Fue el primer país árabe en reconocer el Estado de Israel. Lo hizo en 1979 y desde entonces ha tratado de ejercitar un difícil equilibrismo, lleno de riesgos y requiebros. Anuar el Sadat, el presidente que selló la paz, murió dos años después de la firma ejecutado a sangre fría por un soldado yihadista (rigorista musulmán). El militar abrió fuego en pleno desfile de las fuerzas armadas egipcias. Sadat perdió la vida en el acto, entre la desbandada nerviosa de los invitados. 42 años después, el régimen militar egipcio -el mismo que ha prohibido las manifestaciones durante la última década- ha convocado este viernes una marcha en favor de Palestina. El lugar elegido es precisamente el memorial al soldado desconocido en el que Sadat exhaló su último hálito de vida.
"Esta gran manifestación también demostrará su apoyo ilimitado a las causas árabes, con la palestina a la cabeza, y que jamás permitirán que sea liquidada", proclama el Gobierno egipcio en un comunicado remitido a El Independiente. "Demostrará que el pueblo egipcio apoya por todos los medios posibles la firmeza del pueblo palestino contra la agresión del bárbaro Estado de ocupación, y que apoya incansablemente al hermano pueblo de Palestina hasta que consiga sus derechos legítimos consagrados en todas las resoluciones de la legitimidad internacional, en cuya cúspide se encuentra el establecimiento de su propio Estado independiente en sus territorios anteriores al 4 de junio de 1967 con Jerusalén Este como capital", agrega la nota.
Una retórica oficial que sorprende en boca del primer Estado árabe que reconoció el derecho de Israel a existir. En realidad, los fantasmas del pasado nunca se han ido de los despachos egipcios. La enésima operación israelí contra la Franja de Gaza deja al descubierto las contradicciones de los generales egipcios, que derrocaron a la monarquía en 1952 y, tras sucesivas y desastrosas guerras con Israel, firmaron una paz que sigue cosechando escaso respaldo en las siempre caóticas calles de El Cairo. Consciente de ese difícil equilibrio, Abdelfatah al Sisi -que se enfrenta en diciembre a unas elecciones sin rival- trata de que la ira popular no le arrastre: se ha negado a abrir el paso fronterizo de Rafah para los extranjeros y los palestinos con doble nacionalidad hasta arrancar el compromiso de que, a cambio, pueda entrar una exigua representación de la caravana de ayuda humanitaria que desde hace días acampa a las puertas de la frontera.
Consciente de ese difícil equilibrio, Al Sisi trata de que la ira popular no le arrastre
Un ejercicio de relaciones públicas que trata de esconder décadas de colaboración de los servicios de inteligencia israelíes y egipcios y un enemigo común, Hamás, y la preocupación de su auge entre las facciones que se disputan el liderazgo palestino. “Egipto se ha centrado en abrir Rafah para la ayuda humanitaria y luego establecer operaciones fronterizas más normales que podrían acomodar el paso de personas autorizadas, como ciudadanos extranjeros y algunos heridos, tal vez también rehenes si hay diplomacia en ese frente”, señala a El Independiente Michael Hanna, experto en Egipto del Crisis Group.
Egipto rechaza acoger refugiados palestinos
Desde que se iniciaran los ataques aéreos sobre Gaza en represalia por los ataques terroristas de Hamás, Al Sisi ha repetido la negativa a acoger refugiados palestinos en su territorio por dos razones. El motivo alegado intramuros es que esa posibilidad abriría la puerta al éxodo que se produjo en el pasado hacia Jordania o el Líbano, aniquilando las aspiraciones de los palestinos a contar con un Estado propio. “El desplazamiento de palestinos de Gaza hacia Egipto significa que se producirá el mismo desplazamiento de palestinos de Cisjordania hacia Jordania. Posteriormente, el Estado palestino del que hablamos y del que habla el mundo será imposible de implementar, porque la tierra está ahí, pero la gente no. Por lo tanto, advierto del peligro de este asunto”, deslizó Al Sisi este miércoles en una rueda de prensa con el canciller alemán, Olaf Scholz, desde el palacio de Itihadiya en El Cairo.
Una negativa basada en el derecho de los palestinos a permanecer en su tierra que tiene una cara B: Egipto se ha opuesto históricamente a la instalación de campos de refugiados en su territorio -carece de ellos, a diferencia de Líbano o Jordania- y no quiere bajo ningún concepto el escenario de cientos de miles de gazatíes asentados en la península egipcia del Sinaí, un vasto territorio de difícil orografía y una exigua población beduina donde el ejército lleva a cabo desde hace década una operación contra la insurgencia yihadista -entre ellos, la sucursal local del Estado Islámico- que ha dejado cientos de soldados y civiles muertos.
