Sánchez también tiene que desfilar un poco ante Aragonès, convertido por el estrellato de Puigdemont en secundario o en guardafinca del Palau de la Generalitat, en el Chu-Li del Falcon Crest catalán. Puigdemont gobierna sentimentalmente el independentismo por Europa, desde castillos ambulantes y nidos de águila, y aquel palacio de la plaza de Sant Jaume, que siempre ha parecido un parador toledano, es más parador que nunca con un Aragonès de reparto y cáterin, trayendo y llevando bandejas y espadones de cortar tartas presupuestarias. Esquerra siempre ha sido más suave con Sánchez y más complaciente con el posibilismo (que es el posibilismo de la pela), sobre todo desde que Junqueras se nos esponjó en la cárcel. Y la verdad es que sigue siendo así, incluso aunque ahora digan que en ERC están obligados a competir en dureza y pureza con el gran castigador, con el Pichi de Waterloo. Yo creo que sólo compiten en protocolos de visita, que si Puigdemont recibe en triclinio, Aragonès recibe como con guardia de Willy Wonka. ERC sigue sonando más a pela y Puigdemont sigue sonando más a cristazo, pero Sánchez tiene para ambos.

Sánchez, que sabe darle su sitio a todos, que maneja el carné de baile igual que sus caderas sabrosonas, ha ido a ver a Aragonès, a quitarle celillos, a dejarle ser president cuando Puigdemont parecía haber recuperado ese título, no ya honoríficamente sino efectivamente, después de aventuras y pactos en hoteles como trenes o trenes como hoteles, a los que el PSOE acudía a entregarle la llave gorda del Estado como la llave gorda de una ciudad castellana, estas ciudades que parecen cajas de música antiguas. Aunque en el Congreso Rufián castigue a Sánchez como un sultán turco a una cautiva de folletín, creo que ERC es más manejable, más venal, más asequible. Junqueras ya digo que se esponjó mucho en la cárcel, en el agua de los mendrugos, mientras que Puigdemont no sólo pelea por su republiqueta sino por su supervivencia. Esquerra aún puede ser ese parador de la pela y del catalanismo retórico y confitero, mientras que Puigdemont sólo puede ser presidente de su república o nada, como un aspirante al trono sólo puede ser rey o nada. Y la posibilidad de ser nada, de volver a ser nada en realidad, es algo que motiva y enardece sobremanera.

A Sánchez se le ve más cómodo visitando el parador de la Generalitat que teniendo que buscar / esquivar a Puigdemont por Europa, que todavía nuestro presidente no se atreve a llevarle él mismo el oro, el incienso y la mirra

Sánchez sirve a muchos amos, y entre ellos está un independentismo posibilista y otro independentismo carlista. Los dos creen lo mismo y persiguen lo mismo, la redención y apoteosis de su tribu elegida y caída, pero sigo pensando que tienen tempos diferentes. ERC puede pensar en rearmar su secesionismo con todo el dinero españolista y mucha paciencia o pachorra, esa pachorra de Junqueras, mientras Puigdemont está en plena vorágine guerrera, superviviente y vengativa, con más sangre que pela y más recochineo que rodalies. A Sánchez se le ve más cómodo visitando el parador de la Generalitat que teniendo que buscar / esquivar a Puigdemont por Europa, que todavía nuestro presidente no se atreve a llevarle él mismo el oro, el incienso y la mirra, o la cajita de música castellana siquiera, que ya están más que negociados.

Desde el Palau de la Generalitat, ese convento con huéspedes o ese mesón con monjes, Sánchez ha vuelto a montar la misma mesa de negociación que ya se supone que estaba montada, y que tampoco ha servido demasiado para hacer república, sólo para esponjar un poco más a Junqueras. Justo desde donde Puigdemont dio su discurso antes de que se aprobara el 155 y antes de pirarse disfrazado de lagarterana, Sánchez rubricaba cosas de fábricas de chips, de trenes costeros o de nuevas concesiones lingüísticas que siempre son la misma, o sea no tanto ir expandiendo el catalán donde se habla catalán sino ir metiendo el catalán donde no se habla catalán. Después de lo que hemos vivido últimamente, esto parece un alivio, un flashback, volver casi al pujolismo de buen paño y buen cobre, a seguir pagándoles los paradores y la nostalgia, la secta llorona y los camareros andaluces. Lo que ocurre, ya digo, es que Sánchez tiene muchos amos y tiene intención de servir a todos. Eso sin contar con que, en el mejor de los casos, todo esto significa que hemos dado por perdida a Cataluña.

Tanto asusta lo que está haciendo Sánchez, es decir cualquier cosa, que se nos olvida lo que ya está hecho, por él y por otros antes que él, en Cataluña. En realidad hace mucho que hemos abandonado a Cataluña, que la hemos dejado a merced de los independentistas y de sus paradores santos y folclóricos. Hace mucho que Cataluña se ha convertido en una isla en la Constitución y en el imperio de la ley, en un lugar donde la igualdad es imposible, donde lo público (o sea lo común) no existe, donde lo institucional es sólo un botín para la causa secesionista y la ciudadanía sólo se entiende como la adscripción a una ortodoxia ideológica. Tan espantados estamos, viendo cómo España se convierte en una Banania con presidente sambista, que se nos olvida que los independentistas ya han convertido a Cataluña en eso mismo.

Sánchez también va a ver a Aragonès, a desfilar ante Aragonès y su guardia de aspiraciones vaticanas o ginebrinas, y hasta podemos tener la tentación de creer un poco lo de la concordia y el reencuentro cuando se habla de trenes turísticos, tasas municipales y subtítulos de películas. Pero la verdad es que el reencuentro y la concordia ya son imposibles hace mucho en Cataluña. Mirando a Sánchez con Aragonès o con Puigdemont, con sus muchos socios, todos con diferentes castillos y diferentes menús, desde una Barcelona toledana o un Waterloo pirata a una Donosti paleolítica o una Pamplona de plomo; viendo, en fin, que Sánchez tiene muchos amos y que nuestro presidente tiene para todos ellos, nos damos cuenta de que no se trata de salvar Cataluña sino de salvar el resto de España.