Murió el 13 de febrero de 1960 en el asilo del pueblo de Paradas en Sevilla. Había pasado sus últimos quince años en aquel lugar, malviviendo mientras hacía retratos a sus vecinos. Nadie supo entonces que había llegado en 1945 huyendo de un posible juicio tras la II Guerra Mundial, que aquel fotógrafo había trabajado para el gobierno nazi y se había encargado de borrar todas las pruebas y ocultar su pasado.
Lo descubrió la familia Hurtado, porque el patriarca, José Ramón, había sido discípulo de Eugen Gottmann (Diedesheim, 1885-Paradas, 1960) y al morir el alemán le había cedido parte de su legado. "Esta historia empieza cuando mi padre me hace entrega de un pequeño portfolio de fotografías de Gottmann con algunas imágenes de tomas que se hicieron en la base aérea de Tablada, en Sevilla, por motivo de unos cursos que él impartió", añade Luis Hurtado que acaba de publicar un libro firmado a medias con su hijo Jesús, E. Gottmann, fotógrafo y agente secreto del Führer (editado por Fernando Pena Meis en Fluidmecanica Sur), sobre la vida de alemán.
Porque Gottmann ya había estado antes en España, había llegado a la capital hispalense en 1929, años después del fin de la I Guerra Mundial donde había participado como ingeniero de explosivos. Fue a Sevilla como agregado de la embajada y regentó un estudio de fotografía llamado Germania en la calle Monardes. También, como experto en fotogrametría aérea, comenzó a dar clases a los militares españoles que se encontraban en la base de Tablada.
"Su relación con el cónsul alemán en Sevilla no era buena. Venía de una Alemania totalmente devastada y este hombre pensaba que como alemán tenía que hacer todo lo posible para que su país volviera a la grandeza anterior. Vamos, la idea primaria de Hitler. Eso le hace chocar con Otto Engelhardt, el cónsul, porque Gottmann era un fanático y es defenestrado durante un tiempo hasta que Hitler vuelve a subir y se invierten las tornas. Volvió a celebrar grandes fiestas donde promocionaba al dirigente nazi. Hay una fotografía donde se le ve como anfitrión en una de ellas. Toda la alta sociedad, gente importante, y la bandera con la esvástica detrás", explica Hurtado.
En 1936, los nacionales llegan a Sevilla y Queipo de Llanos firma la orden de ejecución del cónsul. "Cuando llegó empezó a firmar un montón de sentencias de muerte, una de ellas fue la de mi abuelo y otra la de Engelhardt. Culpan a Franco pero aquello fue un reino de taifas, ahí cada uno mandaba en una zona. Queipo cuando entra en Sevilla es el máximo responsable del levantamiento", asegura.
Luego, en 1938, decidió dejar España y acudió a Alemania. Como cuenta Hurtado, "él se marcha a Múnich para el acto multitudinario del Juramento de fidelidad hasta la muerte al Führer y se incorporó oficialmente pero ya estaba incorporado oficiosamente, porque cuando viene a Sevilla no viene a darse un paseo sino para contactar con todos los países de regímenes totalitarios que habían el Latinoamérica".
Durante esta Segunda Guerra Mundial los datos sobre él son escasos, ya que como cuentan en este libro él se encargó de eliminar cualquier prueba que le pudiese llevar a juicio. "De lo poco que hemos podido comprobar es que participa en operaciones de sabotaje, él era experto en explosivos, física, fotogrametría aérea y un largo etc. Hablaba entre 5 y 7 idiomas, en esa época", asegura sobre el que cree que fue oficial de Inteligencia y Propaganda de las SS.
Pero la guerra no les salió bien a los alemanes. Y a Gottmann le destrozó a nivel personal. "Al hijo pequeño lo someten en Canadá a un juicio sumarísimo y lo fusilan por espionaje y el mayor fallece en la Toma de Stalingrado. Tenía la duda que podía haber dejado algún cabo suelto y se refugia en Parada, manteniendo una distancia prudencial de 60 km con la capital que en la época no contaba con buenas comunicaciones".
