Cuando se escriben estas líneas, aún se desconoce la magnitud del ataque de Hamás sobre suelo israelí del sábado. Todavía hay civiles escondidos en el sur del país, suplicando que vayan a ayudarlos de las infiltraciones asesinas de los terroristas. Se habla de más de 2.000 cohetes sobre todo el territorio, incluidos Jerusalén y Tel Aviv, de decenas de víctimas mortales, de secuestros de civiles y en las redes abundan imágenes del horror difíciles de asimilar.

El ataque indiscriminado por tierra y aire encontró a los israelíes desprevenidos festejando Simjat Torá (la alegría de la Torá). Por la coincidencia de las fechas, por lo sorpresivo y por lo colosal del ataque, muchos analistas recurren al paralelismo de la guerra con Yom Kippur, que 50 años atrás, día por día, puso a Israel ante las cuerdas y despertó el fantasma de los miedos existenciales.

Pero la guerra de Kippur fue una confrontación entre ejércitos poderosos y convencionales. Más allá de las fechas y de los posibles fallos de inteligencia, son otras las complejidades en las que este ataque navega y que aportan un debate ético que el mundo occidental no debería pasar de largo.

Conviene hacer varios recordatorios que, lamentablemente, suelen ignorarse a la hora de narrar lo que está sucediendo entre Hamás e Israel. Lo primero es conocer a sus protagonistas. Israel es un estado democrático y de derecho. Hamás, según la Unión Europea y el mundo occidental en general, es un grupo terrorista.

Y sí, existe un problema territorial innegable. Pero también existe una innegable y absoluta negativa a aceptar la existencia de un Estado judío en su tierra ancestral. Si los líderes palestinos aceptaran la autodeterminación del pueblo judío, hace tiempo que el conflicto territorial se habría sido subsanado. La ocupación no es génesis, sino causa del conflicto.

Por ello, las primeras guerras lanzadas contra Israel son anteriores a la conquista de tierras, y por ello, desde los tres noes de Jartum, el liderazgo palestino ha rechazado todas y cada una de las ofertas de paz que les han sido ofrecidas, incluso la generosa de Ehud Olmert en 2008, que llegaba a plantear la división de Jerusalén. Sólo rechazos, y ninguna contrapropuesta.

El terrorismo, el asesinato indiscriminado de civiles, no 'liberan' a los palestinos, tan sólo escalan un peldaño más de dolor

Es muy probable que personas con buenos sentimientos se sientan genuinamente preocupados por los derechos de los palestinos y expresen su angustia ante la más que probable respuesta israelí a este ataque. Pero si realmente sienten el dolor por un pueblo que indudablemente sufre, sólo cabe la condena inequívoca a sus líderes y a los grupos terroristas que regularmente empujan a una sociedad a guerras suicidas, que emplean a sus propios civiles como escudos humanos y que gastan los miles de millones que reciben de ayuda internacional, no en alimentar a su población, sino en alimentar el conflicto. El terrorismo, el asesinato indiscriminado de civiles no "liberan" a los palestinos, tan sólo escalan un peldaño más de dolor.

Cabe preguntarse por qué Hamás, sabiendo que apenas lograría unos míseros puntos en muerte a cambio de un precio elevadísimo para su población y para ellos mismos, decidió lanzar el ataque. Los primeros análisis hablan acerca de la vulnerabilidad israelí a raíz de la propuesta de reforma judicial del gobierno de Benjamin Netanyahu, que tiene a la sociedad completamente confrontada.

Sin embargo, como era de prever, todas las fuerzas de la oposición han respaldado enseguida las acciones de respuesta del gobierno y del ejército. Las manifestaciones previstas en contra de la reforma, que se desarrollan cada sábado por la noche desde enero, han sido inmediatamente desconvocadas.

Si la fragilidad interna del enemigo fuera una de las motivaciones del ataque, otro frente que no habría que perder de vista es el de la confrontación entre Irán y Arabia Saudí por la hegemonía de la región y del mundo islámico en general. En las últimas semanas se habían multiplicado los rumores acerca de un inminente acuerdo de normalización entre saudíes e israelíes, algo que Teherán no podría tolerar. Siendo el mayor patrocinador de Hamás, Yihad y Hezbollah, no hay mejor manera de boicotear esos posibles acuerdos que dando la orden de incendiar la región.

Israel no puede permitirse una respuesta tibia, y en esa línea alertó a sus ciudadanos el primer ministro Netanyahu: "Estamos en una guerra. No se trata de una ofensiva más". Cuando este artículo se termina, ya empiezan a asomar las imágenes de las primeras respuestas israelíes, y los comentarios equidistantes que ponen en una misma escala a un grupo terrorista y a un Estado democrático. Y habrá víctimas civiles palestinas, sin duda, porque Israel no se enfrenta a un ejército, sino a milicias terroristas infiltradas en medio de su propia población civil.

Estamos en horas decisivas para entender lo que pasará en los próximos días. Escucharemos más testimonios del horror, veremos el peso de las familias y los civiles secuestrados como moneda de cambio, analizaremos los fallos de inteligencia, sabremos si Hizublá se limita a aplaudir o recibe órdenes de atacar, y nos inundaremos bajo una cantidad de propagandistas anti occidentales relativizando los ataques.

Pero, al margen de la perversión moral, defender o justificar a Hamás no es sólo ir en contra de Israel o del mundo occidental, es también ir en contra de los civiles palestinos secuestrados por grupos terroristas y teocracias extranjeras.


Masha Gabriel es directora de CAMERA Español.