Lo primero que dijo Quim Torra es que él no debería estar allí, en esa investidura, una investidura a deshora, mal dormida, rara como un sábado con colegio. En realidad, no estaba. O no importaba mucho si estaba o no, si era un sereno o un bedel o un paje de Rey Mago. Todos estaban escuchando, en realidad, a Puigdemont hablando como con voz de Monchito a través del corpachón de tuba de banda municipal de Torra, una cosa a la vez ridícula y terrorífica, como los muñecos embrujados.
Hace mucho que el Parlament (su significado, su misión, sus paseantes) ha encogido su tamaño institucional para entrar en el cuarto de un niño, el niño Puigdemont, un niño rico de caoba como rico de chocolate. El Parlament es su cuarto o su pequeño circo de cumpleaños de niño caprichoso. Torra estaba allí como podría haber estado un elefante vestido de bailarina. El niño caprichoso y rico que es Puigdemont quiere espectáculo, fiesta, atención, envidia, alarde, así que el payasete cargante que puede ser él ha enviado al mimo odioso que puede ser Torra, sólo para divertirse en su día, poniendo al personal de los nervios.
Puigdemont ha buscado a Torra entre todos los soldaditos de plomo y todos los monitos con platillo y todos los arlequines musicales y todos los dinosaurios de trapo que había en su cajón de juguetes, hasta encontrar el peluche que dé más miedo y desconcierto. Un devoto de la causa y del betún a Puigdemont, que además viene con un historial de supremacismo orondo que era como llegar a la tribuna sólo con gabardina, dando esa grima que tiene el roce directo de la sudada piel ideológica con la leve tela institucional.
Torra hasta se dirigió en inglés a Juncker, un poco como si fuera Paco Martínez Soria. Su nacionalismo con escoba ideológica sigue siendo todo lo contrario a Europa
Todo esto lo ha hecho Puigdemont para provocar, por supuesto. Puigdemont, el gran provocador, ha sacado a su conejo diabólico, como aquel niño de En los límites de la realidad, para epatar de una manera aún más espantosa y siniestra. Así que el discurso y, en general, toda la pose de Torra fueron una provocación como de Jessica Rabbit dada la vuelta, pero compartiendo lo infantil, lo chocante y lo pornográfico. En Cataluña, la política es otra forma de food porn.
Torra tiró un poco del menú del día y habló, como no podía ser de otra manera, del déficit democrático, de ese Estado español tirando a turco, de los presos políticos como el mismo Piolín secuestrado, de la carta de maestra de la ONU, y por ahí. Todas las falacias del surtido de galletas de la abuela. Más que ninguna, la falacia que se llama del “hombre de paja”, muy graciosa cuando la utiliza un verdadero hombre de paja, y que a lo mejor a él le suena más a lata, como cuando decía “democracia” y la palabra le resonaba ruidosamente a estómago vacío de eso mismo.
Pero Torra, con esa alegría de ir con las vergüenzas colgando, manifestó sobre todo la voluntad de Puigdemont de mantener el conflicto. En todos sus frentes y en toda su dimensión. Esa promesa de su estado independiente, esa construcción de la república con la que se comprometió Torra, esa república más masticada que pronunciada, puede parecer una frase de frontispicio, vaga o verbenera. Pero tendrá consecuencias prácticas, directas y afiladas. Y es que se trata de construir resistencia desde lo público y lo institucional, bordeando o distrayendo a la ley en lo que se pueda. Desde ese búnker institucional se lanzarán pedraditas al Estado con mucha más facilidad y efectividad que desde el castillo hinchable de Waterloo o la plazuela wagneriana de Berlín.
De momento, una como comisión de supertacañones revisará las consecuencias del 155 para sacar ratas y roñas. También se relanzará la internacionalización del conflicto. Torra hasta se dirigió en inglés a Juncker, un poco como si fuera Paco Martínez Soria. Su nacionalismo con escoba ideológica sigue siendo todo lo contrario a Europa, pero ellos insisten en hacer esta como política histórica de estufita. Un poco de repelús, en este sentido, dio la referencia de Torra a ciertos valores propios del pueblo catalán, una cosa tan joseantoniana como el correaje que se le transparenta igual que una braga. Por supuesto, otra manera de mantener el conflicto será la movilización de la calle, del pueblo, al que se refirió también un poco joseantonianamente, siempre con cualidades vigorosas de voluntad y pureza. Sí, suena como suena. Es lo que es. Pretende lo que pretende. “Se les ha caído la careta”, que dijo Inés Arrimadas cuando leyó no solo tuits, sino artículos de Torra tecleados con paso de la oca.
Torra, en fin, asusta porque es lo que intenta. Su república, su estado independiente, podemos pensar que sólo se mueve en lo simbólico. Podemos argumentar que están intentando seducir a los de la CUP con su propio peinado. Y que siempre llegará antes Estremera que la independencia. Pero lo peligroso serán los hechos, las acciones, las barbaridades que se usarán y que se sufrirán para defender ese simbolismo. Conflicto es lo que quiere el niño Puigdemont. Y es lo que nos ha demostrado enviando a su matón Torra. Conflicto para que el Estado se rinda por cansancio o asco. Cosa que no ocurrirá. Pero no va a cambiar ahora Puigdemont su juguete favorito.
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