Feijóo, de luto sereno, como un embajador de luto en su propio entierro, no podía hacer otra cosa que morirse con dignidad, con presencia y hasta con futuro, que los mejores muertos son los que se mueren con futuro. Entre verdugos y verduguillos, entre mofas y vaciles del sanchismo, Feijóo hizo lo único que podía hacer, plantear su alternativa a Sánchez, su distancia con Sánchez, como esas distancias despejadas, duras y frías del agrimensor, entregar el sombrero de la manera más elegante que supo y aplazar todos sus proyectos para otra vida, es decir para otras elecciones. Lo más relevante de su investidura amarga, con algo de mañana de ajusticiamiento, fue que todo parecía transcurrir en el futuro. Feijóo ya ha perdido, ya perdió la noche electoral, que a Sánchez, capaz de decir sí a cualquier cosa, nada lo puede parar cuando le salen los números en la calculadora que guarda en el calzoncillo, como el puñal de liga de una maja. Quizá por eso Sánchez se echó una siesta de señorito en vez de replicar a Feijóo, y le encargó a Óscar Puente, dóberman con el discurso del dóberman, morder el pernil de Feijóo como si fuera el cartero y luego seguir dando dentelladas a la luna.

Feijóo, como un académico con mortaja de chaqué, daba un discurso póstumo y con redondez, un discurso previsible pero bien ejecutado, como si se dedicara él mismo la marcha fúnebre de Chopin. Feijóo quería, antes de marcharse haciendo una reverencia de espadachín o de dottore, dejar cincelada su distancia personal, política, moral y estética con Sánchez, y avisar a todos, a los votantes, a los socialistas e incluso a los propios nacionalistas que participan en la travesía, de la naturaleza del escorpión. Sabiéndose bien muerto, Feijóo quería dejar testamento con pluma de ave y sobre afilado, no para salvarse sino para perdurar en el pensamiento y en la otra vida, ésa en la que creen los creyentes en Feijóo. Su “tengo principios, límites y palabra” es directamente un epitafio enmarcado en laureles de mármol, a la vez que un desafío a Sánchez para verse con él más allá de esta vida y de esta investidura, por detrás de las tapias de los cementerios, como el Comendador con don Juan.

La investidura de Feijóo no era rara por fallida, que aquí el campeón de investiduras fallidas, de gatillazos desde la caoba de la tribuna del Congreso como desde el armario del salto del tigre de los machotes de antes, sigue siendo Sánchez. Sánchez siempre ha ido a sus investiduras como un travoltín va a la discoteca o al Tinder, a ver qué cae, con actitud pero sin drama, que gastar una investidura parece como gastar en la gramola del baile agarrado o en el champán de la seducción o de la intoxicación. Para Sánchez, una investidura es lo que ahora se dice meter ficha y antes se decía tirar los tejos. Para Feijóo, sin embargo, parece que esta investidura suya tenía que ser un drama romántico, entre el destino y la fatalidad. De todas formas, yo creo que es mejor enfrentarse a la propia investidura con drama que hacerlo, como Sánchez, no ya con el “club de la comedia” sino con esa cosa grasienta y promiscua que hacía Bertín Osborne, Contacto con tacto. El caso es que la investidura no era rara por fallida o por gafada, sino porque parecía transcurrir en el futuro o en el limbo.

Feijóo sólo intentaba asentar su futuro de ultratumba y, a su vez, Sánchez sólo estaba preocupado por destruir el futuro de fantasma de Feijóo

Durante la sesión, durante el discurso, que era como ese discurso de viudo en el que al final se cuelan gamberros de velatorio, gamberros de cementerio, la sensación era que todo estaba aplazado, que nada era para ahora. Ni los planes de Feijóo, como magnos y endebles proyectos arquitectónicos para España, ni el combate con Sánchez, que no hubo porque salió ese señor de Valladolid que estaba entre hooligan, tabernero con garrota y gancho de tocomocho. Con el presente bien claro, es decir ese Frankenstein II con chorrafuerismo fueraborda de Sánchez y mando de los indepes, yo creo que Feijóo sólo intentaba asentar su futuro de ultratumba y, a su vez, Sánchez sólo estaba preocupado por destruir el futuro de fantasma de Feijóo. Sánchez no se quedó en su escaño, mirándose en el espejo del zapato, porque no le importara Feijóo o lo diera por muerto, sino por todo lo contrario. Quería humillarlo y quería provocarlo, no porque Sánchez crea que peligra su cercana investidura en loor de indepes con antorcha y waterloístas vestidos de tiroleses, sino porque creo que sigue considerando a Feijóo un peligro, no ahora mismo, sino en un futuro más lejano, aunque no tan lejano.

Incluso el chorrafuerismo de Sánchez hubiera considerado sin duda más elegante una despedida con capotazo presidencial, una corona irónica de flores para despedir al muerto allí de cuerpo presente, en el Congreso que parecía rechinar como un armón con ataúd. Pero Sánchez envió a Puente, que es como mandar al esbirro patibulario, desencadenado expresamente para la misión igual que un galeote, a matar al muerto, que a ver para qué si ya está muerto. Uno no se va a los bajos fondos de los puertos o del grupo parlamentario para encontrar a alguien que mate con mondadientes y tenazas a un muerto que ya va vestido con galas de muerto, como un almirante muerto, y ya está posando para el cuadro de muerto, como un doceañista. Tantas ganas de matar o rematar al muerto, eso es lo que nos hace sospechar que Sánchez está lejos de considerar a Feijóo una mera lápida apoyada en su escaño.

Lo más raro del día fue que todos parecían estar en el futuro igual que en una diligencia, esa cosa de alta, negra y lenta diligencia que tiene el Congreso. Y supongo que eso es porque hay futuro. Feijóo es normal que se vea en el futuro, que nadie se imagina muerto en su próximo cumpleaños. Tan en el futuro está Feijóo que contaba escaños y apoyos ya allí, que a lo mejor fue eso lo que le pasó, no que quisiera meter en el mismo bolsillo a Junts y a Vox. Más significativo es que Sánchez siga viendo vivo a Feijóo en ese futuro, y aún le mande macarras de barrio chino, como ninjas con navaja de Albacete, a coserle las costillas. Feijóo, que aún torpea y zozobra igual en su torreón de Génova que en el Congreso, por alguna razón sigue siendo una amenaza para Sánchez, tanto que el segurísimo presidente lo zurra como enemigo y lo mima como muerto. Allí en la otra vida, salvo que no lo remate Puente sino el propio PP, espera Feijóo a Sánchez.