Irene Montero e Ione Belarra se han despedido de sus ministerios como de un verano de señoritas, entre enfurruñadas, colegiales, melancólicas y gamberrillas. Se despiden ellas o se despide todo Podemos, del que apenas quedaba la señora de Tal y algún refuerzo doméstico, que es lo que parecía Belarra, una más de esa gente que entraba a dedo en la casa de los Iglesias para ayudar con el fogón, el plumero o el encalado. Podemos era ya una franquicia familiar, como una empresa de embutidos, o un divertimento familiar, como una casita de árbol. Aunque a diferencia de Pablo Iglesias, que no sabía qué hacer en el Gobierno, donde parecía un cabrero de la izquierda jubilado, Irene Montero sí encontró su misión en un feminismo radical, agresivo, iconoclasta, corporativo, montonero, cursi y casi privado, que estaba ente la furia amazónica y el anuncio de Anaïs Anaïs. Tan cursi y privado que Montero y Belarra aún creen que les han quitado los ministerios por feministas y guerrilleras, cuando sólo se los han quitado porque Podemos ya no le sirve a Sánchez.

Irene Montero e Ione Belarra se han despedido con el corazón encogido y apretado igual que un puñito de mitin, que ya no es un mero gesto sino una característica anatómica, como la pinza del cangrejo, y que ellos también enarbolan ahora mientras se entierran en la arena. Lo que han querido decir o gritar o llorar las dos exministras, con las que se va toda una época, como con las telefonistas, es que no sólo les han quitado sus dos ministerios como dos top manta volados, sino que se ha despreciado o incluso derrotado al feminismo. Ha vencido el patriarcado, sustanciado esta vez en esos “amigos de 40 y 50 años” de Sánchez, así todos dispuestos como en un tendido de los toros o en un jurado de Miss Cuenca; esos amigos que el presidente contó que se le acercaban a decirle que se sentían incómodos con el feminismo como con tanga. Ya ven lo naifs que son el fondo, que todavía se creen las cosas de Sánchez.

Sánchez santificó la ley del ‘Sólo sí es sí’, de la que dijo sentirse “orgulloso”, igual que luego la enterró cuando le convino, sin cambiar la cara, que ya sabemos que la lleva atornillada. Exactamente igual que abraza ahora a Yolanda y antes abrazó a Iglesias, por esos mismos saloncitos de música del Congreso que parecen hechos para el adulterio galante. El feminismo de Montero sin duda es simbólico, que no importan tanto las mujeres, así en general, fuera del enjambre de sus manifestaciones y de la doctrina de sus catecismos, sino cómo quedan sus consignas al sol, como malvas telas bizantinas, y cómo quedan sus heroínas o mártires ante los varios tribunales masculinos del mundo, desafiando no la desigualdad ni el delito ni el daño sino al propio tribunal. El feminismo es simbólico para Montero, pero para Sánchez es meramente instrumental. Como lo es todo. Como lo es Podemos. Como lo son Yolanda y Puigdemont. Y hasta la misma democracia.

Montero y Belarra se han despedido con recadito para Sánchez, que a uno le ha resultado hasta tierno que aún no lo conozcan. No sólo fue el desastre de la ley del ‘Sólo sí es sí’, es que Podemos, esa franquicia de juegos familiares, con el obrero como un madelman y la mujer y el feminismo como una muñeca para peinar, una Rosaura de tamaño natural; Podemos, decía, ya había revelado su incompatibilidad con la realidad, con la ley y con el Estado de derecho. Toda esta izquierda es incompatible, aunque ellos sigan hablando del “bloque democrático”, que les suena más allá del Telón de Acero porque ellos siguen allí, tristes como el torero de Sabina. Su “democracia” se parece a la de Puigdemont, coyuntural, demediada, sesgada, manipulada, satírica o todo a la vez, que quizá por eso se llevan tan bien. Pero eso a Sánchez le da igual. O eres útil para Sánchez, y te llevas un ministerio para colgar garrotas y salchichones, como Óscar Puente, o no eres útil para Sánchez y tu cruzada feminista, que también fue la del presidente en los días gloriosos y perfumados, se acaba en la parada del autobús.

Montero y Belarra se han despedido de sus ministerios como de un verano de primos, playa y helados, y se han despedido de Sánchez como del ligón que las sedujo en la arena, un poco como aquel policía infiltrado y la activista indepe

Montero y Belarra se han despedido de sus ministerios como de un verano de primos, playa y helados, y se han despedido de Sánchez como del ligón que las sedujo en la arena, un poco como aquel policía infiltrado y la activista indepe. Había recuerdos, rabia y una lagrimita como de Peret en esa despedida. Y todavía ingenuidad, que me parece que el único que ha tenido maldad y vista es Iglesias, y se quitó pronto de en medio para manejar el negocio familiar desde la rebotica. Podemos se ha vuelto tóxico, no porque haya cambiado su doctrina sino porque han volado los votos y su influencia. Ahora es Yolanda la izquierda en las nubes, la izquierda con el corazón en un puño, que no lo va a hacer mucho mejor que Podemos o que la izquierda que estuvo antes y que lleva fracasando toda la historia. Pero esto, claro, a Sánchez le da igual.

Montero y Belarra se despedían como del barco de Chanquete y le reprochaban a Sánchez su deslealtad, su desagradecimiento, su desmemoria. A Sánchez, ya ven. Podemos no inventó el feminismo, ni la izquierda de toda la vida, que por eso es de toda la vida. El feminismo y la izquierda sobrevivirán a Podemos y, salvo en casa de los Iglesias, nadie los echará de menos, que cada botellín proletario viene con un mesías. No, Podemos no inventó el feminismo, ni la izquierda, ni mucho menos el sanchismo, que sigue ahí precisamente porque Sánchez les puede dejar sin ministerios, sin pan y sin beso sin cambiar la cara, que ya sabemos que la lleva atornillada.