En aquel Bilbao que lo vio nacer el 25 de julio de 1962, la dictadura había logrado contener el rechazo social. Lo haría por poco tiempo. Cuando él comenzaba a dar los primeros pasos, a soportar los primeros dientes, bajo la mirada de sus padres, un Policía Armada y una costurera, estaba lejos de saber qué opinaban en su Euskadi natal de los hijos de los grises como su padre, Avelino Grande. Aún ignoraba que se comenzaba a fraguar el frente vasco que traería de cabeza al franquismo y mucho menos que cuando soplase sus seis velas en la tarta de cumpleaños haría apenas mes y medio que una organización que marcaría su vida adulta, ETA, había comenzado la espiral más dolorosa que rasgaría a la sociedad vasca, la de los asesinatos.
El pequeño Fernando terminaría por hacer conocido su apellido. En una suerte de binomio, uniendo el de su madre, con la que dejaría de hablarse años después, y el de su padre, el policía que le enseñaría la disciplina, su camino ha discurrido por sendas bien distintas. La vida de los Grande-Marlaska en aquella Euskadi no fue más fácil que la de sus vecinos. A ellos les tocó vivirla desde un lado de la barrera, el más odiado, contra el que luchaban amplios sectores de la sociedad. Aquel joven inteligente y decidido creció viendo en plena adolescencia el final del franquismo. También cómo en Euskadi se cruzaban demasiadas líneas rojas. Con apenas 20 años, mientras cursaba sus estudios de Derecho en la Universidad de Deusto, las portadas de cada día le recordaban que las cosas no habían mejorado tanto en el País Vasco democrático, no al menos en aquellos años de plomo.
La izquierda abertzale ha desempolvado la hemeroteca para arrojar las denuncias por torturas y la dispersión para desacreditar a Grande-Marlaska
Con el título universitario bajo el brazo, en 1985, Fernando Grande-Marlaska había decidido hacerse juez. Aquello no alivió en casa. Por entonces ETA ya había puesto su diana en la Justicia. En noviembre de 1978 asesinó al presidente del Tribunal de Orden Público (TOP), José Francisco Mateu Cánovas. Su madre le instó a preparar la oposición para juez fuera de aquella sociedad “asfixiante”, como la describió después Grande-Marlaska.
Santoña, Bilbao y Madrid
Primer destino: Santoña, a escasos 68 kilómetros de Bilbao, año 1989. Primer reto: el caso de Rafi Escobedo, el yerno de los Marqueses de Urquijo que apareció muerto en su celda de El Dueso. Fue una plaza breve, no tardó en regresar a casa convertido en un joven juez. Su carrera desde comienzos de los 90 le llevó a ascender rápido en el escalafón de la Audiencia Provincial de Vizcaya hasta alcanzar su presidencia. Para entonces, la presión de ETA, que de niño tanto había conocido, le pisaba los talones. En 2001 la banda había asesinado a un compañero, José María Lidón, y faltaba muy poco para que la organización le incluyera en la lista de objetivos. Lo intentó en un frustrado atentado en Ezcaray (La Rioja) donde, como tantos vascos, pasaba los veranos. Aquel primer año de la década de los 2000 abandonó el País Vasco.
El vaso de la amenaza terrorista había comenzado a llenarse años atrás. El archivo de la causa contra agentes de la Guardia Civil que en un tiroteo en la calle Amistad de Bilbao, el 23 de septiembre de 1997, provocó la muerte de dos militantes de ETA, le puso el foco. Fue sólo el principio. El hoy ministro del Interior acumula una larga lista de causas contra el entorno de la izquierda abertzale y la banda. El mensaje de bienvenida a quien tendrá sobre la mesa cuestiones como el acercamiento de los presos de ETA, el esclarecimiento de causas pendientes de la banda o la política penitenciaria no ha sido agradable: “Fue impulsor de la política de dispersión y ha negado la realidad de la tortura, no es un buen comienzo”, ha dicho de él la portavoz de EH Bildu en el Congreso, Marian Beitilarrangoitia. Tampoco el líder de la izquierda abertzale, Arnaldo Otegi, ha dejado de enseñarle las uñas: “Borrell para desinfectar Cataluña y Grande-Marlaska, el juez que entre otras cosas me encarceló dos veces, a Interior. Mensaje recibido”.
Otegi le reprocha haberlo encarcelado en dos ocasiones y Beitialarrrangoitia cree que su designación "no es un buen comienzo"
En Euskadi terminó hastiado de lo “políticamente correcto”. El nuevo ministro no ha escondido que la presión del entorno nacionalista nunca la llevó bien. El ministro vasco de Interior dice que no es nacionalista pero tampoco “antinacionalista”. Conoce muy bien la realidad del entorno abertzale y a los dirigentes que ahora quieren conducir bajo su mando los restos de ETA. O lo que es lo mismo, el legado de la banda: alrededor de 250 presos en cárceles españolas en busca de una salida a su situación de alejamiento y de inmovilismo en su grado penitenciario.
El recibimiento a Grande-Marlaska ha sido áspero. Le tienen ganas. La maquinaria abertzale se ha puesto a trabajar para degradar la imagen del nuevo ministro. En realidad es sólo un recordatorio. En Euskadi, ni la suya, ni la etapa de su antecesor en la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, también azote de ETA, gozaron de buena prensa en los ámbitos más nacionalistas.
