“Arrastrando los pies bajo el fuerte sol de una mañana de junio, acabábamos de limpiar el campo de minas. Veinte minutos después me pillaron. Un oficial alemán me detuvo. En aquel instante llegó una Volkswagen. Difícilmente habría fallado en reconocer a Rommel. Difícilmente habría podido creer que, apenas unos años después, su mujer me habría estado contando la historia de su asesinato”.
A medio camino entre el ensayo y la novela, el mito del general nazi Erwin Rommel (1891-1944) empieza así, en 1950, cuando el ex soldado Desmond Young publicó Rommel, el Zorro del desierto.
Un libro que se convirtió en una película dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por James Mason. Fue el primer intento de limpiar frente a la opinión pública occidental el historial del estratega de la ocupación nazi de Europa, de la campaña de África y del fallido intento de impedir el desembarco de Normandía.
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Tres años más tardes otro británico, B. H. Liddell Hart, publicaba los Rommel papers, los Papeles de Rommel. Fragmentos de anotaciones, cartas y diarios personales del que fue uno de los más temibles adversarios de los ejércitos aliados. “Ningún otro general en toda la II Guerra Mundial ha ganado tantas batallas en escenarios tan diferentes. La talla excepcional de sus numeroso éxitos que se lograron en condiciones de inferioridad y sin la ayuda de la aviación”. Con elogios parecidos, Liddell Hart ensalzaba su sentido de la decencia, su comportamiento hacia los prisioneros y la compostura de sus tropas.
En 1944, cuando los nazis estaban a punto de perder la guerra, Rommel tuvo un papel relevante en el intento de golpe de estado del 20 julio. Después de haber servido fielmente las directrices de Hitler, su mejor general le había traicionado. Los detalles del plan nunca fueron esclarecidos, pero todos los rebeldes fueron ajusticiados. El mismo Rommel fue obligado a suicidarse. Su participación en el golpe sirvió a los aliados para rescatar, por lo menos en parte, al general nazi más adorado por los alemanes.
Sin embargo, el mito de Rommel está siendo revisado por nuevas investigaciones. Para el historiador James Holland, del que acaba de publicarse en España El auge de Alemania (Argumentaria), la figura de Rommel ha sido muy exagerada con respecto a la realidad. “Fue un buen comandante pero no tan bueno como se le representa. Sobre todo en la campaña de África, que le valió la reputación de Zorro del desierto, cometió muchos errores”.
En El auge de Alemania, el primer volumen de una trilogía que abarca todo el conflicto mundial, Holland sostiene que acertó en algunas batallas pero falló del todo en elaborar una estrategia para derrotar el ejército británico. El ejemplo más evidente es la batalla de Bengasi y Tobruk, en Libia en 1941, cuando volvió a utilizar el Blitzkrieg, la guerra relámpago que le había permitido someter en pocos meses Polonia, Austria, Francia y los Países Bajos. “Rommel consiguió avanzar a pesar de que sus líneas de suministro, que partían de Trípoli, eran cada vez más largas”, señala el historiador. Una falta de suministros que con el tiempo condenará finalmente a los alemanes a la derrota en el frente africano.
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