“Fame's just noise, keeps me from the real gig”: la fama es solamente ruido, porque me aparta de la realidad del escenario. Así se expresaba hace unos días uno de los excelentes cantantes profesionales internacionales con los que tengo el honor de participar en un espectáculo musical. O sea, ser famoso puede ser hasta contraproducente si quieres dedicarte a cantar. Por lo visto, en este oficio hay dos caminos: el de tratar de que tu figura explote por algo que no tienen los demás y luchar por formar parte de ese uno por ciento que lo intenta, o convertirte en un profesional que puede trabajar durante décadas con una estabilidad que la fama nunca te dará. Mi compañero jamás ha participado en un talent show, ni se lo plantea, pero lleva décadas actuando todas las semanas en diferentes ciudades de Europa, cobrando siempre un caché de cuatro cifras. Vive cómodo y feliz en el Reino Unido conservando toda su intimidad.
Bien es cierto que Panorama, la mayor de las orquestas que trabajan a diario en España, ofreció trabajo estable a Naiara, la anoche ganadora de esta edición del talent show musical decano en nuestro país, pero su corazón está con su banda de siempre, Nueva Alaska. Intrincado mundo aquel. Pero ya nunca será lo mismo para ella. Y precaución, porque un exfamoso en un cartel de tercera mata la reputación de cualquier espectáculo.
Triunfó el torrente de voz frente a la actitud, y eso es muy bueno, aunque a mí no pudo terminar de convencerme su versión de “Sobreviviré”, porque menuda es la Naranjo.
Aún sabiendo todo lo anterior, los aspirantes que anoche emocionaron a ese gran número de espectadores que la plataforma de Jeff Bezos nunca nos desvelará quieren ser la excepción. Sienten que su carisma les va a abrir puertas que de otro modo estarían cerradas. Quieren entrar a toda costa en ese exclusivo club de las Chenoas (por cierto, anoche, magnífica) y de los famosos que lo petan gracias a su talento.
No creo que nadie del público que anoche se congregó en el plató de Gestmusic en Barcelona tuviera edad suficiente para recordar haber vivido el momento en el que Rosa de España ganó ante doce millones de espectadores aquella legendaria primera edición. Probablemente la mayoría ni había nacido cuando Bisbal conquistó a la conductora del show de anoche, que aprovechó para dejar caer que en temas de amores andaba un poco “descreída”. La productora no ha tratado de salvar este salto generacional, excepto por la elección de un repertorio que todos conocemos. Pero es muy de agradecer la imagen de miles de jóvenes que no solamente flipan con el reguetón, aunque también lo hubo, claro.
Técnicamente no tuve ninguna dificultad en acceder, dándome más razones para no tener el cable de la antena conectado a mi pantalla. Si bien es cierto que en algún momento percibí irregularidades en el sonido, los shows en directo desde las plataformas de vídeo son una realidad bien tangible desde la experiencia de usuario.
OT cuando ya no hace falta OT
El grado de profesionalidad y know-how alcanzado por la marca OT es tan grande que han conseguido sacar algo que enseñar de un muestreo cada vez menor. Fuera de la Academia los hay mejores. Aunque los castings siguen siendo multitudinarios, ahora está claro que hay menos aspirantes para poder optimizar la búsqueda. Es una cuestión matemática. Muchísimos talentos ya tienen su pequeño OT en su perfil de Instagram con miles de seguidores y no necesitan el canal, ni exponerse a no ganar. Es el signo de los tiempos. Con mis propios ojos he visto contratar por redes sociales a cantantes profesionales. Sin embargo, la productora creada por La Trinca lo sigue haciendo muy bien, optimizando lo que haya de figura y manejando las emociones con una habilidad que solamente puede venir de décadas de trabajo constante.
Noemí Galera, a la que conocí personalmente cuando fue concursante de un programa de televisión de los 90 llamado Amor a primera vista, ha conseguido mimetizarse completamente con el personaje de gafas llamativas que ha de guiar con mano firme pero cada vez más empática (bravo) los destinos de esos muchachos.
Chenoa (desde el escenario): Noemí ¿Este es el programa de tu vida?
Noemí (desde la grada): Sí. Y el tuyo.
No le faltó razón. Normalmente estoy en contra del intrusismo profesional que padecemos los presentadores por parte de famosos que dudosamente saben conducir un evento, pero este no es el caso. A la cantante de “Cuando tú vas” le sobran tablas y carácter. Laura Corradini ha llevado con dignidad sus tarjetones escritos a mano de su puño y letra para orientarse sin leer el prompter. Aunque la final fue una gala claramente endogámica, orientada solamente a los que la siguen, y la cantante no presentó ni a Manu Guix ni al resto de profesores, no flaqueó en ningún momento, salvo para derramar alguna lágrima tras inaugurarla interpretando junto a los finalistas el clásico “Last Dance”. Buen comienzo. Tampoco pudo evitar que se le escapasen exactamente 1,8 segundos de acento argentino rioplatense al saludar a su paisano, el que para mí es el más talentoso de todos, Lucas.
Tras el complejo y estudiado sistema de eliminación para llegar hasta el ganador de la edición, solamente quedaron ante la pantalla la cantante profesional zaragozana y Paul, un muchacho al que me cuesta describir. Aunque comenzó su andadura en el concurso cometiendo el peor de los delitos, el de no hacerse entender bien al cantar, su trabajo y esfuerzo han hecho que su excelente interpretación de “Way Down We Go” le valiera compartir pantalla en el momento final.
Me lloverán críticas por no entrar a valorar al resto de concursantes, ni los detalles perfectamente cubiertos por centenares de miles de memes y tuits (OT fue TT) surgidos de la gala sobre las actitudes y los gestos de los participantes, pero prefiero dedicar unas líneas, por ejemplo, al jurado.
A pesar de mi cariño personal y profesional hacia la DJ de Los 40 Cristina Regatero, y mi profunda admiración por la única madura del staff, la gran Concha Buika, me pareció que el jurado estuvo ahí para repartir jabón. No pido un Risto que corte el rollo, Dios me libre, pero tampoco que dediquemos tanto tiempo al buenismo de lo maravilloso que es todo, por mucha gala final que sea. Es un concurso de talentos, y el talento se moldea con la crítica seria y profesional de los expertos, también, sobre todo, al final. Por cierto, un ejemplo más del bache generacional lógico fue la huida fuera de luces de Buika nada más proclamarse la ganadora. Normal y totalmente comprensible.
En resumen, OT 2023 ha sido un programa profesional y bien realizado gracias a la experiencia de Gestmusic. Sacó talento de debajo de las piedras, y supo hacer que muchos jóvenes premien con su fervor a personas que no se limitan a posar y enchufar un auto-tune. Gracias.
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