Esto que les cuento no va a pasar. Pero estamos en mitad del verano, acabamos de terminar la campaña electoral más larga de la historia... y me puedo permitir el lujo de imaginar algo que, si sucediera, no estaría nada mal.

La historia viene a cuento porque todos, yo el primero, damos por hecho que lo que terminaría de una vez con la inestabilidad política sería que se formara un gobierno de coalición. Sí, como ha sucedido otras veces en Alemania. Que el PSOE y el PP se pusieran de acuerdo y tuviéramos un ejecutivo apoyado por 258 diputados. Mayoría super absoluta ante la que los independentistas, podemitas y voxeros no tendrían nada que hacer, ni que chantajear.

Dicen que en la noche electoral, Pedro Sánchez le envió un whatsapp a Núñez Feijóo, no para felicitarle por su triunfo electoral, sino para proponerle una cita. Algo como: "Hola, Alberto. Yo creo que deberíamos vernos".

Pues bien, tomemos que Alberto (Ñúñez Feijóo) recoge el guante y, a la vuelta de su viaje a Santiago -él me dijo al comienzo de la campaña que creía tener el apoyo del Apóstol, pero el 23-J seguro que estaba liado con otra cosa- coge el teléfono y marca el número de Pedro (Sánchez).

Tras los formalismos de rigor, acuerdan quedar en un sitio discreto y neutral, una terraza a las afueras de Madrid, antes de marcharse cada uno de vacaciones.

Una reunión a las afueras de Madrid en las que una luz comienza a verse al final del túnel (esto es sólo una ficción)

Pedro viste la terna veraniega que le queda tan bien, pantalones y camisa vaquera. Alberto, un poco más formal, camisa blanca y pantalones chinos azul marino comprados en Zara.

Es por la tarde y el sol comienza a ponerse en el horizonte de la sierra madrileña.

Alberto rompe el hielo:

-Has aguantado bastante bien. Ni tú te creías lo de los 122 escaños.

-Me distéis por muerto demasiado pronto. Yo no doy nunca un partido por perdido, menos unas elecciones...

Un atildado camarero se acerca, a su alrededor las mesas están vacías, los servicios de seguridad se han encargado de que no haya cerca curiosos o tipos molestos de esos que gritan: "¡Que te vote Txapote!"

Piden una cerveza (de barril).

-Bueno, qué vas a hacer este verano...

-Iremos unos días a Doñana.

-¿En el Falcon? -Pedro le mira molesto-. Perdona, era una broma.

-¿Y tú? ¿Irás a Galicia? A darle las gracias a Santiago, ¿no? Perdona, te la tenía que devolver.

-¿No crees que deberíamos pensar en ver si, de alguna forma, pudiéramos hacer algo para salir de esta situación? Yo no voy a poder sumar 176 escaños. Y tú vas a tener que depender de Puigdemont. ¡Manda carallo!

-Alberto, no me jodas. Yo creía que tenías algo más serio que proponerme. Mi lema es, ya sabes: "No es no". Con eso gané las primarias en mi partido y luego, aquí me tienes, cinco años ya de presidente de Gobierno.

El argumento, esperado por otra parte, deja a Alberto mirando al horizonte, viendo como se oculta el sol dejando un halo púrpura en el cielo.

-Estoy dispuesto a buscar fórmulas. Incluso a que pudiéramos compartir la presidencia. Dos años yo, otros dos tú. La mitad del gobierno, la propongo yo; la otra, la pones tú. Un programa pactado y hecho con luz y taquígrafos. Pero, vamos, estoy dispuesto a que tú me digas cómo te gustaría que lo hiciéramos.

-La campaña te ha sentado mal. Yo te tengo cierto aprecio. Pero después de la matraca contra el sanchismo, ¿tú me ves a mi diciendo eso de pelillos a la mar? Vamos, los míos me matan.

-¿Y el ejemplo que daríamos al país? ¿Tú crees que yo no tendría enemigos en mi casa?. ¿Qué crees que diría Isabel? No te digo nada algunos medios: 'otra vez la derechita cobarde'. En fin, que a mí me pondrían a caer de un burro.

El camarero se acerca: "¿Otra caña? ¿Quieren otra cosa?"

-Sí, pero la mía ahora sin alcohol.

-A mi un agua mineral.

El camarero se aleja pensando para sí: "Con lo que han pedido, estos no llegan a nada".

-¿No te das cuenta de que lo que pasa es absurdo? Tú y yo aquí, tomándonos una cerveza en una terraza, como hace casi todo el mundo y, sin embargo, somos incapaces de ponernos de pactar, cuando lo que la mayoría del país desearía es que nos pusiéramos de acuerdo.

-No niego que vengas de buena fe, Alberto. Y te lo agradezco. Pero estamos muy lejos, ideológicamente, me refiero. En las antípodas. Tendríamos mucho desgaste y la cosa acabaría mal. Tú defendiendo a los empresarios, yo a los trabajadores...

-¿Prefieres tener como socios a los de Bildu o a los de Junts? Eso si que es fuerte. ¿No me digas que conmigo en el gobierno no dormirías tranquilo?

Pedro se ríe, parece más relajado.

-Somníferos tendría que tomar todos los días.

-¿Entonces, nada? No ves ni una sola posibilidad de que nos pongamos de acuerdo.

-¡Alberto, no me lo pongas difícil! Lo has intentado. Pero es que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

Pedro se levanta de su asiento y hace un gesto al camarero.

-No te preocupes, Pedro. Esta, por haber sido a propuesta mía, la pago yo.

-Acepto. ¡Que pases un buen verano!

Se dan un apretón de manos y ambos se dirigen una ligera sonrisa.

El presidente sale del restaurante con su cohorte de coches de seguridad camino de La Moncloa a toda velocidad.

Alberto sale después. Efectivamente, paga la cuenta.

Cuando su coche enfila carretera de La Coruña (o A Coruña, como prefieran) hacia Madrid, ya a la altura del CNI, suela su teléfono.

-¿Alberto?

-Sí.

-Soy Pedro. Mira, que a la vuelta de verano, si quieres, volvemos a vernos. Esa vez pago yo.

Cuando cuelga, Alberto piensa: "Ha valido la pena".