Es el testimonio de ocho años de vivencias profesionales y de análisis de la crisis catalana. Una reconstrucción de su evolución desde un tranquilo 2010 hasta su tensionamiento y fractura el 1-O de 2017. Una vivencia que narra con “tristeza y temor” lo vivido en primera persona y que el periódico para el que trabaja, Le Monde, le pidió que siguiera con atención. Sandrine Morel es la corresponsal del diario galo en España. En su libro En el huracán catalán hace un profundo repaso, a través de sus entrevistas con los protagonistas del proces, de la transformación sufrida por Cataluña en estos años.
Recuerda cómo llegó a una sociedad con una convivencia normalizada que en pocos años pasó de buscar una mejora fiscal como máximo argumento a proclamar la independencia. No sale de su asombro tras constatar que, Diada a Diada, la demanda de respuestas crecía casi en la misma proporción que el silencio del Gobierno de España se hacía más incomprensible. Morel lamenta que la división de toda una sociedad “terriblemente fracturada” es por ahora el principal legado que ha dejado todo este camino.
En su libro desarrolla el viaje del “autonomismo al independentismo” del que ha sido testigo y en el que destaca el papel jugado por la utilización de los sentimientos como una “burbuja” que unos han inflado y otros han evitado pinchar, polarizando así Cataluña. Un proceso alimentado con un juego de manipulación de conceptos, palabras y realidades, y con intentos de control a informadores, pulsos de propagandas y mensajes dirigidos a librar una suerte de lucha entre “el bien y el mal”, entre España y Cataluña.
Pregunta.- ¿Qué es lo que más cuesta entender de la crisis en Cataluña en su país?
Respuesta.- Creo que en Francia resulta incomprensible que se haya llegado tan lejos, dado el grado de autonomía tan alto que tiene Cataluña. Que con una descentralización tan fuerte en España se movilicen por el derecho a decidir de esa manera cuesta entenderlo, excepto si es para conseguir más dinero... Tienen un Gobierno, un parlamento, la inmersión lingüística, competencias en Policía, cárceles, Educación, Sanidad, etc. Y un PIB por habitante elevado. También cuesta comprender que se hable de opresión. Si algo así hubiera pasado, Francia no hubiera aceptado un referéndum de autodeterminación, pero tampoco hubiera dejado salir a la calle a centenares de miles de personas, como ha pasado en cada Diada de los últimos años sin que el presidente de la Républica responda con un discurso político. Es imposible entender que en todos esos años no existiera un discurso de Rajoy, una propuesta o al menos una contrapropaganda, un contrarelato para explicar que la independencia conlleva riesgos y que la pertenencia a España supone unos beneficios. No ha habido política. Han preferido negar el problema. Esto explica que lo que era una reivindicación básicamente económica en 2012 pasó a ser una revolución muy sentimental. La gente se ha sentido despreciada.
P.- ¿Lo que está sucediendo en Cataluña se permitiría en Francia?
R.- En realidad sería imposible que ocurriera en Francia. En mi país no existe una descentralización real. Si por ejemplo en Bretaña, tuviéramos un Parlamento con un poder político, legislativo y un gobierno regional, es muy probable que nacieran partidos independentistas y es posible que se hicieran fuertes. En cambio, en Francia los partidos pequeños, regionales, tienen muy pocas posibilidades de representación en el parlamento nacional por el sistema a doble vuelta mayoritario que tenemos para elecciones a la presidencia y las legislativas.
P.- Cataluña, España, tienen frontera con Francia. ¿La crisis catalana preocupa en su país?
R.- En octubre y noviembre sí hubo preocupación, se veía una crisis muy fuerte con consecuencias imprevisibles. Ahora hay otros temas que preocupan mucho más en Europa.
Puigdemont ya no está en Europa para que reconozcan el derecho de autodeterminación sino para que no exista el delito de rebelión"
P.- Las formaciones independentistas en Cataluña siempre han procurado internacionalizar la cuestión. ¿Han fracasado?
R.- Ahora mismo lo único que está internacionalizado es el tema jurídico. Puigdemont ya no está para que Europa reconozca su derecho a la autodeterminación como decía al inicio. Simplemente lucha para que en el extranjero no exista el delito de rebelión. Todo el mundo ha asumido que no hay una independencia unilateral posible y que van a tener que volver a dialogar. No creo que hayan renunciado al referéndum de independencia, pero Puigdemont en el exterior ya no está lanzando este mensaje de unilateralidad, por eso la preocupación ha bajado mucho. A partir de ahora, si finalmente se reclama un referéndum de autodeterminación que no sea unilateral, será una cuestión de carácter interno que España tendrá que gestionar, pero ya no estaremos en una especie de insurrección.
