A Irene Montero la llevan y la traen como a una muerta, blanda de flores, dura de ojos, seca de manos, pero es una muerta alegre después de todo, como la que se sacrifica en el volcán por la tribu, en medio de la fiesta, las antorchas y las vísceras. O sea que la entrega de los Premios Triángulo uno esperaba ver una Irene Montero viuda y plañidera de sí misma (iba de negro arácnido, elegante y venenoso), pero enseguida vi que había olvidado el terrible veto de esfinge de Yolanda por una especie de fiebre por el karaoke. Mientras cantaba junto a Ángela Rodríguez Pam eso de “para hacer bien el amor hay que venir al sur”, las dos como dos señoras de bingo, dando palmadas de bisutería y destiempo, pensé que las tragedias políticas quizá tampoco son para tanto, que la muerte política a lo mejor no es la muerte, o es incluso es el comienzo de otra vida, puede que mejor.
A Irene Montero, mártir de gira, como si fuera Bárbara Rey, le daban el premio Triángulo Rosa, uno de los Premios Triángulo que otorga COGAM, el colectivo madrileño LGTBI, y uno se acordó de que en España es normal que empiecen a enterrarte con premios, con mármol de aparadorcito antes que con mármol de cementerio. Decía Rubalcaba que aquí enterramos muy bien, y yo pensé que aquel podía ser un entierro simpático, con petardeo, mamarracheo, sentimiento y ese premio triangular que tenía algo de expositor de braguitas, o sea que sonaba a regalo de despedida de la amiga guasona. Si es verdad que se trata de enterrar a Montero, ayer la enterraron con agradecimientos, con coba, con bola de discoteca y con música de “la Tina Turner” (lo decían como Lola Flores, que también la llamaba “la Tina Turner”). O es que Montero, y hasta Pam, no tienen aún ganas de entierro, sino de fiestuqui.
En el teatro Luchana, donde se daban los premios, se había acumulado ese ambiente muy teatral del colectivo, un poco entre burlesque y fantasía astronáutica, un poco autobús de Paco Clavel, un poco autobús de funcionarios y un poco autobús de baloncestistas, un poco pluma sin pluma y un poco pluma con pluma, más alguna china de purpurina y muchos señores como de un activismo de la calva más que otra cosa. Aunque yo me fijaba más en la ironía o los epitafios que dejaban algunos de los títulos de las obras en cartel: Pareja abierta, Doble o nada, No me toques el cuento. Eran como capítulos o moralejas de esa gran aventura que ha sido el imperio de la pareja de Galapagar, o de todo Podemos. Todo parecía que se cerraba simbólicamente y hasta teatralmente allí, que a lo mejor todo terminaba con un chorus line que se fuera desplumando.
En el hall del teatro, con fotocol cartonero, barra de ámbares, lámparas como nidos de bronce y bandera arcoíris con brillos jamaicanos, apareció Reyes Maroto vestida de chicle, y Juan Lobato, que parecía posar con la causa LGTBI como el que posa con un purasangre. Pero es que la causa es posable, la causa es un gran fotocol, la causa es un gran escenario para la gratitud, para las peticiones y para los guantazos, como pude ver después. Se llenaba el fotocol de gente colorida y besucona, que se besaban muy lentamente en una mejilla y luego en otra, como si cada beso fuera un vals, pero Irene tardaba, como las divas. Cuando posó, lo hizo junto a Pam, que iba sonriente y desparramada, y pensé que las dos eran las figuras quijotescas de Igualdad, incluso en lo de la triste figura.
Lo que iba a empezar era como unos Óscar de Chueca, con números de variedades del gremio, chistes de recurso, un maestro de ceremonias que iba con algo entre bata de cola de Drácula y, sobre todo, un sonoro frufrú político
Uno no lo sabía, pero lo que iba a empezar era como unos Óscar de Chueca, con números de variedades del gremio (la música comprometida, aunque sea de drag, suena como a rock cristiano, a catecismo con guitarrita), chistes de recurso, un maestro de ceremonias que iba con algo entre bata de cola de Drácula y bata de cola de Matrix, vídeos de homenaje que salían o no, mucho premio con la lágrima hecha bola y, sobre todo, un sonoro frufrú político que sonaba por entre todo aquel roce de flecos, pelucas, lagrimones y corazones de papel de plata. En realidad aquello no iba a ser un funeral por Montero, ni por Podemos, sino un funeral interior por la causa, por lo que se preveía que sería una era oscura de gobierno pepero. “Los años de gobierno del PP se multiplican por 7, como años de perro”, decían en el escenario. Y dejaban la imagen de Feijóo y Abascal rociando aquello con agua bendita. Y de Ana Rosa Quintana y Pablo Motos como fachas y “nuevos odiadores”. Algún premiado se atrevió a darle caña también a Carmen Calvo y al PSOE, que mete en sus listas a “tránsfobos”. Santi Rivero, diputado del PSOE en la Asamblea de Madrid, y uno de los premiados, casi se echa a llorar recordando que Ayuso tiene mayoría absoluta. Claro que a lo mejor en los premios taurinos también se cuentan chistes de Pablo Iglesias y llaman bolivarianos a los Podemitas.
La causa es política, fundamentalmente política, al menos la causa organizada, así, con evento y con karaoke. Aunque no deje de ser irónico que la “diversidad” requiera, antes que nada, unanimidad ideológica. A mí me dio por pensar en los pobres gais y lesbianas derechones o peperos, que me parecieron de repente como mariquitas de Franco ante estos supuestos defensores de su dignidad y de su libertad. Sí que es irónica la cosa, o evidente, que por algo estaban ahí políticos posando ante las camisetas rosas como ante esculturas de flamencos. Pero Irene, ah, Irene no estaba de entierro, que el luto era por el PP, no por ella. Ella sólo se llevaba agradecimientos, selfis, peloteo y melenazos de Raffaella Carrà. Todos sabíamos ya que, cuando subiera a recoger el premio, la muerta iba a parecer la Meryl Streep de Vallecas. Aún queda mucho espectáculo.
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