A Sánchez le parece poco lo que está haciendo, que además quiere hacerlo sin que le chisten, que todo sea respeto, silencio y persignaciones de viejas y monaguillos cuando salga a la calle, como si él fuera un cristo con cordoncillo morado. Sánchez es un valiente que no quiere oposición ni quiere tampoco gente, que debe de ser eso lo que le sobra a la democracia, gente por las calles, gente diciendo cosas, gente pensando incluso, con ese desagradable y amenazante ruido, como de trituradora, que hace la gente pensando. Muy preocupado está Sánchez con esto tan perturbador de la gente incontrolada, él que controla todo lo que pasa a su alrededor, que hasta los jubilados, los vecinos y los autobuseros que se le cruzan tienen que ir con guion, atrezo y ensayo general, como para la Fuenteovejuna del pueblo o El show de Truman. Tan grave es el asunto que le ha exigido a Feijóo que no le piten este 12-O, que se debe de creer el presidente que Feijóo tiene guardias por la calle como Sánchez tiene palmeros entre los setos y los editoriales.

Uno entiende a Sánchez, porque una cosa es malvender el Estado de derecho como si fuera una vieja comodita del abuelo y otra muy diferente faltarle al respeto a la democracia silbándolo a él cuando salga de gala, presidencial, entorchado, contrachapado y abotonado hasta las orejas como un presidente congoleño. Se puede pitar hasta al Rey, que es algo así como un árbitro franquista, e incluso quemar su cara de póliza de una peseta, y con más razón si eso contribuye a la convivencia y a la reconciliación. Pero no se puede pitar a Sánchez, que entonces se nos cae la democracia como se le caen a él los anillos de dama desmayada, de dama de soponcio digno como esas damas de respingo digno o desprecio digno. Sánchez se cree que la democracia es el minué que se baila a su alrededor, sea por saloncitos madrileños o por palacios vieneses, y que tiene más que ver con el abaniqueo a su figura de faraón de oro fino y fino lino que con el respeto a las leyes y las instituciones. Y no me extraña que se lo crea, que así se lo ha consentido el españolito.

No pasa nada si el Estado se subasta al mejor postor, como una vez pasó con Roma, pero el presidente no puede consentir que le monten una pañolada justo cuando está tomando el sol patriótico y latonero de las banderas y las trompetas

Sánchez, en esta gran encrucijada histórica (esta frase suena a cronista de campanario, a Bibiana Aído o a cargo del PSC), tiene sobre todo la preocupación de que no le piten en el 12-O, que es un poco como si te pitaran en los toros. No pasa nada si el Estado se subasta al mejor postor, como una vez pasó con Roma, pero el presidente no puede consentir que le monten una pañolada justo cuando está tomando el sol patriótico y latonero de las banderas y las trompetas, que es como el sol de ventana que se toma en los bloques. Me refiero a que Sánchez no puede tomar su estampa presidencial de su comportamiento como presidente, ni su estampa de estadista de sus razones de Estado, ni su dignidad política de la falta de dignidad política, así que todo eso lo tiene que coger de los días nacionales, de los palacios nacionales, de las pinacotecas nacionales, de los alabarderos nacionales con penacho de cepillo de sastre para su traje berenjena. Sin eso, se queda sin presidencialidad, sólo con un sotanillo húmedo donde lo esperan, en una mesa con flexo, Puigdemont y Otegi.

Uno entiende a Sánchez, ya digo, que no sólo es que no tolere la crítica o que sea un vanidosillo siempre con el peine guardado en el paquete, como Travolta, sino que necesita el protocolo, la etiqueta institucional, para no parecer un simple tratante de vacas endomingado de pachuli. Sánchez es un valiente que incluso le exige a la oposición que deje de ser oposición, que le dice que no “agite la calle”, que debe de ser sólo una coctelera de la izquierda, o que no mencione, ya ven, las querencias del gobierno de progreso con Hamás. Se supone que a la oposición, o a la gente, no debe asustarle que Sánchez ande destripando leyes para salvar a sus socios delincuentes, ni que el día en que Hamás revivía a Atila la vicepresidenta de encaje y seda, Yolanda Díaz, se liara a gritar contra la maldad de Israel, o Íñigo Errejón fuera y volviera de los cerros de Úbeda en borriquito para no llamar terroristas a sanguinarios terroristas. No, lo que nos tiene que asustar es la deslealtad y la crispación de montarle a Sánchez una réplica en el Congreso o una tarde currista entre clarines y señoras de mantilla. Pero no es sólo vanidad o cobardía, es sobre todo vacío, que a Sánchez le quitan el palio, el Falcon, las carrozas con moña, las reuniones con moña y el colchón monclovita como un colchón de princesa de guisante, y sólo le queda su comercio de vacas o grano.

Sánchez no quiere que le chisten, y menos que le piten en este 12-O que le presta peluca colombina a su rotunda calvicie como hombre de Estado o como político no ya decente sino meramente creíble. Yo lo entiendo, porque Sánchez se lava en estas ocasiones y plazas, como se lava entrando por la Puerta de los Leones del Congreso, igual que un pecador entra en un alto templo en año jubilar, o como se lava en el Prado, por las mismísimas lavanderas de Goya, o como se lava en Europa, un poco como las europeas se lavan las tetas en las fuentes españolas, con risa y distancia. 

No piten a Sánchez, que se nos queda en nada, que el sentido de Estado, el imperio de la ley, la institucionalidad, la civilidad y hasta la gallardía, todo eso tiene que pillarlo él de los álbumes de sellos, o robarlo de los cuadros, los sables, las columnatas o los espejos, como una vecina del bloque intenta robar el sol de la ventana o de los tendederos, o el verano de la sandía de la nevera. Es lo que más le importa a Sánchez, que no le piten cuando está flotando en la música de su presidencialidad como en la piscina. Yo creo que ni siquiera le importa reconocer, con esta petición a Feijóo, que ha perdido la calle. Es lo de menos si tiene a Puigdemont para el negocio y tiene las banderas para el toallero.