P.- Tras casi una década de proceso, la fotografía actual es la de un 'Govern de la República’ preso o huido en el extranjero. ¿Quién diría que ha obtenido más réditos en esta pugna?
R.- Los dos han perdido. Nadie ha conseguido absolutamente nada. Se ha roto la convivencia en Cataluña y eso, salvo que lo consideres un logro porque pueda ser útil políticamente, o para utilizar el tema territorial catalán para fines partidistas, no se puede considerar victoria para nadie. Quizá Ciudadanos ha podido salir algo beneficiado, aunque está por ver realmente en las urnas qué rédito consigue.
P.- En sólo unos días hemos vivido un cambio de Gobierno en Cataluña y un cambio de Ejecutivo en España. ¿Es el escenario que necesitábamos para reconducir la situación? ¿Nuevos interlocutores sacarán la cuestión del bucle sin solución en el que se encuentra?
R.- Un cambio de los protagonistas de los acontecimientos de octubre puede aliviar las tensiones. Ahora habrá que ver si los independentistas siguen pidiendo un referéndum de independencia. La vía unilateral está muerta, eso parece seguro. Aunque la sigan defendiendo algunos desde JuntsxCat, ERC no se va a arriesgar a que haya más encarcelados. El problema es que es una cuestión enquistada que puede paralizar la actividad en España, condicionar el espacio de colaboración entre partidos, etc. Es un tema problemático pero no creo que se vuelva a los niveles de tensión vividos. Sí existe un problema, Puigdemont. Si es entregado a España no sé cuál puede ser la reacción en Cataluña, ésa es la mayor incógnita.
Las dos partes han perdido. Nadie ha conseguido nada, salvo romper la convivencia en Cataluña
P.- ¿Puigdemont ha perdido peso e influencia en Cataluña?
R.- Para muchos dirigentes políticos, no es un líder incuestionable, sino más bien un problema. Ha dejado de ser sagrado. En cambio, entre los votantes independentistas puede seguir teniendo aún mucha influencia.
P.- ¿Ha desaparecido el nacionalismo tradicional de Cataluña, caracterizado por el seny, el pragmatismo y el entendimiento con España? ¿Ha sido arrollado por los sectores más radicales?
R.- No creo que haya desaparecido, pero los que han tomado las agendas de la política en Cataluña no son de esa Convergencia más pragmática. En Cataluña si no hay un nacionalismo que no sea independentista no habrá solución a corto plazo. Si no renace un nacionalismo que no sea independentista, no veo una solución. Una gran parte de la población dice que nunca votaría a un partido, como dicen, "español", pese a estar en contra de Puigdemont y la unilateralidad. Esto explica que no haya habido un cambio en los bloques. No es que haya un apoyo 100% a la vía unilateral entre los que hayan votado a JxC, sino que para mucha gente ha prevalecido el sentimiento de no traicionar a su president.
P.- La mitad de la sociedad catalana no se siente nacionalista, la otra mitad, sí. ¿Estamos abocados a buscar una tercera vía, un punto de encuentro de ambos bloques?
R.- Creo que sí. Antes se convivía bien. El problema es cómo dar marcha atrás. El procés ha durado cinco años y se ha llegado a un gran acto de desobediencia civil en el que han participado dos millones de personas. Supondría decirles que renuncien y vuelvan a ser lo que han sido siempre. Eso será complicado. Se acabará por hacer, me imagino, pero será difícil. Habrá que lograr que todo el mundo sienta que gana, conseguir que sientan que salen ganando. Para ello, es necesaria mucha imaginación política, tanto por parte del gobierno de España como de Cataluña.
Si Puigdemont es entregado a España no sé cuál será la reacción en Cataluña, ésa es la mayor incógnita"
P.- En el conflicto catalán, ¿cuánto hay de soberbia y de desconocimiento recíproco entre las partes, de una parte hacia la otra?
