Sánchez se ha ido a Europa a advertirles de su fin, o del nuestro, o de su intercesión para salvarlos, o salvarnos. Él se gusta en Europa, quizá porque por allí nos siguen dividiendo en artistas y generalones, o en quijotes y curas, y es lo que nuestro presidente les vende como se les venden todavía a los guiris el torito, la gitana y la sangría. Sánchez se ha ido a Europa con lo de “la ola reaccionaria”, que suena a revolera de bata de cola franquista, pero en realidad el que va con la ola reaccionaria puesta, como un manto de Virgen moreneta, es él. Por lo visto, escuchar a Feijóo en el Congreso con discurso casi washingtoniano, casi con peluca enharinada, hablando de “un país de ciudadanos libres e iguales”, les sigue dando a algunos ganas de invadir Polonia. Sin embargo, ver a Aitor Esteban definiendo su nación como pura y orgullosa tribu, o sea esa gente apartada en los riscos, hablando el idioma de los tejones mejor que el de Séneca y casándose entre cabañas vecinas desde el neolítico, eso les enardece de progresismo y esperanza. Igual que oír a Puigdemont con su otro nacionalismo de piel de oso, misa de gruta, pote de berzas, ricos hacendados, guerras de lindes y mocerío autóctono como vacadas autóctonas.

Sánchez, en Europa, lo que hace es ir a tocarles un flamenco de japonés y a camelarse a las guiris valquíricas con su cosa de bandido con cinturita de bailarín

Sánchez, en Europa, lo que hace es ir a tocarles un flamenco de japonés y a camelarse a las guiris valquíricas con su cosa de bandido con cinturita de bailarín. Aquí también lo intenta, claro, sin duda porque muchos en España se siguen sintiendo algo así como franceses, entre la fascinación, la superioridad y el asco por los toreros con patilla, por la carne de matanza y por la bandera eternamente como por lavar de sangre y vinazo. La España negra contra la España roja sigue siendo un cartelón de tablao o de chiringuito paellero que todavía vende dentro y fuera, y es lo que lleva Sánchez siempre, lo mismo a Bruselas, al Congreso o a El Hormiguero, como la Piquer llevaba su baúl mítico y mitológico, con roña, gloria y rechinamiento de carro de faraón. El gran problema de España es que no distinguimos la ciudadanía del folclore ni el sentimiento de la democracia. Y el gran problema de Europa, como sabemos, siguen siendo los nacionalismos furibundos y las identidades prepolíticas, con menos folclore y mucha más sangre en este caso. Y eso es lo que lleva Sánchez a Europa, justo lo que intentó destruirla y lo que sigue intentando destruirla.

Las patrias de palo y a palos, las tribus orgullosas con sus sentimientos y supersticiones por encima de la ciudadanía, de las leyes y de la cosa pública (de la República, en fin), la propia necesidad personal y aideológica de un particular como Sánchez también por encima de las leyes… Eso es lo que lleva nuestro presidente a Europa, y lo lleva así como con todo el faralá, las alhajas y los taconeos de su baúl encima, un poco con algo de falso gitanillo de Jerez, un poco con algo de falso partisano de musical, y un poco vestido como de romano cordobés, de embajador de la cosa europea, democrática, grecorromana y estoica. Sánchez habla de frenar a la ultraderecha para salvar a Europa, cuando el que lleva la ultraderecha al poder es él, que a ver qué son esos nacionalismos étnicos de la sangre y de la pela que tenemos por aquí. De momento, el PP le ha dado a Vox concejales de vaquilla o consejeros de acequias, y no sin prevención y repelús. Pero Sánchez le va a dar a Puigdemont el poder para borrar delitos, derogar leyes, abolir la soberanía nacional y convertir la democracia en mero acuerdo entre tratantes de vacas, y además proclamando todo ello como paradigma de las libertades. Si esto va a salvar Europa, que tengan cuidado, otra vez, en Europa.

La UE ya era una cosa bastante endeble, apenas unos burócratas en isletas o castillos de popa, con globo terráqueo y lejanos mapas celestes de adorno, y un club de países peleándose por el grano o por los trenes. Lo que salvaría a la UE no es un flamenco de pega como Sánchez, ni una corrida para guiris entre franquistas y maquis, sino una verdadera unión política, cosa que impiden precisamente esos nacionalismos desguazadores que no sólo tenemos en España y ese antieuropeísmo que no sólo está en la derecha, sino en la izquierda cada vez más tribal y más iliberal. La ultraderecha es un peligro no por rancia, que supongo que se puede ser rancio con nariz arrugada de rancio como hay quien se puede creer francés con nariz arrugada de francés, sino que es un peligro por iliberal, por identitaria, por dogmática, por violenta y por totalitaria. Pero aquí esos rasgos no los vemos tanto en la derecha como en la izquierda, y ahí está toda la ironía o el cinismo de esa embajada de Sánchez como salvador de Europa, como héroe con faldilla de grecas. Nada hay más reaccionario ahora que la izquierda, que hasta un gallego del PP puede parecer Olof Palme al lado de los espeluznantes demócratas de Bildu o de Podemos y del propio Sánchez, al que le falta la peluca no de Washington sino del Rey Sol.

Está en peligro Europa, sí, que en realidad falla por no refundarse como Europa política sino como club de comercio, cementerio de ballenas o parlamento de tribus con empalizada. Ya he dicho alguna vez que Europa lleva queriendo volver a ser el Imperio Romano por lo menos desde Carlomagno, pero ya no se puede ser nada de aquella manera. La Europa de los “pueblos” que dice la progresía o dicen los del orgullo neolítico nunca será Europa, sólo será Europa la Europa de los ciudadanos, ciudadanos “libres e iguales” sin duda, que dirían por aquí los de la ola reaccionaria. Las naciones no son sentimiento sino ciudadanía, las patrias no adjetivan ni determinan y los gobiernos no deben ser de hombres sino de leyes. Éstos son los grandes mandamientos y lecciones de la modernidad política y de la civilidad democrática. Lo demás sólo es tribu, osera y osería. Lo demás, en fin, es ola reaccionaria, ésa que Sánchez lleva consigo, no ya como revolera de bata de cola, de armiño o de guatiné, sino como estelita de su pichafuerismo fueraborda.