Mariano Rajoy recibirá en los próximos días al presidente de la Generalitat. Quiere dar apariencia de normalidad institucional con un encuentro del que ni él ni Quim Torra esperan nada.
Es lo que toca: hacer el paripé. Que nadie pueda decir que no se ha hecho el esfuerzo de escuchar. En realidad, lo que busca el presidente es ganar tiempo.
La sensación que existe en Moncloa es un tanto contradictoria. Por un lado, de espanto, ante un personaje cuya trayectoria le sitúa en el ala más fundamentalista del nacionalismo; por otro, de cierto regocijo: sus textos, abiertamente xenófobos, facilitan la tarea de buscar aliados tanto dentro como fuera de España ante la ofensiva que nos espera.
Con Torra se consuma el fin del nacionalismo posibilista, ruptura que comenzó con su predecesor y guía, Carles Puigdemont. Mientras que Artur Mas fue la continuación lógica del pujolismo, un político de carcasa tecnocrática para el que la amenaza de la secesión no era más que la forma de obtener concesiones que el estado no estaba dispuesto a ofrecer de otra forma, Puigdemont es un independentista auténtico, nada práctico, pero imbuido de férreas convicciones.
Torra va un paso más allá. Es tan independentista como Puigdemont pero sin una pizca de su liderazgo
Torra va un paso más allá. Es tan independentista como Puigdemont pero sin una pizca de su liderazgo. Ha sumido su papel de un soldado fiel, cuya máxima virtud no es otra que la lealtad, su capacidad para obedecer. Y eso le hace mucho más peligroso. Se suicidará políticamente si Puigdemont se lo pide.
Entenderse con políticos de esas características es complicado. Con Pujol o Mas se podía llegar a zonas de encuentro. González, Aznar, Zapatero y Rajoy sabían que nunca llegarían a plantear una situación que supusiera la ruptura definitiva. Los secretos inconfesables de Pujol eran el mejor freno para sus aspiraciones secesionistas.
El gobierno quiere medir los pasos a dar, que sea el presidente de la Generalitat el que lleve la iniciativa y dejar que los Mossos se ocupen del orden público
Puigdemont, sin embargo, fue el producto de un imprevisto. Un accidente con el que nadie contaba. El resultado de una imposición de la CUP. Sólo los que le conocían bien supieron entonces pronosticar que la política catalana iba a dar un giro de ciento ochenta grados. Puigdemont es fruto de 30 años de dominio nacionalista en Cataluña. Un producto perfecto de independentista irredento, resultado de las ayudas públicas, del aislamiento intelectual, de la creencia en una historia recreada, de un indisimulado complejo de superioridad.
Torra va un paso más allá. El nuevo presidente de la Generalitat ni siquiera quiere pasar a la historia como el hombre que hizo posible la independencia. Su misión es mucho más modesta: se conformaría con ser el hombre que propició la vuelta de su mentor.
La misión de Torra es mucho más modesta: se conformaría con ser el hombre que propició la vuelta de su mentor
Con Mas era posible encontrar interlocutores en el sector empresarial y financiero. El propio Mas fue durante una época el intermediario con Puigdemont. Con Torra el gobierno no tiene forma de conectar. Está fuera de la realidad concebible para un político como Rajoy ¡Pero si hasta presume de que su familia está apuntada a los CDR!
¿Qué hacer entonces con "un marciano" -así le califica un ministro- como el que ha aterrizado en el Palau de la Generalitat?
Las recetas no pueden ser más del gusto de Rajoy:
1º Pacto con PSOE y Ciudadanos.
2º Cuidar las formas y levantar el 155 para dar cumplimiento a lo establecido en la resolución aprobada por el Senado y en los acuerdos con el PNV para la aprobación de los presupuestos.
3º Dejar que la iniciativa la lleve en todo momento el presidente de la Generalitat.
4º No caer en los errores del 1-0. Dejar siempre en manos de los Mossos el mantenimiento del orden público.
5º Activar una campaña europea de concienciación.
Una fuente cercana al gobierno concluye: "El gobierno ya ha demostrado que puede aplicar el 155 si es necesario. Lo que no podemos es hacerle el juego al independentismo: cada paso será medido, acordado, justificado. Es tan importante mantener la legalidad en Cataluña como no dar argumentos al victimismo. Así que, ahora toca dejarle la iniciativa al presidente de la Generalitat".
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