Ni siquiera el infierno debería parecerse a Ravensbrück. En aquel lugar se practicó el mal más cruel, el que surge desde las entrañas más oscuras. Ahora apenas queda nada, sólo su historia casi desconocida, silenciada durante demasiado tiempo, enterrada entre toneladas de vergüenza y olvido. Donde hoy se levanta un memorial y monumentos de recuerdo, ni siquiera el lago es lo que parece. Sus aguas son en realidad una inmensa fosa común. A ellas se arrojaban los restos de miles de mujeres incineradas cuyos cuerpos, a menudo torturados y humillados, portaban sus compañeras de barracón hasta el horno crematorio.

El nombre del campo de concentración levantado por los nazis, ‘Puente de los cuervos’, era el que daba la bienvenida. Lo hizo a más de 130.000 mujeres, 50.000 de ellas no salieron jamás de aquel infierno. Las que lo lograron, las que después lo intentaron superar, quedaron marcadas para siempre, como muertas en vida. Al trauma vivido le acompañó en muchos casos un injusto sentimiento de vergüenza que les hizo callar. Isadora Ramírez, Elisa Garrido, Neus Català o Constanza Martínez fueron sólo algunas de las 400 españolas que sufrieron la violencia nazi en aquel terrible campo de experimentación médica y tortura física.

Ravensbrück no era un campo más. Situado a apenas 90 kilómetros de Berlín, llegó a ser el más grandes de Alemania para mujeres prisioneras y el segundo de toda Europa. Anexo a el se levantó Uckermak, dirigido a niñas y adolescentes y en el que se ‘reeducaba’ a homosexuales, se celebraban fiestas sexuales y se preparaba a las futuras esclavas sexuales del burdel de Ravensbrück y otros campos. Las primeras en llegar en 1938 fueron medio centenar de mujeres detenidas en Berlín y que ejercían la prostitución. Más tarde, obligarían a cientos de prisioneras a ejercerla. Negarse suponía morir. Entre ellas no había judías, acostarse con una mujer judía estaba penado con la horca.

Los nazis las seleccionaban por su aspecto y salud. Desde ese momento, sus vidas dependían del apetito y deseo sexual de los soldados. Para diferenciarlas, antes de internarlas en el barracón que hacía las veces de prostíbulo el ejército les tatuaba en el pecho: “FEEL-HURE” (‘puta de campo’), junto a su número de reclusa. La humillación y degradación se completaba con el triángulo invertido negro, el símbolo reservado a lesbianas, prostitutas y asociales, el más bajo de los escalafones sociales en la mentalidad nazi.

'El infierno'

“Allí lo ensayaron todo, establecieron el patrón que luego se extendería a otros muchos campos”, asegura Fermina Cañaveres. Esta historiadora lleva muchos años investigando qué fue de aquellas mujeres, qué ocurrió en ese campo y en otros muchos. Asegura que lo que ha conocido, el horror que ha documentado en todo este tiempo, le ha cambiado, “ya no soy la misma”: “He estado cuatro años investigando, necesitaba saber hasta qué nivel llegó el sadismo y la aberración que practicó el nazismo con las mujeres”.

Parte de lo que ha descubierto lo ha plasmado en su primera novela, ‘El barracón de las mujeres’ (Ediciones Espasa). Algunos de los aspectos no figuran; demasiado duros como para incluirlos, reconoce. Los documentos, pero sobre todo los testimonios de hasta 17 supervivientes, le han mostrado el horror que padecieron y que muchas décadas después “aún les impide pronunciar el nombre del campo”: “Me sorprendió que tanto tiempo después, ninguna de ellas llamaba al campo por su nombre, todas se referían a el como ‘el infierno’. Entonces piensas cuánto dolor, cómo lo tuvieron que pasar… para que ni siquiera ahora se atrevan a nombrarlo”, afirma emocionada.

A lo largo de ‘El barracón de las mujeres’, Cañaveras se vale de los testimonios recabados en estos años y la documentación encontrada. Algunos aspectos son ficción histórica, a la que ha tenido que recurrir por la laguna documental existente tras la destrucción del material que hicieron los nazis. Isadora Ramírez García es una de las protagonistas de la obra. Nacida en Madrid en 1922, se exilió, como muchas familias republicanas, junto a su familia en Francia en busca de su hermano Ignacio. Fue detenida en París en 1941, con apenas 19 años, trasladada a Alemania e internada en Ravensbrück, donde se le asignó al burdel del campo. Falleció en 2008.

Experimentos científicos

Convertirlas en esclavas sexuales en un campo de concentración no fue su única degradación. Con aquellas mujeres los nazis probaron y experimentaron aberraciones pseudocientíficas terribles: inyectarles esperma de mono para comprobar si podrían procrear híbridos entre hombre y mono, meterles ratones en la vagina, injertos óseos, reimplantes de partes de otros cuerpos, experimentos con sus fetos…  El horror descubierto y escuchado por Cañaveras aún le entrecorta la voz al relatarlo: “Fue tan duro que hay cosas que no he contado. Había que contar esta historia del modo más respetuoso posible, sin caer en el morbo”.

Aquellas mujeres eran violadas entre 15 y 30 veces al día. Fueron convertidas en "premios" para los mandos nazis y los presos del campo que colaboraban con ellos. A Elisa Garrido (Magallón, Zaragoza, 1909-Toluse Francia, 1990) la encerraron en tres campos de concentración. Sobrevivió a todos ellos pese a las torturas y el trato inhumano al que fue sometida: le violaron, le arrancaron el feto que llevaba dentro... Neus Català (Els Guiamets, Tarragona, 1915-2019) Sobrevivió a Ravensbrück. Formó parte del 'comando de las gandulas' que logró inutilizar las balas que les obligaban a fabricar. Fue una de las principales impulsoras para que el recuerdo de estas mujeres y de lo vivido no cayera en el olvido.

Entre los testimonios recogidos, Cañaveras incluye los casos de María Radu, una presa polaca, obligada a prostituirse en Ravensbrück. O el caso de Catherine Dior, hermana del diseñador Christian Dior, enrolada en una unidad de inteligencia franco-polaca. Fue detenida en víspera de la liberación de París en 1944. Fue torturada y deportada a Ravensbrück. Su hermano creó el perfume 'Miss Dior' en recuerdo de su hermana y sus compañeras del campo de concentración.

Perder tres 'guerras'

Con este trabajo Cañaveras quiere que su historia, su drama, no se olvide. Muchas de estas mujeres murieron con “la espina clavada de que se les había olvidado”. Los reconocimientos a los prisioneros de otros campos no llegaron para ellas, “y en el caso de las españolas, de algún modo, fueron mujeres que perdieron tres guerras; la Guerra Civil española, la Guerra Mundial y la batalla del olvido. No, la Historia no ha sido justa con estas mujeres”.

Anualmente las familias y las pocas supervivientes que aún hay realizan un acto de recuerdo en el lugar donde se levantó el campo de concentración. Hoy un memorial y varios elementos recuerdan lo que allí se vivió: “Los barracones eran de madera y se destruyeron. Quedan las antiguas cárceles, las casas de los mandos nazis. Es un lugar que invita al recogimiento”.

Cañaveras lamenta que la historia de cientos de mujeres que vivieron el drama de la guerra, padecieron la degradación de un campo de concentración como el de Ravensbrück y convertidas en esclavas sexuales y en cobayas humanas apenas se conozca: “En este país tenemos tendencia a olvidar. No sé si porque duele, molesta o por falta de concienciación con la memoria. Y sobre todo olvidamos a las mujeres”.