Siempre se ha dicho que España, en referencia a su riqueza cultural y paisajística, es un país de contrastes, un mosaico cuyo atractivo emana de una diversidad genuina que –sin perder su esencia– se complementa.
Ahora sabemos que –al igual que muchos otros – también es un país de contradicciones y paradojas.
Y aunque éstas son muchas y variopintas, y suelen ser tan asiduas (especialmente en el ámbito social y político) que llegan a pasar desapercibidas; llama poderosamente la atención, la paradoja que estamos observando estos días: la referente a la amnistía. Un tema que hace muy poco (concretamente durante la época “dorada” de Albert Rivera) era considerado casi como un tabú; de buenas a primeras, y de la noche a la mañana, se convierte en algo tan habitual, que es prácticamente imposible encontrar una conversación, diálogo o coloquio en el que no imprima su impronta.
La amnistía –hoy término estelar en todas las tertulias– era una palabra que ayer, para poder mencionarla, había poco menos que santiguarse para evitar que caiga sobre uno la cólera de “Zeupockritus” (el Zeus de aquí).
Pero la irrupción de Junts en el escenario político, con sus codiciados e imprescindibles siete escaños, lo cambió todo.
Con solo 7 escaños de los 350 que componen el Congreso, ha puesto en jaque a todo el país
Junts, más desafiante y menos “discreto” que ERC, ha puesto a Sánchez y a su gobierno en funciones –y por ende a España entera– entre las cuerdas: Sin amnistía y referéndum para Cataluña no habrá investidura. Junts, como un jugador implacable y decidido, lo apostó todo a una carta. Con solo 7 escaños de los 350 que componen el Congreso, ha puesto en jaque a todo el país. Ha visto en el anhelo de Sánchez de hacerse con la Presidencia del Gobierno, a costa de lo que sea; la oportunidad perfecta de ponerlo de rodillas y suplicar –renegando de lo que antes decía– la ansiada investidura.
Lo ha puesto de rodillas, porque estaba seguro de que tarde o temprano sucumbiría a la tentación, y se olvidaría de la deshonra que significa para cualquier persona (y más para alguien que aspira al liderazgo) desdecirse en asuntos de vital importancia; y porque lo ha visto –como lo hemos visto todos– que, de tanto arrodillarse ante la dictadura alauí (aunque en este caso sea por razones que ignoramos) sus rodillas, a fuerza de erosionarse, se han encallecido.
En un reto sin precedentes en la historia de la democracia, Junts, sin cohibirse, le ha dejado claro a Sánchez que, para que su investidura llegue a buen puerto, solo tiene una alternativa: ¡Un trueque!. La Presidencia del Gobierno a cambio de la amnistía y referéndum para Cataluña.
Y aquí está la verdadera paradoja, la madre de las paradojas: La élite intelectual y política del país (analistas, catedráticos, periodistas, juristas e incluso filósofos) en vez de centrarse en la naturaleza extemporánea y antidemocrática de la petición (trueque) de Junts, se enzarzó en debates estériles sobre la viabilidad constitucional y jurídica de la amnistía.
Aquí, por lo pronto, Junts ya cosechó una primera victoria: Desviar la atención de todos, de la esencia improcedente de su petición y focalizar el debate, únicamente, en la viabilidad jurídica de la misma.
Un trueque que Sánchez –quiera o no– tiene que aceptar, pagando un rescate y evidenciando que, a todas luces, es rehén de su ansia de poder
Junts condiciona la investidura de Sánchez a una ley hecha a su medida –que además debe ser votada en un “tiempo record (específico)” por el Parlamento español– y, como si no pasara nada, el debate se centra en la viabilidad constitucional de esta ley. Nadie se cuestiona por qué esta ley se presenta en forma de trueque y por qué se da un plazo (coincidente con la investidura) para su adopción, como si de un rescate se tratara. Una ley como esta –según los expertos en la materia– debe ser amplia y rigurosamente motivada en sendas ponencias. Y ¿Cuál es la motivación de la ley de amnistía de Junts? Una motivación surrealista: Es una condición sine qua non –que ha puesto Junts– para efectuar el trueque.
Junts podía haber sido condescendiente, haber guardado las apariencias y conformarse con el planteamiento de su ley de amnistía y con la posibilidad de su adopción en un futuro, y no exigir su implantación de inmediato; y así tendría sentido relativamente –solo relativamente– la desviación del debate a los derroteros a los que, atónitos, estamos asistiendo. Pero no, Junts –demostrando que lleva la voz cantante– no solo no disimula sus intenciones, sino que se esfuerza al máximo en que todos vean su petición como lo que es: un trueque que Sánchez –quiera o no– tiene que aceptar, pagando un rescate y evidenciando que, a todas luces, es rehén de su ansia de poder.
Y nosotros, que no somos catedráticos, ni juristas, ni filósofos, pero que, modestamente, tratamos de guiarnos por el sentido común, creemos que una democracia, que se considera consolidada, no puede ni debe permitir que su Presidencia del Gobierno dependa de un trueque.
Un trueque en el que, además, la otra parte –por poseer solo 7 diputados de 350– se empeña en que se vea como tal, al exigir, nada más y nada menos, que la implantación de una ley (elaborada exclusivamente para favorecerla) en un tiempo previamente limitado por ella misma.
Si durante las elecciones –municipales, regionales o generales, e incluso sindicales o de cualquier otro tipo– se considera un fraude la compra de votos ¿Cómo no se va a considerar un fraude la compra de toda una investidura, o lo que es lo mismo, la compra de toda una Presidencia del Gobierno?
En un vano intento de justificar lo injustificable, el señor Sánchez alega: “la amnistía es una solución al problema de la convivencia en Cataluña”. Le creeríamos si él mismo no hubiera descartado y denostado, hasta hace bien poco, esta ley de amnistía que, de repente, se ha convertido en una pócima mágica que va a resolver todos los problemas; cruda y simplemente, porque él arde en deseos de ser investido presidente del Gobierno.
En conclusión, en condiciones normales (en plena legislatura y con un gobierno constituido y no uno en funciones) y de forma sosegada, abordar el tema de la amnistía, por muy controvertido que haya sido su planteamiento en el pasado, a nadie le extrañaría; pero llevar a cabo un trueque para forzar una ley de amnistía en un tiempo record, porque de ella depende una investidura; y pretender que eso se perciba como algo normal; es subestimar el intelecto colectivo, al tratar de engañar a la ciudadanía con artificios y prácticas poco ortodoxas, que constituyen atajos para eludir las reglas de la democracia que –en palabras de Yolanda Díaz– “nos hemos dado entre todos”.
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