisiones sesgadas: el falso consenso que nos hace pensar que nuestras opiniones son las mayoritarias, la confirmación de nuestras propias creencias buscando información que se ajuste a ellas, la inclinación a aceptar las instrucciones de la autoridad sin cuestionarlas o la creencia de que los medios influyen más en los demás que en nosotros mismos. Sentarse ante el disco luminoso por el que van desfilando con ejemplos muy reconocibles todos estos sesgos es como mirarse en un espejo. La exploración de uno mismo que resulta de ello es una de las principales virtudes de Fake News, ya que obliga a un primer ejercicio de cuestionamiento constructivo de cómo observamos la realidad y por qué confiamos en lo que vemos, leemos u oímos.

Algo tan viejo como el mundo

La tecnología ha aumentado de manera exponencial las posibilidades de creación y difusión de mentiras interesadas, pero resulta obvio que la falsedad y la manipulación forman parte de la historia del ser humano desde sus orígenes, junto con el bipedismo, la agricultura, la domesticación animal y el dinero. «Las noticias falsas han levantado a las masas. Las noticias falsas, en todas sus formas, han llenado la vida de la humanidad», escribía ya en 1921 el gran historiador francés Marc Bloch en Reflexiones sobre las falsas noticias de la guerra. Un ejercicio intelectual que a buen seguro le sirvió, veinte años después, para entender la locura de la Segunda Guerra Mundial en Europa que desgraciadamente se lo llevó por delante en 1944, cuando la Gestapo le asesinó por pertenecer a la Resistencia francesa.

La exposición ofrece un exhaustivo análisis histórico, desde la Antigüedad a nuestros días, de la evolución de los medios y soportes de la mentira diseñada con fines políticos. Desde la damnatio memoriae romana, que manipulaba sin escrúpulos la reputación de los héroes y emperadores muertos, a las fotografías groseramente modificadas por el estalinismo para borrar a los viejos camaradas caídos en la gran purga. Y pasando, cómo no, por el que quizá sea el primer ejercicio moderno de articulación de fake news a gran escala, que no fue otro que el orquestado por William Randolph Hearst desde el New York Journal para conducir a Estados Unidos a la guerra contra España y precipitar el final del dominio español sobre Cuba y Puerto Rico.

'Memes' de destrucción masiva

En torno a los ejercicios de borrado soviéticos, el fotógrafo español Joan Fontcuberta levantó a finales de los noventa un sugerente proyecto artístico. Sputnik recupera la figura de Ivan Istochnikov, un cosmonauta ruso desaparecido en 1968 en plena pugna con Estados Unidos por la carrera espacial. Tras un lanzamiento fallido, la figura de Istochnikov fue sistemáticamente borrada de los registros y fotografías oficiales. La obra de Fontcuberta presenta gran cantidad de documentación, fruto aparente de una exhaustiva investigación del caso Istochnikov. Incluso los bocetos del traje espacial de la perra Kloka que le acompañaba en el viaje. Pero todo en realidad es una gran mentira. Istochnikov nunca existió, y de hecho el nombre de Ivan Istochnikov es la traducción literal al ruso de Joan Fontcuberta.

Este es uno de los proyectos artísticos –junto a los vídeos de deepfake de Daniel Howe y Bill Posters o la instalación de Francesca Panetta y Halsey Burgund que recrea el discurso que hubiera dado Richard Nixon si la misión a la Luna de 1969 hubiera acabado en tragedia– que ilustran el potencial disolvente de las fake news, multiplicado por el desarrollo de la inteligencia artificial al alcance de la mano, ya no exclusivamente de los poderosos, como antes, sino de cualquiera. La imagen del papa Francisco con un plumas blanco de Balenciaga es uno de los últimos ejemplos virales de lo que puede hacer la mentira de nuevo cuño con nuestras mentes y nuestra sociedad. Que el meme no se convierta en arma de destrucción masiva depende de nuestra capacidad de discernimiento, y Fake News nos ofrece las herramientas para entrenarlo.