Bajó el cartel "Presidente Carles Puigdemont", el líder independentista ha expuesto en la sede del Parlamento Europeo sus condiciones para apoyar una investidura.

Puigdemont es consciente de su fuerza, de su papel determinante en una situación política en la que los siete votos de su partido (Junts) pueden decidir el futuro inmediato de España. ¡Ojo! Eso sucede porque el presidente del Gobierno en funciones ha optado por dejar a la derecha (es decir, el PP) fuera del marco de "diálogo", que quiere convertir en el eje de la próxima legislatura, al mismo tiempo que se sienta con otra derecha (la independentista) que le ha puesto un altísimo precio por su apoyo.

Lo que no se le puede negar al ex presidente de la Generalitat es claridad a la hora de exponer sus condiciones. Puigdemont ha dicho que "Cataluña es una nación europea" y que, por tanto, "la autonomía no es una solución". Por ello ha pedido un acuerdo histórico del PSOE y el PP para aceptar la voluntad del pueblo de Cataluña, que no es otra que la de su autodeterminación. Lógicamente, ese "acuerdo histórico" implicaría la reforma de la Constitución de 1978, que no contempla ni de lejos esa posibilidad.

Orgulloso de su trayectoria, de su propia pequeña historia, ha reclamado la "legitimidad del referéndum" del 1º de octubre. Sólo una decisión del pueblo catalán -no una sentencia- puede echar para atrás lo que decidieron 2,3 millones de catalanes, ha argumentado.

La suya es una apuesta de máximos para iniciar una negociación que -ha recalcado varias veces- aún no ha comenzado.

Es una vergüenza que un prófugo que lidera un partido con solo 7 escaños imponga condiciones al Estado español. Sería una vergüenza que Feijóo, tras el espectáculo de Bruselas, mantuviera la reunión del PP con Junts

De forma humillante ha retratado al estado español como una anacrónica república bananera, en la que no se respetan las libertades democráticas. Ha dicho que el Estado ha utilizado sus poderosos medios para espiar, criminalizar y crear una falsa narrativa sobre lo que ha ocurrido en Cataluña. Por ello, exige una amnistía que afecte a todos aquellos que han luchado por la instauración de una república catalana. Por tanto, propone desactivar judicialmente todos los procesos que hay en marcha por los delitos cometidos durante los últimos años y que culminaron en la declaración unilateral de independencia y en el referéndum ilegal del 1-O.

Dentro de esa narración épica de lo ocurrido en Cataluña, la policía española y los jueces quedan a la altura del betún, ya que son, en opinión de Puigdemont, los ejecutores de la "represión que se ha ejercido contra unos pacíficos ciudadanos".

No se ha olvidado Puigdemont de mencionar la desigualdad con la que el Estado trata a Cataluña respecto a otras regiones... como Madrid. "Cataluña -ha dicho- es una región rica pero que no puede hacer frente a las necesidades de sus ciudadanos". Cataluña ha sido maltratada hasta el punto de que la aplicación del artículo 155 de la Constitución obligó a muchas empresas a cambiar sus sedes a otras regiones de España, ha lamentado.

Para finalizar, el ex presidente de la Generalitat ha exigido la creación de un mecanismo de verificación de los acuerdos. Una especie de árbitro que pueda determinar si el Gobierno central cumple o no lo prometido.

Poco antes de la aparición estelar de Puigdemont en Bruselas, el ex presidente Felipe González conversó con Carlos Alsina en Onda Cero. González, para quien ni la amnistía ni la autodeterminación caben en nuestra Constitución, fue muy gráfico a la hora describir la situación actual. La comparó con un edificio que parece sólido pero que se derrumba repentinamente porque sus cimientos están dañados. Pues bien, los cimientos de la Constitución del 78, de la transición política, están siendo socavados de manera continua y peligrosa. En ese sentido, Puigdemont se comporta como una voraz termita, pero el problema no es que alguien que representa a un partido con siete diputados diga esto o aquello. El problema es que hay un partido, el PSOE, y un presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, que le está proporcionando a esa termita el mismo poder destructivo que a una carga de dinamita.

Fue una vergüenza ver a la vicepresidenta Yolanda Díaz mirar con arrobo al prófugo Puigdemont en su visita sorpresa a Bruselas, mientras se niega a reunirse con Feijóo. Ha sido una vergüenza ver a ese mismo prófugo poner condiciones inasumibles a Sánchez para brindarle su apoyo. Es una vergüenza que, desde Moncloa, se diga que no ha sido para tanto, que el jefe de los independentistas no ha estado "tan duro" como cabía esperar. Y también sería vergüenza que, después de este espectáculo indigno, el PP mantuviera la reunión prevista con Junts.