Mientras Feijóo sigue pidiendo con letanías y botafumeiros, como el que
pide la lluvia a una Virgen renegrida, que lo dejen gobernar, Vox ha dicho ahora que lo permitirá o permitiría sin exigir entrar en el Gobierno. Vox funciona un poco a zamarreones, que en la provincia lo quieren todo, todos los sillones para cambiarlos por sillones de barbero antiguo y todas las consejerías para transformarlas en belén municipal, pero la Moncloa la dan regalada. Yo creo que también Vox sabe que eso es para nada, o sea que Feijóo no va a gobernar, no tiene apoyos, no tiene mercancía y no tiene ni actitud, que lo vemos por Galicia hablando de “acuerdo constitucional amplio” cuando parece que sólo se ha ido a pescar con caña, ahí entre olvidar la pena y chapotear en ella.

Si Feijóo no va a gobernar no hay mérito en renunciar a ministerios de piedra pómez ni a vicepresidencias con pretil para que Abascal luzca buche palomero. El mérito estaría en dejar de espantar al personal, que es lo que ocurre desde que Buxadé, con susto de bulto amontonado de falangista y de Nosferatu, dirige el tren de la bruja. Feijóo va por ahí pidiendo lo que no le alcanza para tener y Vox va por ahí renunciando a lo que no puede conseguir, y a mí me va pareciendo ya una comedia bastante absurda. El gran gatillazo de la derecha, como un gatillazo de mucho cocido y mucho coñac, no se puede disimular ni se puede remediar.

El gran gatillazo de la derecha, como un gatillazo de mucho cocido y mucho coñac, no se puede disimular ni se puede remediar

Las cuentas no salen, y si acaso sólo le salen a Sánchez, al que le preocupa otro Frankenstein tanto como le preocupa estar dando el cante por Marruecos con esas vacaciones suyas con la chorra fuera. Le preocupa tanto, habría que decir, como le preocupa todo eso mismo al votante, según se ha visto. Feijóo no va a tener su acuerdo constitucionalista, que no hay constitucionalistas aquí para su Camelot ni para su fin de semana con cabaña y truchitas. Y Vox no va a ver ministerios, sólo mucho arroz con leche en Semana Santa y muchas ferias de la tapa con gigantes y cabezudos. Suspirar o envalentonarse ante esto a mí me sigue pareciendo una tontería, aunque sea la tontería que está llenándoles al PP y a Vox agosto, mientras Sánchez se dedica a broncearse su blanco culo con flor, como una calita con palmera.

Vox renuncia al Gobierno imposible para evitar que España “quede en manos de sus enemigos”, que ellos hablan irremediablemente así, siendo heroicos con eco, aunque sea un eco desde la fonda, o desde esa bañera del Oeste en la que parecen remojarse en calzoncillo largo, o desde la mecedora, españolísima y crujiente como una carabela, desde la que ven los desfiles o incluso los bailan, como fans de Eurovisión.

Y es verdad que España tiene enemigos, aunque no sea esa España martillo de herejes, Centinela de Occidente y desahogo de meapilas que ahora resulta más putinesca que franquista, sino sólo sea la más modesta y civilizada España democrática. Pero todos esos enemigos coincidirían en dar las gracias a Vox por lo que ha hecho por ellos. Vox es su santo patrón, su esperanza de la mañana, su alegría en las tribulaciones, su consuelo en la adversidad. Todo parecía perdido para ellos hasta que empezaron a salir los héroes ferruginosos de Vox colgando o descolgando cosas o gente de cada balcón con maja o botijo que pillaban en el pueblo, prohibiendo películas de dibujitos y obras de Virginia Woolf o del Siglo de Oro, y soltando patanes a atizar bocachanclazos con honda.

La fantasía de un Gobierno en solitario del PP no es creíble ni en las bravuconadas perdonavidas de Vox ni en la melancólica penuria del propio Feijóo

La izquierda Frankenstein pedía un milagro y el milagro fue Vox, que apareció sobre un alcornoque tras las municipales y autonómicas con gran petardeo de pastorcillos y gran nubosidad de barbas. Aquello acojonó hasta a los pasotas, que yo creo que fueron los pasotas los que cambiaron todo, que salieron a votar por primera vez como a hacerse la manicura. España, en fin, se dio cuenta de que Vox no sólo era ridículo sino tremebundo. Vox aún dice, por supuesto, que sus votantes merecen respeto, pero a mí me parece que la mayoría de esos votantes ya se van dando cuenta de que sólo han estado subvencionando a una secta de cosplay de la Inquisición que se ha revelado inútil y contraproducente, y a la que no le importa el país sino colocar censores, confesores, monjas sargento y monjes soldado allá donde puedan. Y casi mejor en la provincia castiza y abordable que en una Moncloa lejana y naif de Feijóo.

El único que disfruta, descansa y aguarda es Sánchez, que se siente tan seguro con Vox que se va a Marruecos a enseñarnos su culo blanco, a hacernos un calvo poselectoral y geopolítico

Vox se aparta de un Gobierno imposible, ellos que precisamente han hecho ese gobierno imposible. La fantasía de un Gobierno en solitario del PP no es creíble ni en las bravuconadas perdonavidas de Vox ni en la melancólica penuria del propio Feijóo, que quizá debería dejar de usarla antes de que termine en personaje desgraciadito de telenovela, en cieguecita de literatura de cordel. No hay acuerdo constitucional que vaya a investir a Feijóo, sólo queda Frankenstein II o que Puigdemont, ya con locura de Pájaro Loco, le regale al PP la posibilidad de una repetición electoral. Y aun así, ahí volvería a estar Vox, hundido como el galeón de mondadientes que es o quizá no tanto, que mucho aquí depende todavía del PP, de lo que haga el PP con Vox, de lo que decida Feijóo hacer con Vox.

Vox fue toda la campaña de la izquierda y aún pretende ser el salvador de la derecha. Y hasta de España, dicho así con eco de cuarto cochambroso de banderas. El único que disfruta, descansa y aguarda es Sánchez, que se siente tan seguro con Vox que se va a Marruecos a enseñarnos su culo blanco, a hacernos un calvo poselectoral y geopolítico. Sánchez sabe muy bien que Feijóo no asusta a nadie. Y diría que es lo único que le preocupa.