En aquella bajera, junto al portal de su casa, Miguel guardaba sus herramientas, las que empleaba como albañil. Habían comenzado a disputar espacio a las otras pasiones de su hijo. La carretilla, el yeso y el cemento compartían techo con la guitarra, la batería, los posters de Héroes del Silencio y, más recientemente, con su maletín, el que había comenzado a emplear en su primer trabajo en la vecina Eibar tras terminar sus estudios. En julio de 1997 aquel rincón se quedó mudo. Bastaron dos tiros en la nuca. ETA acababa de asesinar a Miguel Ángel Blanco en un descampado de Legazpia. La cuenta atrás más angustiosa vivida en la historia reciente de España acababa de cambiar para siempre a la sociedad vasca y española.
La oscuridad, el silencio doloroso y el polvo que deja el tiempo tomaron aquel lugar. Hubo que hacer sitio a la solidaridad dolorosa. Las cartas de apoyo, de abrazos y consuelo con Chelo, Miguel y las dos Mari Mar, su novia y su hermana, continuaron aún mucho tiempo más. En el que terminaría siendo conocido como el garaje de Ermua las bolsas ya no daban abasto, las cajas eran insuficientes y el espacio obligaba a apilarlas. En mayo del año pasado la puerta volvió a abrirse. Allí seguían, muchas de ellas sin abrir, demasiadas como para responder, como para recordar.
Cajas y cajas de lágrimas manuscritas, de dolor, de ira, en ocasiones de deseos de venganza, pero sobre todo, de apoyo y consuelo venidas de todos los lugares imaginables.
Aquello era una muestra viva, la más sentida, la más personal, de una sociedad, del momento en el que la sociedad vasca y española dijo basta ya. La expresión más profunda del pálpito dolorido de un país que gritó enrabietado contra la barbarie. El principio del fin de ETA.
El 25 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco fue la primera vez que la luz volvía a entrar en aquella lonja de Ermua. Días antes de los actos oficiales, Mari Mar y la presidenta de la Fundación Miguel Ángel Blanco, Cristina Cuesta, regresaron al rincón de ensayos de ‘Póker’, el grupo de Miguel, al lugar de trabajo de su padre.
'El garaje de Ermua'
“Fue muy emocionante. Nos abrazos y lloramos. Eran muchos recuerdos”, recuerda Cuesta. Allí estaban sus cosas. Las baterías en las que tocaba, su guitarra, su maletín y todas aquellas cartas que les enviaron. “La familia se fue a Vitoria y luego a Madrid. Había una dificultad emocional de enfrentarse a todo ello. Al mismo tiempo sentíamos la necesidad de agradecer a la sociedad española todo el apoyo recibido. Esos factores dejaron pasar el tiempo. 25 años después, decidimos que había que hacer algo con aquella parte de la historia que teníamos ante nosotros”.
Algunas cajas habían empezado a estropearse por el paso del tiempo. Los materiales, las cartas, dibujos, estaban bien “¡pero habían pasado casi 25 años!”. En una segunda visita, Cuesta, con la ayuda del Ayuntamiento de Ermua, comenzó una labor de recogida que se tradujo en la primera clasificación y numeración de todas aquellas muestras de cariño y apoyo: “Nos salieron 14 cajas de cartas y otros materiales”, señala.
Cartas remitidas directamente a la familia con un simple “Para la Mari Mar Blanco” o remitidas al Ayuntamiento para hacérsela llegar. En ellas los mejores deseos, estampitas de santos u otros elementos con los que mostrar el apoyo a una familia rota. “Abrimos alguna y nos emocionamos mucho. Eran momentos en los que no existían redes sociales ni móviles. La gente escribía a mano, eso tiene ese valor estético añadido, nos comunicábamos por carta, expresábamos los buenos sentimientos escribiendo una carta manuscrita, con la letra de las personas. Es un material muy bonito y emotivo, ahí había mucho cariño”.
“Desde hoy ha comenzado el principio del final del miedo”, reconoce el autor de una de las cartas remitidas desde Galdakao. “Desde el 10 de julio –fecha del inicio del secuestro- he llorado más que en toda mi vida. Mi padre es ertzaina pero ya no tengo miedo”, reza otra de las cartas enviadas desde Sestao. En otra llegada desde Sagunto se anima a la familia a intentar “con todas vuestras fuerzas a volver a vivir y sonreír algún día porque será lo único que nos hará reír y sonreír a los demás”.
