Es lo que él había imaginado en su cabeza. Las mismas composiciones, las mismas perspectivas. Esta vez la desgracia se lo ha facilitado. Los hongos que amenazaban con hacer agonizar el bosque precipitaron la búsqueda de una solución y con ella se volvió a dar vida a una de las obras más emblemáticas de Agustín de Ibarrola (Ariz, Bizkaia, 1930): el ‘Bosque de Oma’. Han pasado 41 años desde que comenzó a pintar aquellos árboles cercanos a su casa en Kortezubi (Bizkaia), en el valle de Oma. Esas composiciones tridimensionales en las que la perspectiva enlazaba los troncos de los pinos Monterrey y le permitían no sólo llenar de color el bosque sino crear figuras, líneas, círculos y geometrías. Con la brocha y una escalera, árbol a árbol, aquella creación de Ibarrola en plena naturaleza le requirió tres años de trabajo y pitar cerca de 500 pinos.
El tiempo lo maltrató y las instituciones lo olvidaron, pero fue la plaga de la ‘banda marrón’ la que estuvo a punto de matarlo tras dañar al 80% de los árboles. En 2018 la Diputación de Bizkaia decidió cerrarlo al público y plantear su rescate y recuperación. La solución no iba a ser sencilla. Los expertos recomendaron ‘migrar’ aquella singular y extensa obra de arte. Estudiado el entorno, no muy lejos de allí otro espacio, otros árboles, volverían a convertirse en composiciones de formas y color, en el nuevo ‘Bosque de Oma’. Lo harían además tal y como el autor vasco lo soñó, con todas sus formas y colores.
Desde este sábado el renacido ‘Bosque de Oma’ ya se puede visitar, previa reserva de hora. Reaparece más extenso. Las ocho hectáreas anteriores son hoy doce y los 500 árboles han pasado a sumar algo más de 800. En ellos los estudiantes de la Universidad del País Vasco que en dos fases se han encargado de reproducir todas las composiciones han pintado fielmente, cuidando las perspectivas, los 34 conjuntos que tenían que haber integrado toda la obra. Tres composiciones que se habían perdido ahora se han recuperado. Desaparecieron en 1989 por una tala indiscriminada llevada a cabo por los propietarios de los terrenos. Se trata de las composiciones denominadas ‘Mezquita de Córdoba’, ‘Homenaje al roble’ y ‘Amenaza nuclear’.
La obra al aire libre estuvo inicialmente conformada por 33 conjuntos artísticos, dibujos y composiciones. Cada uno con su singularidad, temática, perspectiva y juego de color. Un conjunto que Ibarrola pintó al aire libre poniendo en práctica el espíritu del movimiento ‘Equipo 57’ que él impulsó en París y que propugnaba la puesta a disposición de la sociedad de las obras de arte del modo más directo posible.
Una 'migración' de 800 árboles
Una de las claves de toda la operación fue encontrar una ubicación adecuada para hacer la ‘mudanza’ y recreación de una obra tan compleja. Ha requerido la digitalización de lo ya existente y posteriormente la localización de un espacio que permitiera reproducir el ‘Bosque de Oma’ del modo más fiel posible.
El delicado estado de salud de Ibarrola, que hoy tiene 92 años, no le permitirá recorrer los 1,2 kilómetros de recorrido que se han habilitado. A través del trayecto a pie, el visitante podrá situarse en los puntos indicados para ver la perspectiva adecuada de cada composición. ‘Te quiero’, ‘Homenaje al Greco’, ‘Rayo atrapado’ o ‘Los motoristas’ son algunos de los conjuntos que componen la obra.
Toda la labor se ha realizado con pinturas inocuas e implantando medidas de seguimiento y control que eviten el abandono y descuido en el que el ‘Bosque de Oma’ derivó durante los finales de los años 90. Se ha previsto una monitorización individualizada de cada uno de los árboles y se ha previsto un protocolo de seguridad para actuar en caso de incendio o situaciones de emergencia.