Israel tendría derecho a defenderse y a defender su seguridad nacional y, por tanto, a dirigir ataques contra tierras egipcias
El miércoles Al Sisi alertó de que, en caso de un éxodo masivo de gazatíes al Sinaí, esa zona del país -que ya fue ocupada por Israel- podría convertirse en "una nueva base de operaciones terroristas contra Israel". "Israel tendría derecho a defenderse y a defender su seguridad nacional y, por tanto, a dirigir ataques contra tierras egipcias", esbozó. “Egipto tiene razones de principio y de interés propio para oponerse a tales planes, y parece que Estados Unidos ha puesto en pausa cualquier esfuerzo de este tipo tras el rechazo que ha recibido de Egipto y de otros socios regionales”, destaca Hanna.
Un mediador cada vez menos fiable
“No está claro si la idea de un corredor humanitario hacia el Sinaí fue alguna vez una propuesta seria y si era algo que Estados Unidos estaba considerando seriamente. Pero las posturas de Egipto sobre esta cuestión vienen de lejos, ligadas al temor de que Israel traslade la carga de Gaza a Egipto y, en el contexto de esta guerra, al temor de permitir desplazamientos masivos, que pueden llegar a ser irreversibles. Pero a Egipto también le preocupan los vínculos entre los militantes del norte del Sinaí y los militantes palestinos, y le preocupa verse obligado a vigilar a esta nueva población palestina. Y, por supuesto, hay preocupaciones prácticas sobre cómo hacer frente a una afluencia tan masiva de personas”, agrega el analista.
La ambivalencia egipcia tiene otras coordenadas, derivadas de su propia situación interna. En 2013 Al Sisi lideró un golpe de Estado contra Mohamed Mursi, el primer presidente elegido en unas elecciones democráticas en la historia del país y miembro de los Hermanos Musulmanes, una organización nacida hace un siglo en El Cairo con sucursales repartidas por todo el mundo. Desde entonces el mariscal de campo ha firmado una brutal campaña de represión contra los islamistas pero también contra cualquier disidencia, incluidos liberales e izquierdistas. En mitad de esa persecución, Egipto declaró terrorista a la Hermandad y presionó sin éxito hasta la fecha para su ilegalización en Occidente. Los Hermanos operan legalmente en Europa y EEUU tras acabar en fiasco la investigación abierta en Reino Unido y las intenciones de Donald Trump de designarlos organización terrorista.
Hamás es la sucursal palestina de la Hermandad, establecida en 1987 por Ahmed Yassin, un clérigo palestino que entró en contacto con la cofradía durante su formación en El Cairo. Unas raíces que explican el recelo del régimen egipcio y su complicidad con Israel en el bloqueo de la Franja y sus 2,2 millones de habitantes. Esa realidad también ha limitado el papel de mediador que históricamente ha jugado El Cairo entre palestinos e israelíes. La ciudad costera de Sharm el Sheij adoptó el apodo de “ciudad de la paz” por albergar algunas de las cumbres que buscaron sin éxito una solución al conflicto que ha inflamado la región desde hace 75 años.
Pedro Sánchez acude a la cumbre que Egipto celebra este sábado
En un intento de recuperar ese papel central, el régimen egipcio albergará este sábado la Cumbre internacional sobre la crisis de Gaza a la que acudirán, entre otros, el presidente en funciones de España, Pedro Sánchez, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, o el responsable de política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell. También asistirán el presidente francés, Emmanuel Macron, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau.
La cita, que tiene como lugar de celebración un hotel militar en la nueva capital egipcia, corre el peligro de quedar arrasada por el vendaval de los acontecimientos, si Israel decide iniciar la operación terrestre. Su antecedente, la cumbre que debía celebrar Amán el pasado miércoles entre Biden, el rey jordano y Al Sisi, quedó suspendida tras el ataque contra un hospital en Gaza que dejó cientos de muertos y cuya autoría se recriminan Israel y la Yihad Islámica.
En el enésimo guiño a esa calculada equidistancia, Al Sisi ha sugerido esta semana que, en lugar de dirigirse hacia el Sinaí, la castigada población de Gaza busque un nuevo hogar en el desierto israelí del Néguev. “Los palestinos podrían ser trasladados allí hasta que Israel termine con lo que ha declarado que es una operación para eliminar a los grupos armados”, ha propuesto Al Sisi. “Y, una vez acabada, podría devolverlos a Gaza si así lo desea”, ha insinuado el presidente egipcio.
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