En la distancia se aprecia como una manta amarillenta que recubre la ciudad. No es perceptible si te sumerges en ella, conduciendo un coche o paseando por la acera. No se ve, en ocasiones se huele y sólo se siente cuando debuta la enfermedad. Hay pocos riesgos que afecten tanto a la salud en el mundo como la contaminación atmosférica. A pesar de ello, cada día millones de ciudades despiertan envueltas en la nube tóxica.
Esta semana sucedía en Madrid. Los niveles de contaminación se dispararon varios días consecutivos y el Ayuntamiento puso en marcha las medidas marcadas por el protocolo durante episodios de alta contaminación por dióxido de nitrógeno. Reducía la velocidad de 90 km/h a 70 km/h en la vía de circunvalación M-30 y prohibía aparcar en las zonas de Servicio de Estacionamiento Regulado (SER) por parquímetros de 9 a 21 horas.
No es un episodio aislado. Desde 2010, la Unión Europea (UE) prohíbe superar los 200 microgramos de dióxido de nitrógeno por metro cúbico de aire durante más de 18 horas a lo largo del año. España incumple los valores permitidos de manera recurrente en ciudades como Madrid, Barcelona, Granada, Murcia y Valencia. En 2015 Madrid superó el límite anual en tiempo récord: la primera semana del año.
En la UE la polución del aire mata de manera prematura a 450.000 personas, 27.000 en España. En torno al 90% de la población urbana de la UE está expuesta al aire tóxico. En el mundo, no se libran muchos, el 87% de la población lo inhala. Cada año mueren 3 millones de personas por las emisiones de los vehículos, industrias y vertederos. La cifra asciende a 6,5 millones al contabilizar las muertes por aire del interior de las casas cargado del humo de las cocinas, algo común en países en desarrollo.
Respirar polución aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias como neumonía, bronquitis crónica o cáncer del pulmón. Los síntomas de los niños con bronquitis o asma se agravan. No hay dudas de que el aire envenenado provoca infartos de miocardio, derrames cerebrales y enfisema pulmonar.
La polución del aire es una mezcla de compuestos químicos provenientes de la quema de combustibles fósiles y de procesos industriales. En Europa, el sur y el arco mediterráneo se llevan la peor parte. La alta densidad urbanística impide la dispersión de la gran cantidad de contaminantes emitidos. Las pocas precipitaciones, los vientos débiles y la alta radiación solar favorecen la formación y acumulación de partículas. A esto hay que sumar las grandes cantidades de polvo y arena de los desiertos del norte de África que alcanzan Europa y opacan los cielos.
Hay seis compuestos cuyos niveles se tienen en cuenta para determinar la calidad del aire. El dióxido de nitrógeno (NO2) es el que hizo saltar la alerta en la capital madrileña. Proviene en un 85% del tráfico rodado. Es un gas más denso que el aire, color marrón rojizo y de olor acre. Se aprecia con claridad en las boinas que cubren las ciudades en sus peores días. Es un contaminante en sí mismo y un precursor de otros cuantos. Interviene en diversas reacciones químicas que producen otras moléculas dañinas, como el ozono (O3). Esta molécula nos protege de los rayos ultravioleta cuando está situado en las capas altas de la atmósfera, pero a ras de suelo daña el tracto respiratorio.
El monóxido de carbono (CO) se produce por la combustión incompleta del combustible. Es un enemigo invisible. No huele, no tiene color y no irrita, pero es muy tóxico. Reduce la capacidad de la sangre de transportar oxígeno. El dióxido de azufre (SO2) se forma al quemar combustible, en su mayoría en las centrales eléctricas. Al contacto con agua forma lluvia ácida. El plomo es otra de las sustancias más temidas, que se libera a la atmósfera por la quema de combustibles fósiles.
Las micropartículas (PM2.5) son otro de los tóxicos más dañinos. En su mayoría son de carbón y proceden de la quema del aceite de los motores diésel. Son tan pequeñas que se incorporan al torrente sanguíneo y contribuyen a taponar las arterias. Se calcula que las partículas finas presentes en la atmósfera reducen la esperanza de vida en la UE en más de ocho meses.
“Para combatir la contaminación atmosférica necesitamos cambios estructurales, medidas que se apliquen todos los días, no sólo en situaciones excepcionales”, explica Xavier Querol, geólogo especializado en contaminación atmosférica del CSIC y asesor de política europea de calidad del aire. Son medidas como las que contempla el borrador del Plan de Calidad del Aire presentado esta semana por el Gobierno de Manuela Carmena, similares a las que se han implantado en otros países de Europa con buenos resultados.
Las pautas severas se empiezan a imponer en una Europa asfixiada. Esta semana, tras la denuncia de la ONG Clients Earth, el Tribunal Supremo británico sentaba un precedente que alejaba del horizonte las medidas de maquillaje. Dictaminaba por segunda vez en pocos meses que el Gobierno está legalmente obligado a diseñar un plan con medidas tan contundentes como sea necesario para asegurar la protección de la población.
Aumentar el uso del transporte público es una de las medidas más factibles a corto plazo para mejorar la calidad del aire, incluidas las bicis y los coches eléctricos de alquiler. Sin embargo, “no basta con un cambio de comportamiento de la ciudadanía si no hay un transporte público capaz de asumirlo, que sea rápido, con buena cobertura, confortable, económico y ecológico”, apunta.
Circular en función de la matrícula reduciría la circulación un 20%
Querol recomienda disminuir el número de vehículos que circulan por las ciudades con pautas severas, como el peaje urbano. En Milán se cobran 5 euros por entrar en hora punta a la urbe. Se ha reducido la afluencia de coches en un 25%. Permitir circular los coches en función del número de matrícula se calcula que podría ayudar a reducir la circulación un 20%. Ahora sólo se hace en episodios de alta contaminación.
Renovar la flota es otro punto clave. "El 65% de la flota española es diésel. Tras el descubrimiento reciente del fraude de las emisiones diésel ahora sabemos que los vehículos liberan más dióxido de nitrógeno de lo calculado“, recuerda.
Disminuir el número de vehículos contribuiría a mejorar el aire. La media de vehículos por kilómetro cuadrado en Europa es de unos 1.200 turismos. Ámsterdam tiene 1.000, Londres, Roma y Berlín algunos cientos más. Las ciudades españolas tienen el doble. En Madrid hay casi un millón y medio de coches matriculados. Son unos 2.100 vehículos por kilómetro cuadrado.
La creación de zonas de bajas emisiones impulsaría el cambio de mentalidad de la población y también disminuiría la polución, sobre todo las partículas en suspensión. Ya existen en 222 ciudades de Europa, más de 40 italianas. Los coches llevan etiquetas que los catalogan en función de su capacidad de contaminar. Se da prioridad a los que emiten menos contaminación: los eléctricos e híbridos.
Cuando todo esto estuviera en marcha, habría que dar un paso más y cambiar el diseño urbano. Los lugares de uso común frecuente, como los centros de salud o geriátricos, estarían lejos del corazón de la ciudad. Los carriles bici recorrerían zonas verdes, en vez de estar incorporados a las vías de coches. Comenzarían a dibujarse en España las soñadas ciudades limpias del futuro.
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