Él intentó penetrar a nivel personal pero lo evitaba y la única vez que lo logró fue con cuatro copas y le dijo: 'Lo que yo fui y lo que soy', y le contó que había participado en la II Guerra Mundial"
Pero al llegar, el tifus se había propagado por toda la zona y su mujer no tardó en contagiarse y murió en 1945. Tal y como explica Luis Hurtado, "él viene sin dos hijos y una guerra perdida, y se vienen a Sevilla porque la conoce bien pero aquí se muere su mujer y él se queda solo".
Es cuando se pone a trabajar como fotógrafo y cuando conoce al padre de Hurtado. Con la misma profesión, José Ramón Hurtado, se convierte en su discípulo. "En aquella época no había mucha gente que quisiera hacerse fotos, él venía de Alemania y los retratos que hacía no tenían nada que ver con los que se hacían aquí, eran más psicológicos. Mi padre mantuvo el hermetismo hasta hace poco años porque le tenía un gran respeto y cariño. Él de la guerra no sabía nada pero sí sabía que era un gran maestro en fotografía, fue el que le hizo perfeccionar el estilo que ya tenía", recuerda.
Y añade que él único que le consiguió sacar alguna palabra sobre su pasado fue Florencio Vera, cronista oficial de Paradas, pero que lo hizo con un Gottmann muy pasado de alcohol tumbado en la cama. "Él intentó penetrar a nivel personal pero lo evitaba y la única vez que lo logró fue con cuatro copas y le dijo: 'Lo que yo fui y lo que soy', y le contó que había participado en la II Guerra Mundial".
Porque él había ido a Paradas para esconderse y lo consiguió no contando a nadie su pasado. "Se escabulle para que no lo pudieran juzgar y lo consigue, burló completamente a los servicios de espionaje y contraespionaje. En Polonia, en Varsovia, estuvo metido en actividades bastantes importantes en la preinvasión, también fue a Marruecos mucho de visita y a Sevilla, porque las comunicaciones del estrecho con los barcos alemanes se canalizaron en esta ciudad", asegura Hurtado.
Vivió así, oculto y en la más absoluta pobreza hasta su muerte el 13 de febrero de 1960, cuando días antes le dio su equipo al padre de Luis Hurtado. Varios amigos le pagaron el entierro y ahora descansa en el panteón familiar del que intentó sacarle información y no lo consiguió, Florencio Vera.
Llega a Sevilla en 1929 como diplomático así que ya formaba parte del movimiento en esa época, y se afilia con Hoffman, amigo y fotógrafo personal de Hitler"
Pero el silencio siguió pese a su muerte hasta 1985 cuando su discípulo le enseñó a su hijo algunas fotografías. "Allí empezamos a indagar, este hombre era desconocido completamente porque era muy hermético pero encontramos varios hilos de los que vamos tirando y desembocamos en este libro. Pero yo me marchó a América, a mis investigaciones de tribus amazónicas y de los andes, y se interrumpe la investigación hasta el 2016, cuando se produce un punto de inflexión porque mi padre entrega un equipo que Gottmann le había dado antes de morir en el asilo donde fallece", recuerda.
En ese momento empieza a ponerse en contacto con instituciones alemanas, tras ver las fotografías que había guardado su padre, con tal mala suerte de que se encuentra con un absoluto desconocido. "No sabían ni los cursos que había dado, ni nada sobre él pero al final está claro es que llega a Sevilla en 1929 como diplomático así que ya formaba parte del movimiento en esa época, y se afilia con Hoffman, amigo y fotógrafo personal de Hitler, pero supo mantenerse al margen y evitó ser juzgado por el tribunal de Núremberg porque desconocían que existía porque destruyó todo, no dejó ninguna prueba", sentencia.
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