R.- Sí hay algo de eso. Añadiría que por parte de los independentistas catalanes creo que existe poca conciencia de lo que es un Estado. La respuesta de un Estado es muy difícil que sea distinta a la que se ha dado después del 1-O, aparte de la falta de respuesta política inicial.
P.- ¿Se ha jugado en exceso con los sentimientos ¿Se han utilizado, por uno y otro lado, para fines políticos?
R.- Han estado muy exacerbados. En Cataluña han sabido comunicar, construir una identidad política, y España en cambio no lo ha sabido hacer. Se ha intentado justificar las ganas de irse de España con una supuesta opresión de 300 años. Muchas personas te dicen que realmente se sienten oprimidos. El propio Artur Mas me dijo en una entrevista que los 30 años de autonomía habían sido muy buenos pero que, simplemente, se había llegado a otra etapa. Se ha jugado con los sentimientos y con el vocabulario irresponsable y con eufemismos. Eso es peligroso. Como corresponsal francesa me resulta incomprensible escuchar pronunciar tan alegremente las palabras "fachas", "franquistas" o "fuera fuerzas de ocupación" que en Francia, por lo menos, retrotrae a algo tan grave como fue la ocupación nazi…
P.- ¿Hay mucho decepcionado en Cataluña? Los restos del malogrado proces, ¿son restos de frustración que pasarán factura?
R.- Hay una desmovilización importante, aunque no se haya reflejado en las elecciones. En las urnas no se ha cambiado el sentido del voto por lo que decía de la fidelidad a los partidos suyos, catalanes... No sienten que tienen otra opción. También porque se ha mezclado con una cuestión de orgullo. Por eso en las elecciones puede parecer que la movilización sigue siendo la misma pero en la calle ha bajado mucho el número de manifestantes. Y los que salen se han radicalizado. Los discursos son más duros, más de odio.
Si no renace un nacionalismo que no sea independentista no veo una solución para la crisis en Cataluña
P.- Esa polarización y desgaste, ¿no es precisamente el caldo de cultivo adecuado para que aflore una tercera vía más moderada?
R.- Me imagino que sí. Ahora bien, va a ser muy complicado mientras existan dirigentes independentistas en la cárcel. Hasta que no se celebre el juicio, tampoco creo que les interesa que exista normalidad. Ellos deben llegar al juicio con cierta tensión y clima de excepcionalidad. Por eso, no veo realmente posible ningún acuerdo antes del juicio. Además, ese margen que pueda existir para una tercera vía, alguien lo debería pilotar y no veo a nadie para hacerlo. Tendrá que renacer un nacionalismo no independentista pero no creo que llegue en un plazo breve.
P.- Los dirigentes encarcelados, ¿son presos políticos?
R.- No, no son presos políticos. No están en la cárcel por sus ideas sino por haber violado la ley y, digamos, haber llevado a cabo de manera ilegal sus ideas.
P.- Cataluña ha funcionado con cierta normalidad con el 155 en vigor y sin apenas rechazo social. ¿Ha dejado de ser una espada de Damocles para casi normalizar su aplicación?
R.- El 155 la población de Cataluña no creo que lo ha notado mucho. El problema está más en los presos que en el 155. La aplicación de ese artículo era la respuesta lógica a la desobediencia.
Hará falta imaginación política por parte de España y Cataluña para encontrar una solución en la que todos sientan que han ganado
P.- ¿Quim Torra tiene autonomía para ser president o es una herramienta en manos de Puigdemont?
R.- Cuando hace muy poco pregunté a un asesor próximo a Puigdemont por qué había elegido Torra, me contestó que la única razón era que es un hombre fiel. Fiel a la República y a Puigdemont. También dijo que no había tantos. Por eso creo que seguirá sus órdenes y que por eso lo ha elegido.
P.- La reunión entre el presidente Pedro Sánchez y el president, Quim Torra, ¿dará algún resultado?
R.- No soy muy optimista pero los gestos son importantes. El Gobierno español tiene que sentarse a hablar, aunque no salga nada. Sentarse a hablar no significa encontrar una solución pero sí que existe una voluntad de encontrarla. En materia de imagen y de discurso, el Gobierno catalán ha comunicado muy bien y el español muy mal. Que el Ejecutivo español decida romper esta dinámica de dar una imagen de que no le interesa solucionar la cuestión está bien. No podemos olvidar que el crecimiento del movimiento independentista es en gran medida de rechazo al PP de la mayoría absoluta.
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