La sequía españolista, borbónica y torera también afecta a Cataluña, cosas de estar ocupados allí en lo que importa, en la nación, aunque sea una nación sequiza. España, además de la pela y la pureza de la raza, les roba las nubes, los Pirineos y los afluentes, como si les robara el río de leche de su Jauja nacionalista. El caso es que hay sequía en Cataluña, sequía sin duda franquista, pertinaz como aquella de Franco, que era sólo una excusa para la miseria y la escasez. Y España, claro, se dispone a reparar el daño a la nación catalana, atacada y damnificada por ese clima como africano que el español africanado les ha llevado. Grandes buques irán cargados de agua desalada desde Sagunto a Barcelona, a través de guerras ideológicas como guerras púnicas, cosa que a Feijóo le da para alardear de generosidad, a Teresa Ribera le da para volver hacia sus socios el embudo siempre vuelto de la solidaridad, a Ayuso le da para inventar maldiciones egipcias en las plazas de toros, y a Aznar le da para recordar a Zapatero, que es como el 98 del PP.
Ya se sabe que un día estás haciendo un plan hidrológico nacional, o mandando a Rosa de España a Eurovisión, y al siguiente estás cantando el Cara al sol, según concatena Sánchez
La guerra del agua no es diferente a cualquier otra guerra que tengamos aquí, o sea que la ciencia, la razón y hasta la orografía peninsular importan bastante menos que el mapa partidista, que es el que de verdad dispone los dineros, los minerales y las espigas de cereal, como en aquellos mapas económicos del colegio que parecían platos combinados. Estaba Aznar acompañando en un evento a Ayuso, la que amontona las nubes sobre las plazas de toros como un dios hispánico o micénico, cuando apuntó que Cataluña debe de estar acordándose ahora de Zapatero, que tumbó el Plan Hidrológico Nacional del PP. Quizá tiene razón Aznar, pero hay que tener en cuenta que lo mismo ese plan ya era un preludio de la fachosfera, desde el mismo nombre africanista y provocador. Ya se sabe que un día estás haciendo un plan hidrológico nacional, o mandando a Rosa de España a Eurovisión, y al siguiente estás cantando el Cara al sol, según concatena Sánchez con correlaciones como de Tezanos o de Sandro Rey.
Yo creo que aquel Plan Hidrológico Nacional de Aznar fallaba antes en lo nacional que en lo hidrológico. O sea, no tenía en cuenta la pluralidad, la plurinacionalidad, la fragmentada o desguazada realidad del Estado español, que se vislumbraba como nuevo signo de los tiempos desde aquella conjunción zapateril como una conjunción de Sandro Rey. La pluralidad era la nueva medida científica de todo, una medida pequeñita, como la cucharadita de café, y claro, casi ningún río cabía. Lo de Aznar se basaba en volcar unos ríos en otros, sin respetar identidad, historia, idiosincrasia, personalidad (los ríos de la plurinacionalidad son como náyades). Pero los ríos conducían las varias sangres puras de la España plurinacional, como en un deshielo de identidades, y esos trasvases de Aznar parecían el asesinato de la madre tierra, del hermano árbol y de esa nación apache que se estaban montando los nacionalistas.
Antes que desangrar a las náyades, o a los muchos nacionalistas o aspirantes a nacionalistas, Zapatero vio mejor construir desaladoras, rezar al agua (el PSOE empezaba a ser mitológico y supersticioso), dejar que el líquido elemento siguiera su ciclo natural sin preocuparse demasiado (el agua puede seguir su ciclo natural y salvaje, no como el dinero), o, como último recurso, quejarse de los campos de golf y de las piscinas achampanadas de los ricos. No sabe uno por qué ese plan nacional de Aznar no lo retomó tal cual Rajoy, pero seguramente Rajoy tampoco podía escapar de ese nacionalismo encajonado en sus montañas. Rajoy se centró en asegurar más burocrática que científicamente el trasvase Tajo-Segura, que ya era como otro Guadiana político, y eso le pareció bastante, que tampoco estuvo él nunca para alardes históricos.
Aquí no hemos resuelto el problema del agua, de la escasez de agua o la avidez de agua, como no hemos resuelto casi nada que requiera una visión global, más allá de los campanarios autonómicos y de las oficinas de los partidos, que son como submarinos sin ventana. Ahí sigue estando el problema de la financiación autonómica, que no deja de ser otra escorrentía del dinero. Pero ahora, claro, Cataluña necesita agua, y por su puesto se busca, como los votos de Sánchez, hasta debajo de las piedras. Ignoro si haría lo mismo con Andalucía, si acaso lo necesita, pero supongo que a Sánchez le va a parecer un desperdicio esa agua que no se puede medir en votos en el Congreso o en cántaros de vino en la Moncloa. Recuerden que Moreno Bonilla quiso hacer un poco de nacionalismo hidrológico y enseguida lo acusaron de querer matar el planeta estrangulando con arena los pozos fenicios de Doñana.
Hasta Cataluña, que no gasta mendrugo seco de colono, ni el españolísimo botijo de torero por el que se nos pierde la humedad, el tiempo y la fuerza; hasta Cataluña, en fin, fuente de todo, necesita agua fuera de la mitología de sus ríos, de su sangre y de su suficiencia. Sin duda Feijóo no está ahora para ir de salvador de Cataluña con arca, que a lo mejor eso que quería hacer él de galleguizar Cataluña empieza por rociarles agua. Ni desde luego la sequía vino por una maldición torera como una maldición de faraón con botijo (Ayuso quizá quería decir otra cosa, pero le salió una superstición de banderillero o de morena con camafeo). Pero yo diría que todo eso del agua, de la sequía, de las presas y pantanos les suena a los indepes a Franco, a fachosfera que va de pesca, que a lo mejor la hidrosfera es eso. El indepe es un ser de luz, de ella se alimenta y a ella responde. Y lo que no sea luz, ya se lo dará Sánchez. A ver para qué va a preocuparse por el agua, como si fuera un flamenco o un andaluz.
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No hay que preocuparte; Puigdemont, el «Moisés Catalán», tocará con una vara la roca nacionalista y brotará un manantial de agua pura, inmaculada,
catalana.