Por pereza o por complejo, hemos dejado que expliquen España los guiris del Café de Chinitas o los indepes que se creen vikingos del Mediterráneo (la raza superior se aprecia en Torra como se apreciaría en Thor, de quien parece descender no ya física sino fonéticamente). Los indepes de sangre de nieve no sólo nos ven como africanos reblandecidos y nos miden el arco superciliar igual que un mercader el diámetro de una chirimoya.
No, encima dicen que nuestra democracia sigue siendo un franquismo de barberillos y venteros, de monjas sargentos y guerreros del antifaz, algo así como Lauren Postigo vestido de Tejero o un Torrente que saliera robando jamones en Morena Clara. Y para los niños, que no conocen estas referencias, enseguida sale un patriota que les explica en un cuento cómo los civilones de Franco siguen machacando a garrotazos al pueblo catalán que va a votar igual que a beber de una fuente edénica; y cómo sus líderes mosaicos acaban en el exilio, cantando quizá (yo remataría el cuento así) By the rivers of Babylon de Boney M (vestidos de Boney M, por supuesto). Al cuento del 1-O, la verdad, sólo le falta un dinosaurio por la Rambla, como si fuera un gremlin de Gaudí.
Somos una democracia tan plena que en el Democracy Index estamos por encima de EEUU, Italia y Francia
En realidad, somos una democracia tan plena que en la tabla de Democracy Index estamos por encima de EEUU, de Italia y hasta de Francia, la mismísima alegoría de la libertad con la teta nutricia fuera, ahí temblando como una tacita de leche. Pero nos explicamos mal, o no nos explicamos. Tanto es así que un auténtico supremacista que iguala la patria a la raza y que pone lo público, lo institucional, al servicio de una ideología que engloba toda la realidad (totalitarismo es la palabra aunque sepa a hierro retorcido en los dientes), hasta alguien así, decía, se atreve a usar la democracia, la libertad, los derechos humanos con toda su música beethoveniana y su papel de sello, contra un Estado de derecho miembro de la Unión Europea.
Ellos, que no entienden qué significa el imperio de la ley. Ellos, que hacen cuentos políticos para los niños, como aquel El parvulito franquista todo lleno de glorias fernandinas, santos llagados y fosforescentes, cuajarones de Viriato y relicarios de José Antonio con forma de hebilla falangista.
No, no nos explicamos, ni casi nos defendemos.
Ahora, muchos hasta se han emocionado con ese artículo o carta de amor que le ha dedicado el pianista James Rhodes a España, aunque sea una España un poco de Doña Croqueta. Y con Rhodes, o tras él, ha llegado Albert Rivera, que ya se viste de España como si se vistiera de Turquía para una ópera turca mozartiana (El rapto en el serrallo y tal). La ópera española es la zarzuela y Rivera se ha puesto zarzuelero. Para explicar que España no es una baraja franquista tampoco hacer falta desempolvar el organillo como una máquina de coser antigua ni sacar a Marta Sánchez del brazo de un boticario. No, aunque haya sido San Isidro y a Rivera se le haya visto en la Pradera del Santo sujetando un clavel en la boca sin tener ni clavel.
Ciudadanos todavía tiene algo de banco de internet que no sabemos cómo va a funcionar con dinero de verdad
Ciudadanos, con su resistencia o su insistencia en Cataluña sobre todo, le ha quitado al PP esa bandera como de taquilla de los toros para convertirla ahora en civismo moderno, aunque quizá un poco cienciólogo o vendecoches aún. Ciudadanos todavía tiene algo de banco de internet que no sabemos cómo va a funcionar con dinero de verdad. No se trata, en fin, de una patria joseantoniana, sino cívica, como suele decir Savater. Pero este concepto que maneja Rivera inevitablemente se estropea si sacas a Marta Sánchez a cantar su himno como en una fragata.
No por nada, sino porque eso ya es hacer folclorismo, y cuando los símbolos se convierten en folclore pierden la potencia del símbolo, dejan de evocar una realidad humana más elevada que el mero objeto y se quedan, eso, en el objeto, en fetiche, en cerámica de recuerdo, o sea Marta Sánchez vestida de fallera. A Rivera le ha pasado un poco esto con su plataforma España Ciudadana, que tiene demasiado fruncido de bandera como de refajo. Pero no ha sido el único. También Pedro Sánchez sobrecompensó con el patriotismo una vez, hasta ponerse detrás una bandera freudiana, casi un falo flamígero.
España no es el cuento de miedo de los indepes ni el aguafuerte de la leyenda negra que gusta tanto en la condescendiente Europa
España desde luego que no es el cuento de miedo de los indepes ni el aguafuerte de la leyenda negra que gusta tanto en la condescendiente Europa. A lo mejor ni siquiera es lo que decía Ortega. Ni lo que sale de contradecir a Ortega (toda nuestra filosofía sigue siendo corregir, matizar o hacerle un seminario a Ortega). España no es tampoco una tienda de toallas, no se trata de sacar la bandera como la capilla portátil de un torero madrero.
Seguramente dejaremos de acomplejarnos de y con España, y estaremos dispuestos a explicarla y hasta a defenderla, y seremos capaces de cantar su himno incantable o de llevar sus colores de vuelta ciclista sin pudor, cuando nos demos cuenta de que España es un suelo, un sustrato común en el sentido casi vegetal, una base de memoria y de esfuerzo que ha terminado dando no una raza ni una esencia, sino ley y ciudadanía. La ciudadanía que no es más (ni menos) que el compromiso que tienen con la ley los individuos libres e iguales. Contra la fuerza de ese compromiso y de ese concepto no podrán ya los cuentos de brujas, los migueletes del supremacismo ni ese ridículo ajuar de loza cartuja y efectos militares del facherío.
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