Agustín Ibarrola, el artista que se enfrentó a ETA y sufrió las consecuencias, ha muerto a los 93 años. Contemporáneo de grandes nombres de la escultura vasca como Eduardo Chillida o Jorge Oteiza, su militancia durante el franquismo y la democracia le costó padecer el ostracismo y las amenazas de los violentos, que no dudaron en atentar contra la que quizá fue su obra más emblemática y conocida, el Bosque de Oma, reinaugurado hace pocas semanas

Nacido en Ariz, Vizcaya, en 1930, seis años antes de la Guerra Civil, con solo 18 años expuso por primera vez en una galería de Bilbao. Sus primeros pasos artísticos le valieron una beca en el taller madrileño de Daniel Vázquez Díaz. Por aquella misma época, sus bocetos para la nueva basílica del santuario de Aránzazu, en Guipúzcoa, diseñada por Francisco Javier Sáenz de Oiza no dejaron indiferente a la sociedad de los 50.

Comprometido con la causa comunista y obrera, fundó junto a otros artistas españoles el movimiento racionalista abstracto Equipo 57

Desconectado del ambiente artístico y social del franquismo de los años 50, Ibarrola se trasladó a París. Comprometido con la causa comunista y obrera, fundó junto a otros artistas españoles el movimiento racionalista abstracto Equipo 57. Regresó a España en 1961, donde no decayó su militancia. Su actividad clandestina le costó una condena de nueve años impuesta por un tribunal militar. Estuvo cuatro años en prisión, donde no dejó de pintar, e incluso sacó su obra clandestinamente para que se expusiera en varias ciudades europeas.

Poco después de recuperar la libertad volvió a ser detenido junto a su hermano. Tras aquello, Ibarrola decidió consagrarse a la pintura y la escultura y alejarse provisionalmente de la actividad política. Pero su compromiso previo le hizo objeto de ataques y amenazas de muerte. En 1975, pocas semanas antes de la muerte de Franco, un ataque, presuntamente perpetrado por los llamados Guerrilleros de Cristo Rey, incendió su caserío taller y buena parte de su obra.

Con el avance de la democracia, Ibarrola no abandonó su compromiso, ni artístico ni político. Muy crítico con las corrientes comerciales del arte y su instrumentalización por parte de las instituciones, optó por una posición marginal en el mejor sentido de la palabra. Frente a la mercantilización y la homologación, él siempre defendió el arte como un bien social y no como negocio. Eso provocó su aislamiento durante muchos años.

Composición del 'Bosque de Oma' de Agustín Ibarrola. | EUROPA PRESS

En 1982 comenzó a pintar su obra más conocida, el Bosque Pintado de Oma, una obra de arte inmensa que él construyo pintaba los árboles cercanos a su casa en Kortexubi llenando todo el bosque de color y creando figuras geométricas. Lo hizo subido a una escalera y con una brocha y durante tres años llegó a pintar más de 500 pinos.

Aunque fue olvidado a su suerte la puñalada de muerte la recibió por la 'banda marrón' aunque como contó en este periódico Mikel Segovia, tras su reinauguración hace menos de un mes, en 2018 la Diputación de Bizkaia decidió cerrarlo al público y plantear su rescate y recuperación. "La solución no fue sencilla. Los expertos recomendaron ‘migrar’ aquella singular y extensa obra de arte. Estudiado el entorno, no muy lejos de allí otro espacio, otros árboles, volvieron a convertirse en composiciones de formas y color, en el nuevo ‘Bosque de Oma’. Lo hicieron además tal y como el autor vasco lo soñó, con todas sus formas y colores", escribiría entonces.