Fue el lugar donde el 7 de noviembre de 1659 se firmó el Tratado de los Pirineos con Luis de Haro como representante español y el cardenal Mazarino por el lado francés. No sólo puso fin a la Guerra de los Treinta Años sino que estableció la frontera que todavía hoy nos separa de los franceses. "Viendo el insignificante tamaño de la isla, parece mentira que en ella tuvieran cabida los descomunales circos protocolarios que se organizaron para la firma del tratado y para un posterior encuentro real", explica Kris Ubach en su libro Pirineos, más allá de las montañas (Península) donde recoge lo más desconocido e interesante de nuestro noroeste.
"Se montó un pabellón real organizado por Diego Velázquez y en el que por el lado francés se encontraba ni más ni menos que el Conde D'Artagnan"
Ubach dedica uno de los capítulos a contar la historia de la Isla de los Faisanes, un lugar de apenas 2.000 metros cuadrados que desde 1856 pertenece a España y a Francia, y que desde hace poco más de un siglo ambos países se reparten seis meses al año. Del 31 de enero al 31 de julio es española y el resto del año, francesa. "Se trata de una de las divisiones territoriales más insólitas que salpican el mapa geopolítico mundial. Si queremos ser fieles al vocabulario utilizado por el derecho internacional, se trata de un condominio, es decir, que dos Estados ejercen la soberanía compartida sobre un mismo territorio", añade. Para ser más exactos, el condominio más pequeño del mundo, que se encuentra entre los actuales Irún y Hendaya.
El nombre también es de ambos, una evolución de lo que los vascos llamaron isla de pausu o pauso y que los franceses denominaron como fuassans y después faisans, como se conocía a los campesinos del Priorato de Santiago de Zubernoa que drenaban los juncales y que provocó el nombre actual. "Aunque no tiene faisanes", explica la autora, aunque sí muchísima historia.
No sólo fue el lugar donde se firmó aquella famosa paz. También donde a raíz de ese tratado se entregó a la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, para casarse con Luis XIV. Ella fue la protagonista de uno de los 124 artículos que se firmaron en esta isla para los que se mantuvieron 24 reuniones durante tres meses. En ella no estuvieron presentes los monarcas hasta que supieron que no quedaba un solo cabo suelto. Antes de acudir mandaron construir un pabellón real del que se encargó el mismísimo Diego Velázquez. Por el lado francés se encontraba ni más ni menos que el Conde D'Artagnan, que luego inspiró a Dumas para sus famosos tres mosqueteros.
Pero aún tenían que cruzar. Llegar no era del todo fácil y para que todos los integrantes de las dos comitivas pudieran pasar de las costas hasta este islote se crearon puentes de madera desde ambos lados. Durante las negociaciones y la posterior firma, los ejércitos franceses y españoles custodiaron a sus delegaciones.
Un islote para tratados e intercambios
"La fotografía de aquella ocasión nos ha llegado en forma de pintura al óleo, un lienzo al más puro estilo La Rendición de Breda firmado por Jacques Laumonier, en el que aparecen retratados y convenientemente idealizados los actores del momento. En Entrevue de Louis XIV et de Philippe IV dans l'île des Faisans (1660) se ve a los dos soberanos reverenciándose mutuamente, a los negociadores del tratado y a la pobre hija del monarca español, además de otras damas y prohombres vestidos de gala entre los que se reconoce al pintor sevillano Velázquez, quien murió ese mismo año sin poder ver el final de la película", explica Ubach.
Pero aunque el de los Pirineos fue el tratado más conocido no fue el único que se firmó en esta pequeña isla. En 1722 lo usaron para un nuevo intercambio de princesas. A María Ana Victoria, hija mayor de Felipe V de España, la entregaron para ser desposada con Luis XV de Francia, y Luisa Isabel de Orleans, sobrina nieta de Luis XIV de Francia, para que hiciera lo propio Luis I de España.
Se firmó un acuerdo para evitar más confrontaciones entre pescadores de ambas orillas
Aunque la Isla de los Faisanes fue utilizada para afianzar acuerdos durante estos siglos, no sería hasta 1856, con el Tratado de Bayona, cuando se estipuló que "en reconocimiento a tantos recuerdos históricos de ambas naciones" esta pertenecía tanto a España como a Francia aunque no tal y como es ahora, ya que la soberanía semestral se firmó a principios del siglo XX, cuando oficializaron en un Convenio franco-español que su administración corresponde del 31 de enero al 31 de julio a España y del 1 de agosto al 30 de enero a Francia, una solución que habían estado pidiendo los pescadores porque entre los españoles y los franceses iban de conflicto en conflicto en el río Bidasoa.
Ahora la isla no se puede visitar y de esos 2.000 metros cuadrados que la formaban cuando Felipe IV y Luis XIV corroboraron el gran tratado, se han ido perdiendo algunos año tras año ya que, aunque durante algún tiempo se crearon defensas, ninguno de los dos países ha querido invertir en conservar la isla y la erosión del agua lleva décadas haciendo su trabajo.
Como explica Ubach en su libro, "desde la orilla guipuzcoana solo se aprecian las escolleras y un puñado de árboles, pero la vegetación esconde un monolito conmemorativo que explica muchas cosas". Porque este es el único inquilino en el islote que nos cuenta qué ocurrió y por qué fue tan importante. Se trata de un monolito que refleja que allí se firmó el Tratado de los Pirineos. Del lado que mira a España la leyenda está cincelada en castellano, mientras que del lado opuesto está escrita en francés.
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