Ibarrola pertenece a una generación de grandes artistas vascos, entre los que se encuentran nombres como los de Eduardo Chillida o Jorge Oteiza. En su caso, luchó siempre con esculturas, pinturas y pasos adelante en forma de compromiso social y político. Su militancia le pasó factura; la de la censura y la cárcel en el Franquismo, la del olvido en la Transición y la del señalamiento en tiempos de ETA. No hace mucho Ibarrola era un artista repudiado y rechazado en instituciones vascas por su militancia en movimientos cívicos contra ETA y afines a formaciones constitucionalistas.
Las dotes artísticas de Agustín Ibarrola comenzaron a aflorar en plena posguerra. La presión social, política y económica no tardaría en despertarle curiosidad y suscitarle un compromiso en contra de la dictadura y de apoyo a las clases más humildes y trabajadoras. La España de la dictadura nunca le gustó. Ibarrola decidió viajar a París para continuar con su formación artística y escapar de la asfixia de la dictadura. Comprometido con la causa comunista y obrera, el artista vasco fundó en la capital francesa, junto con otros artistas, ‘Equipo 57’, una corriente de vanguardia en favor del arte racionalista abstracto.
Compromiso social y político
A Ibarrola las cosas no le fueron como soñaba en París y optó por regresar. Lo hizo una década después, en 1961. Su rebeldía y lucha contra el franquismo continuó. Una actividad por la que terminaría siendo detenido por primera vez y condenado por un Tribunal Militar a nueve años de prisión. Ibarrola no se vino abajo. No dejó de pintar desde la cárcel. Llegó incluso a sacar clandestinamente sus obras desde la prisión y logró que fueran expuestas en algunas ciudades europeas. Tras cuatro años encarcelado, Ibarrola no tardaría en volver a ser detenido, en esta ocasión junto a su hermano, por su actividad política. Fue de nuevo encarcelado en la prisión vizcaína de Basauri.
Con la democracia el clima no mejoró. Ni en lo artístico ni en lo personal. Crítico con las corrientes “comercializadoras” del arte que empezaban a absorben a artistas y galerías, Ibarrola siempre defendió su singularidad, alejada de la “homologación” imperante y en favor de un arte como servicio público y no como negocio. Una singularidad que junto a su significación política cada vez lo aislaron aún más por parte de instituciones y organismos públicos.
Entre 1982 y 1985 nace su obra más popular, el ‘Bosque Pintado de Oma’. La obra de Ibarrola sólo recibió el calor de sectores afines a la izquierda constitucionalista, como lo hizo Rosa Díez, cuando como consejera de Turismo del País Vasco en 2000 y convirtió al ‘Bosque Pintado de Oma’ en el emblema de su campaña, ‘País Vasco, Ven y cuéntalo’. Esta obra fue durante años víctima de numerosos ataques y del olvido de las instituciones vascas.
Lucha contra ETA
Para entonces, Ibarrola ya había comenzado a significarse contra la amenaza del terrorismo de ETA en aquella Euskadi aún silente que miraba hacia otro lado paralizada por el temor y la rutina. El compromiso de Ibarrola se plasmaría en otros muchos momentos. Es el autor del conocido ‘Lazo Azul’ con el que por primera vez la sociedad vasca salió a la calle para reclamar en 1997 la puesta en libertad del empresario Julio Iglesias Zamora. De su mente y sus manos también salieron otros símbolos contra ETA en forma de logotipos del ‘Foro de Ermua’, o de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT).
Ibarrola se convirtió en un habitual de las concentraciones minoritarias en sus inicios, del movimiento Gesto Por la paz que en silencio repudiaba en plena calle cada atentado de la banda terrorista. Cuentan en su entorno que fue precisamente en una de ellas en las que vivió el momento más humillante de su vida, cuando en las contraconcentraciones organizadas por la izquierda abertzale, y que se situaban frente a las de Gesto por la Paz, fue agredido, arrebatándole su inseparable boina y ésta fue pisoteada.
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