Archivo y digitalización
Cuesta asegura que aquellas cajas repletas de buenos sentimientos acompañaron a los padres de Miguel Ángel Blanco muchos años. Ahí seguían como una deuda pendiente por agradecer a la sociedad y que siempre les interpeló. “Chelo y Miguel siempre tenían en su cabeza qué hacer con ellas. La primera idea era responder una a una pero vieron que era muy complicado. Aquello les desbordó por completo”. En la primavera de 2020, con un margen de apenas 20 días, primero Miguel y después Chelo, fallecieron.
El recuerdo de lo que ETA les obligó a vivir a ellos y al conjunto de la sociedad quedará ya para siempre en la retina y la historia de este país. La Universidad de Navarra será la responsable de guardar todo este material, de documentarlo, digitalizarlo y conservarlo para la memoria. En septiembre del año pasado se firmó el acuerdo para que el Archivo General del centro académico lo conservara: “Marí Mar vino a la Universidad y tras mantener un encuentro con los alumnos le enseñamos nuestro archivo y la labor que hacemos. Le trasladamos que estábamos dispuestos a recibir todo ese material y que lo investigara nuestro grupo de investigadores”, recuerda María Jiménez, responsable de la investigación.
Cuando miramos esos días sabemos que la historia cambió y esas cartas reflejan el cambio a un nivel microscópico
Las cajas llegaron a la Universidad de Navarra directamente del ‘garaje de Ermua’ tras la firma de un acuerdo de cesión con la Fundación Miguel Ángel Blanco. Allí estaban las cartas que hasta meses después del asesinato del concejal de Ermua les siguieron llegando, “la mayoría están cerradas, la familia nunca se sintió con fuerzas para abrirlas, cartas la mayor parte de España pero muchas de ellas enviadas desde el extranjero”, apunta Jiménez. Entre las misivas, libros de firmas y telegramas, también se habían guardado otros elementos como los calendarios de ‘Héroes del Silencio’ que guardaba Miguel Ángel, algunos apuntes de su época de estudiante, partituras, su maletín personal… ”.
La clasificación del material comienza ahora. En una primera clasificación la Universidad ha almacenado 22 cajas con cartas procedentes de España y otras dos del extranjero. Se trata de material que en la mayor parte corresponde a misivas enviadas por particulares, familias, niños y en otros muchos casos por instituciones públicas, parroquias, colegios, asociaciones. “Vamos a digitalizarlo todo. El mayor interés recae en las cartas. Cuando miramos esos días sabemos que la historia cambió y esas cartas reflejan el cambio a un nivel microscópico, el cambio personal de cada uno de los ciudadanos que escriben. Es un ejemplo de cómo el asesinato de una persona desconocida para ellos cambió su visión del terrorismo y de la violencia de las últimas décadas”.
Transformación íntima ante el terrorismo
El grupo de investigación Narrativa, violencia y Memoria de la Universidad de Navarra, dirigido por María Jiménez, será el encargado de llevar a cabo la labor de análisis y estudio de todo el material. Lo hará con el objetivo de aportar una nueva perspectiva al estudio de lo ocurrido en aquellos días de julio de 1997 que cambiaron la historia de la lucha contra ETA: “Cuando pensamos en Miguel Ángel Blanco pensamos en las grandes manifestaciones, las portadas, las vigilias, los actos multitudinarios… y aquí lo que vemos es la perspectiva personal, el cambio que provocó en las personas. Un cambio individual gestado en lo más profundo de cada uno, ese es el valor de este material”. Se confía en poder tener digitalizado y catalogado todo el legado cedido por la Fundación a finales de este año y que más adelante se pueda exponer al público.
Jiménez asegura que en las cartas en la mayoría de los casos se trasladaba el apoyo a la familia Blanco Garrido de modo muy personal: “Hay una parte de identificación muy fuerte entre quien escribe la carta y la familia. La persona que escribe traslada que siente el dolor de esa familia como propio, contándoles su propia historia ‘pues yo también he perdido a mi padre o a mi hijo, aunque no es lo mismo, pero me puedo imaginar el dolor que estáis pasando… esa idea se repite mucho”.
Afirma que otro elemento interesante de las cartas es que, de algún modo, describen cómo se produjo la transformación en el modo de enfrentarse al terrorismo que se vivió aquel verano: “En realidad, cuando decimos que la percepción del terrorismo cambió se debe plasmar en el cambio de cada uno de nosotros. Hay mucha gente que les traslada que hasta entonces habían vivido el terrorismo como algo ajeno que no iba con ellos y que ahora se daban cuenta de que sí es algo que les interpela directamente”.
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