Queridos Reyes Magos:
No voy a vender la tradicional moto de que he sido bueno, porque seguramente dependerá de a quién preguntes. Yo creo que sí, pero para eso tenéis un buen research y vivimos en la era de la data. Seguramente, después de esta carta me ganaré algunos enemigos. Pero sin embargo, no voy a pedir nada para mí, que ando sobrado de todo cuanto deseo, sino para las miles de personas que dependen de un negocio, el musical, que está viviendo un momento convulso. Animado, sí, con más demanda que nunca. Pero también sobrevuelan enormes peligros para la creación de una forma de arte tan antigua como la humanidad misma.
Uno de mis mejores amigos, músico de profesión, titulado y experto en bandas sonoras, recibió hace poco una carta por la cual prescinden de sus servicios en una gran productora de videojuegos. Poco a poco le fueron relegando desde componer el score completo a diseñar los efectos especiales de gestos y golpes. Ahora ya ni eso. Pido para él, y para los músicos en paro, que aprendan rápido a hacer monerías en redes sociales para que alguien con ganas de invertir en talento real se dé cuenta de que existen. Ya he dicho a mi amigo que si aprende a hacer música con maullidos de gato, llegará a fin de mes. Dadles a todos ese don, u otro similar.
En el otro extremo, la concentración de fortunas en manos de artistas que llenan estadios no suele llevar aparejado que esa riqueza se reinvierta en creación. Pido para Shakira que los millones que se embolsa gracias a nosotros, y hasta los que nos debe, se gasten en creadores. Que una triste y ramplona habitación con Bizarrap de espaldas (otro que amasa fortunas) haya sido el escenario del videoclip del año dice poco en favor de una apuesta por la creación. Y lo peor: habiendo panoja fresca, como consta en sede judicial que hay.
Que se fastidien los creadores audiovisuales, que con eso ya nos vale para hacernos de oro. ¿La era del videoclip artístico ya pasó a golpe de ahorro? No digo que se produzca otro "Thriller", pero ¿de verdad que no hay buenas ideas? Tampoco ha derrochado ingenio el clip con el que han vuelto los Stones, pero al menos, está bien hecho y cumple su cometido. Los millennials pueden aprender de estos señores de 80 años:
Contra el filtro burbuja musical
A propósito, voy a pedir algo para los más jóvenes. Que no se encierren en sus playlist. Uno de los efectos colaterales de la música a la carta con la que ya han crecido nuestros chavales es la idiotez. Etimológica, cultural, y radical. Y, Dios me libre de referirme a la afición de algunos por los ritmos latinos que tanto dinero fresco han traído a Sevilla con los Grammy. Hablo de ese autoconfinamiento al que nos condena nuestra propia lista de éxitos. Sus majestades, por favor, pongan como ejemplo esa proverbial playlist elaborada con insignes expertos, en la que poder escuchar pop alternativo español de la Movida, a Taylor Swift y la mejor canción de Elton John de los 70. Bienaventurados serán quienes la descubran, porque de ellos será el cielo del disfrute por lo que a otros encanta.
En ese mundo ideal en el que los adolescentes os piden un walkman de casete (caso real, el de mi hijo), uno de los primeros efectos sería la descentralización de la música en directo. En vez de no caber un alma en un estadio, cualquier músico con talento llenaría los miles de pequeños escenarios en los que se ha escrito la gloria tantas y tantas veces en el pasado. Que haya más jóvenes como Arde Bogotá, que se lo curraron de concierto en concierto hasta que los fichó Sony.
Vivir de la música
Pero no todos los creadores musicales son músicos, como ya sabéis. En sus dormitorios, invirtiendo el poco tiempo que les deja sobrevivir, miles y miles de muchachos queman sus cejas en monitores desgastados para encajar canciones sin más beneficio que un puñado de likes y algún comentario. Las omnipresentes plataformas pagan cada vez peor a los creadores que nosotros con nuestra atención convertimos en élite, y nada a los que lo hacen muy bien si no tienen un millón de views. Por favor, conceded todo lo que os pidan personas tan hábiles con el sentido del ritmo como el DJ ibicenco José Guillén, que se marca sesiones inolvidables con clásicos bailables. Pero en su casa. Sobre todo, dadle lo que pidan si se trata de material para seguir haciéndolas. Si ya pudieran vivir de esto, ya sería lo más. Pero no sé si he sido tan bueno como para pedir eso. Él, sí lo es.
Claro que, como en todo, a veces se trata de saberse vender bien y dar al público, que no tiene tiempo ni ganas de profundizar en ti, algo digerible y con una altísima dosis de hedonismo. Como si nos fuera bien a todos. El ejemplo más evidente de creadores de contenido que han encontrado un filón musical sin tocar ni un solo instrumento lo protagoniza esta pareja idílica. Se hacen llamar Flavour Trip y viven de esto viajando alrededor del mundo. Venden hasta la ropa que se ponen. Su éxito consiste en encontrar escenarios en los que uno cocina mientras el otro pincha, y viceversa. No pido que no existan, por favor, sino que haya más como ellos.
No puedo terminar esta carta sin pedir seguridad para los trabajadores de la música. No solamente económica, para que puedan vivir de esto si son buenos, sino ya física. Aunque sean musicales, los entornos de trabajo no han de ser peligrosos, ni extenuantes. Andamios y carreteras han segado centenares de vidas.
Más generosidad
Pido también más iniciativas para la paz. Recuerdo que John y Yoko pagaron de su bolsillo una campaña llamada “War is Over”.
No he visto que ningún artista multimillonario haya querido devolver a la sociedad que le ha encumbrado ni una pequeña parte de lo obtenido. Queridos Reyes Magos: me atrevería a pediros que, con independencia del país en el que nazca un talento, haya sistemas que le conviertan en el nuevo Malikian, o al menos le den la oportunidad de que yo pueda escucharles tocar un instrumento. Se ven pocos casos como el del camerunés Richard Bona. Y pudo sacar la cabeza en este mundo saturado porque hubo personas que sí tenían talento y apostaron por él.
Por supuesto, no es la primera vez que pido insistentemente más conciertódromos. Las grandes giras han de poder caber, y si puede ser, con buena acústica. Tampoco es bueno para este negocio que el que no viva en Madrid o Barcelona se las pierda todas. Está bien buscar la rentabilidad, pero quizá haya alguna alma caritativa en los organismos culturales de nuestros gobiernos que considere una prioridad crear más espacios para la música. Casi tanto interés como el que algunos ponen en censurar obras de teatro en calzoncillos.
Sé que pido mucho, y quizá me conforme con una entrada para ver a Taylor Swift en el Bernabéu. No sé, lo que podáis hacer me sonará bien. Gracias.
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