Vincularle con las torturas
Ahora la estrategia pasa por subrayar que es el juez que ha ignorado las torturas, incluso que las ha favorecido. La hemeroteca ha sido desempolvada. EH Bildu y toda la estructura de organizaciones que le rodea han bombardeado estos primeros días del Gobierno Sánchez con mensajes que recuerdan que de las nueve sentencias emitidas por el Tribunal Europeo de Derechos Humano contra España, acusándola de no investigar suficientemente las denuncias de torturas, en seis casos correspondían a denuncias vinculadas a procedimientos llevados a cabo por el juez-ministro.
Otegi apenas tardó unas horas en recordar que le llevó a la cárcel, que la sentencia de su ingreso en prisión en 2005 y 2006 la firmó el hoy ministro Grande-Marlaska. El 25 de mayo de hace trece años le encarceló acusado de integración en ETA en “grado de dirigente” en el proceso de las Herriko Tabernas sobre financiación de ETA. Casi un año después, en febrero de 2006, volvió a ingresar en la cárcel acusado de ser el inductor de 108 actos violentos durante la huelga general del 9 de marzo de 2009.
Hijo de un policía armada, un 'gris' y una costurera, el nuevo ministro se formó en los 'años de plomo' y se forjó en la lucha contra ETA
En las críticas no ha faltado el ex consejero de Justicia con Ibarretxe, Joseba Azkarraga, hoy al frente de una iniciativa de apoyo a los presos de ETA, Sare, quien ha calificado la designación de Grande-Marlaska como “un nombramiento en la dirección del enfrentamiento”.
Además de a Otegi, el ministro del Interior ha encarcelado a otros nombres históricos, como Iñaki de Juana Chaos y ha protagonizado procesos como los llevados a cabo en noviembre de 2009 contra el movimiento juvenil Segi -ilegalizado- y del que dijo que era una “academia terrorista” y algo más que un “tentáculo de ETA”. Detuvo a 35 jóvenes, encarceló a 31, y finalmente los 40 procesados quedaron absueltos al no acreditase que formaran parte de “banda armada”, como él les acusó en su instrucción. Un caso en el que el tribunal anuló las declaraciones de los acusados al considerar que no se hicieron en el “ejercicio de su libertad”.
El escenario que se dibuja desde la izquierda abertzale ante un posible cambio en la política de dispersión de los presos de ETA no apunta a una mano tendida. En octubre de 2015, con la banda desarmada, Grande-Marlaska presidía la Sala de la Audiencia Nacional que avaló la decisión del juez de Vigilancia Penitenciaria de rechazar la petición de una veintena de presos de la banda de acercarles a Euskadi. La Sala concluyó que la dispersión no conculca derechos fundamentales, como los de defensa, visita de familiares, comunicación o los de acceso a la cultura y la asistencia médica.
El PNV guarda silencio
Grande-Marlaska siempre ha defendido que los etarras que realmente quieran reinsertarse tienen ya un procedimiento establecido, la Vía Nanclares. Un canal que jamás ha defendido el entorno radical y que el nuevo ministro que ha promovido para históricos de ETA como José Urrusolo Sistiaga, Idoia López Riaño La Tigresa o Valentín Lasarte, entre otros.
Una recopilación de desagravios resucitados por la izquierda abertzale que sin embargo apenas ha hecho referencia a otros de los episodios más sonados del juez bilbaíno, como el archivo de la causa del Yak 42 o el escándalo del caso Faisán. El chivatazo vinculado al bar más conocido de Irún, en la frontera hispano-francesa que desbarató una operación policial contra algunos miembros del aparato de extorsión de ETA en mayo de 2006, en plena tregua de ETA con el Gobierno Zapatero.
El PNV evita pronunciarse sobre él, pese a que en 2015 Grande-Marlaska se opuso a terminar con la dispersión. Afirma que no es antinacionalista.
El mensaje para desacreditar al titular de interior incluye recordatorios como su cercanía con los colectivos de víctimas o haber recibido el apoyo del PP para ser designado vocal del Consejo General del Poder Judicial.
La trayectoria de mano dura con ETA y su entorno no gusta al nacionalismo radical. Por ahora, el más moderado, el PNV, ha evitado arremeter contra él. La formación de Andoni Ortuzar ha optado por las buena palabras y mejor disposición para no dejar caer al Ejecutivo Sánchez, deseosos de poder agotar los dos años de legislatura y aplazar el temor a unas elecciones. Lo nacionalistas de Ortuzar han evitado referencias directas a la labor de Grande-Marlaska y por ahora se han limitado a valorar positivamente la trayectoria profesional acreditada de la mayor parte de los ministros.
Pero sin duda, entenderse con el nuevo titular de Interior, conocido en Bilbao y conocedor de la realidad que rodea el mundo de ETA, se antoja como un mejor punto de partida que el que comenzó a recorrer el ministro relevado, Juan Ignacio Zoido, con el que el entendimiento ha sido nulo. Ni el Gobierno vasco ni el PNV han visto posibilidades de avance en sus reclamaciones en este ámbito, opciones que fuentes de la formación consideran que sí se incrementan de modo significativo con el relevo en una de las carteras más delicadas e importantes en la relación con Euskadi.
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