Me pareció ver que a Pedro Sánchez le abrían la Puerta de los Leones del Congreso, que se suele reservar para los reyes y los muertos (se abrió, como una tumba egipcia, para la capilla ardiente de Rubalcaba), y que luego entraba Yolanda Díaz como una Cleopatra hacia César, casi desenrollándose. Se está escenificando un matrimonio de Estado, con su pompa de carroza, escalinatas y guardianes con casaca en las puertas, que no es ya ese matrimonio entre el presidente de bronce y su vicepresidenta de nácar, sino entre el cesarismo con chistera de Sánchez, la reinvención naif de la izquierda de Yolanda y los nacionalismos primitivos e insaciables. Yolanda sí pronuncia la palabra amnistía, que quizá a ella le suena a medicina antigua, como si dijera cataplasma. Ella no está por los eufemismos, sino por la naturalidad de ir desmontando la democracia liberal hasta que sólo queden su estatismo maternal y el pueblo en su canastilla de bebé. Ya he dicho que Sánchez es sólo alimento para sus parásitos, que no socios, y ante la sonrisa de Yolanda tenía algo de mantis macho frotándose las manitas “animao”, que decía él. Pero Sánchez no aporta sus carnes morenas al festín con orgía, sino que el devorado y jodido va a ser el Estado, claro.

Yolanda volvía a vestir de novia, de ángel o de sobrecargo, que ya digo que esto es una boda o una luna de miel de Estado, un poco entre la fantasía y el disimulo, como lo de Tamara Falcó. Y es así porque a la destrucción del Estado conviene ponerle mucho maquillaje de Estado, igual que a la amnistía, meramente interesada y arbitraria, conviene ponerle mucho maquillaje de concordia, como si fuera el festival de la OTI. Nos meten mucho portón salomónico, mucho protocolo con mesas de patas de león en las alfombras, y hasta Sánchez habla de la Constitución un poco como un antipapa de la Constitución, precisamente porque están pensando cómo ventilarse todo esto y que parezca que sólo han estado obedeciendo a la democracia, al pueblo y a otros absolutos que ellos consideran, por supuesto, algo particular. Sánchez pronuncia Constitución con silbido bífido, igual que los indepes pronuncian “democracia”. Por su parte, Yolanda todo lo pronuncia igual, como si fuera una receta de bizcocho. Aun así, ella es tan importante en este desguace del Estado y sus portones como Puigdemont.

Las distancias también son un protocolo, igual que abrirle ese gran portón del Congreso a Sánchez, como si él fuera un rayo de sol del equinoccio, pero todo está escrito porque Sánchez y Yolanda se necesitan y los detalles ya parecen menores

Sánchez y Yolanda se han encontrado con estética de canapé y de schubertiada, aunque la vicepresidenta había querido poner cierta distancia y frialdad en la seducción dejando caer eso de que todavía no se había negociado nada. En realidad toda la frialdad se derritió con el primer beso, que parecía el de una alumna enamorada recibiendo un diploma. Las distancias también son un protocolo, igual que abrirle ese gran portón del Congreso a Sánchez, como si él fuera un rayo de sol del equinoccio, pero todo está escrito porque Sánchez y Yolanda se necesitan y los detalles ya parecen menores, detalles sólo del convite o de la música. Sánchez necesita a Yolanda no sólo por sus escaños, sino porque es la que tiene que poner progreso y obrerismo, siquiera obrerismo de negligé, en la antipolítica total de Sánchez. Y Yolanda, claro, necesita a Sánchez porque sin él sería una chica de escalera de la Facu y moño con lápiz como un moño con hueso. Lo que pasa es que había que montarles ese baile con carabinas de ujieres y cuadros de señores con quevedos mirándolos en el Salón de Pasos Perdidos como en la Galería de los Espejos de Versalles.

Yolanda, que podría ser esa chica de la Facu y que aún parece la novia de la Facu de Sánchez, puede hablar como haciendo merengue y puede pensar como un diario de adolescente, pero es fundamental en esto que está pasando, este desguace o descuadernamiento del Estado en el que estamos no porque Sánchez lo desee, sino porque Sánchez lo necesita, que es casi peor. Yolanda es tan importante como los indepes, porque la labor de volado que hacen los indepes en Cataluña la hace Yolanda en el resto de España. Es cierto que sus ministerios simbólicos tienen un efecto muy tangible, porque cuando uno se dedica a la alegoría ideológica suele dejar abandonada, deformada o maltratada la realidad. Pero, sobre todo, Yolanda colabora en dar apariencia de democracia, de progreso, de libertades, de derechos, lo que son sólo dogmas y cancionero de viejos totalitarismos. Es lo que lleva haciendo la izquierda desde siempre, venga con pancarta o con metralleta. Y es justo lo que hacen los indepes, pero ella lo hace como tocando el arpa.

Igual que hace progresista a Sánchez, que no tiene ideología, Yolanda hace progresista a Puigdemont, que es derecha tridentina y aria, y por eso fue ella a verlo o a bendecirlo. Sánchez tiene a Yolanda como si fuera su cristazo de izquierda de botellín o de guitarrita, su hisopo de progreso, justicia y democracia, incluso, o precisamente, para lo que es todo lo contrario al progreso, a la justicia y a la democracia. Todos esos clichés falsos o contradictorios, pasados por el pasapuré del pueblo y por el recuerdo de Ana Belén en la fiesta del PCE, todo eso que tanto gusta aquí, que configura casi una moral de Estado, y que ahora, además, viene dulcificado por alguien que parece que va con violonchelo incluso cuando va con tea, todo eso es lo que Yolanda aporta a Sánchez y a la demolición del Estado.

Se abría la Puerta de los Leones como para que entrara Sánchez a su capilla particular, como si fuera la duquesa de Alba, y luego llegaba Yolanda un poco como Grace Kelly. Quedan ministerios por repartir y queda la espinita de Podemos e Irene Montero, que le sigue estropeando a Yolanda el convite pero no creo que le arruine el matrimonio. Sánchez y Yolanda acordarán en sagrado lo que ya está acordado en el corazón, y el gobierno de progreso santificará y acogerá por igual a delincuentes y a ingenuos, a idealistas y a totalitarios. Antes, eso sí, Sánchez y Yolanda bailarán un poco ante los amorcillos, los pianos, las soperas, los incendios en los espejos y los muertos estampados y espantados.