Nadia Calviño venía al Círculo de Bellas Artes de Madrid y uno la veía como extranjerizada y monetizada de todo el dinero que no tenemos aquí, de todo ese dinero europeo que pedimos por allí, y donde ella manda ahora, extraña o irónicamente.

Es así, quizá, como se convierte una ministra de las crisis, las escaseces y las estufas en una especie de sueca despampanante de la economía, muy admirable y muy digna de homenaje. Calviño de vuelta a Madrid era una sueca repentina en la calle de Alcalá, como una sueca repentina en la Fontana de Trevi. Era como una indiana de un mes, era como la náufraga de un veraneo, era como una heroína o una estrella que vuelve al pueblo y es recibida en el apeadero con boinas al aire. Calviño todavía no ha hecho nada, apenas irse a Europa por no estar aquí y seguir mirando el dinero un poco de lejos, aunque del otro lado, del lado del dinero. Pero allí las esperaban “las mujeres” ('las mujeres con Nadia Calviño', decía el cartel, como si aquella salita del Círculo de Bellas Artes fuera un arca de las últimas mujeres). “Es una cosa de amigas”, me dijeron, y pensé que pocas veces se había definido tan bien la política pura.

Una cosa de amigas, una cosa entre amigas, como algo de José Luis Moreno. Pensé que a Calviño le hacían una fiesta como del divorcio de Sánchez o de España, esa España que en Europa sólo llega como un rumor de oleaje pidiendo dinero.

Yo todavía no entiendo que a una ministra supuestamente tan buena, casi milagrosa, capaz de convertir el frío y las velas de mocos del españolito en un hotel de hielo sanchista, como ese hotel de hielo que hay en Suecia; todavía no entiendo, decía, que a la cabeza fría de un Gobierno de pisaverdes, piernas y tuercebotas la pierda el presidente para que la tengan en Europa de máquina expendedora de hielo más que de dinero, que uno se la imagina diciendo que no a todos los pedigüeños como Sánchez. Pero seguramente ya no necesitamos ministros, sólo soldados y robacarteras. No sabe uno si lo de Calviño es un ascenso, un despido, una jubilación o una renuncia, pero aún le deja amigas, no como García-Page, que va a tener que echarse de colega a Bertín Osborne. No es poca cosa que el sanchismo todavía deje amigos, porque significa que hay un festivo PSOE de su lado cuando nos creíamos que el sanchismo apenas era un sotanillo en la Moncloa.

“Las mujeres” que decía el cartel, esas mujeres supervivientes o paradigmáticas, europeístas o agradecidas, empoderadas o cumpleañeras, eran por supuesto mujeres socialistas. Además, eran mujeres socialistas de cierta solera, veteranía o pasamanería, un predominio de la estética chicas de oro que me chocó. Me chocó porque me pareció el público inverso al que va a ver, por ejemplo, a Felipe González o a Alfonso Guerra para oírles hablar del socialismo auténtico de cuchara de palo, gafa gorda y Santa Constitución, y contra el advenedizo de Pedro Sánchez. Se diría que el socialista masculino veterano va con libro, teleprograma y garrota contra Sánchez, pero la socialista femenina veterana por lo visto está satisfecha y hasta inspirada, y piensa más que nada en quedar con sus amigas para celebrarlo.

Estaba Paca Sauquillo, la mítica inventora de la ONG como la mítica inventora de la sopa de madre. Y Magdalena Álvarez, que fue como la Calviño de Chaves además de la Calviño de los ERE (con permiso de María Jesús Montero, que no podía faltar en esta fiesta de sustos retrospectivos); una Álvarez que hasta estuvo de vicepresidenta donde ahora está Calviño de jefa o de cisne de hielo. Parecía un espectro (o lo era), que se me hacía más extraño que se aparecieran allí los ERE que no que Calviño se hubiera transformado en sueca, en calvinista o en soltera de fiesta de solteras yeyé. Calviño apareció tarde, como todas las estrellas, pero no parecía una estrella ni una sueca sino la señorita de la Caja Rural de toda la vida. Quizá no hace falta mucho más para ser ministra, ni para estar en Europa contando el dinero como el que cuenta ovejitas. Lo mismo no perdimos una ministra, sino sólo la señorita que te daba una sartén por quedarse con todos tus ahorros.

Calviño, entre amigas y ministras, lo que parecía era una repetidora, más al lado de Isabel Rodríguez, que es como el hada Campanilla del sanchismo con cerbatana envenenada. El caso es que se abrazaban como en los exámenes de septiembre, o como en los reencuentros de exalumnos, y yo me daba cuenta de que Calviño había puesto ya algo de distancia y de soledad con el sanchismo y quizá toda esa fiesta la incomodaba en el fondo. Vi pasar también a Teresa Ribera, rápido, como si persiguiera a algún juez. Pero luego todo desapareció o se apagó, las luces malvitas de la sala y hasta el retrato de Calviño proyectado en una pantalla con aire diría que intencionadamente póstumo. Sí, todo se esfumó cuando llegó la primera dama, Begoña Gómez, de un rojo madre de dragones o sacerdotisa roja. No fue como si llegara otra amiga, ni siquiera la mujer del jefe, sino como si hubiera llegado algo entre Lady Di y coronel de artillería. Me pareció la única capaz de quitarle a Calviño el sitio y a nosotros las sartenes.

Calviño entre amigas que la celebraban me pareció Calviño entre amigas que la mataban, como se va a matar al muerto siempre en su entierro, que decía Umbral. Calviño, ascendida o amortajada, como Chaves, eso sí que es política. Aunque Calviño ya sólo esté por ahí en la Caja Rural de Europa, contando dinero o sartenes, y aunque la amable señora encargada de aquello, antes de echarme, insistiera en que era un evento privado, una cosa de amigas. Nada de mensaje político, sólo celebrar que Calviño era la primera mujer que dirigía el BEI, aunque siguiera pareciendo la cajera de Sánchez o la sartenera nacional, como un calderero real. Pero sí que había política, y tanto.

En la fiesta de Calviño estaba el socialismo eterno, transversal e incólume, sustanciado en Magdalena Álvarez. Y el feminismo como de enfermeras de guerra o de monjas socialistas. Y la banalidad del sanchismo en esa Isabel Rodríguez como con ministerio de casita de chocolate para comer niños. Y el actual PSOE olvidado de PSOE y aceptado como fiesta con matasuegras, como despedida de soltera con presidente en tanga. Lo mismo Sánchez salió luego de una tarta, quién sabe. No pude verlo porque cerraron las puertas como en una cosa de sacerdotisas de Isis o de sacerdotisas de Sánchez, como de un gurú melenitas.