Meritxell Batet Lamaña (Barcelona, 1973) es el perfecto ejemplo del socialismo catalán más ligado al PSOE, sin que por ello haya perdido un ápice de sus convicciones federalistas y la voluntad de revisar las disfunciones del estado autonómico. Son las credenciales con las que la nueva ministra de Administraciones Públicas ha accedido a gestionar la carpeta catalana en el Gobierno de Pedro Sánchez
Ya su entrada en política, de la mano de un Narcís Serra recién salido del Gobierno de Felipe González, fue una marca de distinción respecto los socialistas crecidos en la política municipal que conforman buena parte de la estructura del PSC.
Su primer contacto con la política llegó al aceptar convertirse en jefa de gabinete de Serra como primer secretario del PSC, desde cuyo despacho vivió el relevo de esa primera generación por la bicefalia de Pasqual Maragall y José Montilla, intentando mantener las dos almas del socialismo catalán que acabaría partiendo por la mitad el proceso independentista.
Perteneciente a la "generación BlackBerry" del PSC en la que se encuadraban también Rocío Martínez Sempere o Laia Bonet, su trayectoria política se desarrolla sin embargo en el Congreso de los Diputados, donde ha sido diputada por Barcelona durante tres legislaturas, hasta que Pedro Sánchez la incorporó como numero dos por Madrid en la candidatura de 2016.
Profesora de Derecho Administrativa y doctorada con una tesis sobre El principio de subsidiariedad en España, ha sido una de las voces claves en las propuestas de reforma constitucional planteadas desde Cataluña tras el fracaso de la reforma del Estatut que quedarían recogidas en las declaraciones de Granada y Barcelona, auténtica biblia federalista para el socialismo catalán de Miquel Iceta.
Tras el ostracismo al que la llevó su matrimonio con José María Lasalle, uno de las jóvenes promesas del PP con rango de secretario de Estado en el primer Gobierno de Rajoy, volvió a la primera línea política de la mano de Pedro Sánchez. Ha sido una de sus más files defensoras, especialmente tras la revuelta de los barones de 2016.
Conciliadora, y según algunos excesivamente tímida, es una apuesta por el diálogo en el ministerio sobre recaerá el gran conflicto abierto que deberá afrontar Pedro Sánchez: la crisis catalana. En su capacidad de diálogo y su buena colaboración con Miquel Iceta confía el nuevo presidente para desbloquear la herencia más envenenada de Rajoy.
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