Esta semana se confirmaba algo que Pablo Iglesias había insinuado hace unos meses en Canal Red, su órgano de expresión: que va a abrir con algunos amigos un bar en Lavapiés. Esta reconversión tiene sentido por muchos motivos, y más tratándose del exlíder de Podemos. Montar un bar es una plan B recurrente para todo español que ha fracasado en lo suyo. Los bares, además, han sido y son lugar propicio para la discusión política e incluso para la conspiración. Ya lo decía el propio Iglesias citando al marxista ortodoxo Karl Kautsky en el tuit con el que confirmaba la noticia: “Las tabernas son el último bastión de la libertad del proletariado”.
Y Lavapiés es sin duda, el barrio más adecuado para su aventura hostelera. Descartado Vallecas tras su polémica mudanza a Galapagar, la misma que comenzó a sepultar su carrera política, el castizo y multicultural enclave madrileño parece la elección ideal. Porque fue allí donde nació Podemos. Donde estuvieron la primera sede del movimiento y los bares donde sus miembros originales alternaban, ligaban, discutían y preparaban su asalto a los cielos. Y donde celebraron sus primeros éxitos electorales, como la noche del 20 de diciembre de 2015 en la cercana plaza frente al museo Reina Sofía, después de conseguir 69 escaños en sus primeras elecciones generales, pisándole los talones al socialismo en sus horas más bajas.
Vuelta a casa
Ahora, después de moldear Podemos a su imagen, purgar a amigos y enemigos, ser vicepresidente del Gobierno y abandonar la política tras fracasar en su intento de frenar a Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, Iglesias regresa a Lavapiés. En un movimiento seguramente nostálgico, de recordar los viejos tiempos e intentar volver a los orígenes, cuando todo parecía posible. Pero que se antoja también una meditada decisión mercantil. Si hay un lugar donde Pablo Iglesias y sus socios puedan encontrar un público objetivo para un "bar para rojos" donde despachar Gramsci negronis o Durrutis Martinis sin miedo al ridículo, ese lugar es Lavapiés. Un lugar con vocación indomable y contracultural, donde la ideología con frecuencia se confunde con la pose, los símbolos revolucionarios con la decoración, pero que sigue recibiendo a vecinos y visitantes que quieren vivir la auténtica experiencia del barrio alternativo y de izquierdas.
Así que la Taberna Garibaldi de Iglesias, el poeta Sebastián Fiorilli y el cantautor Carlos Ávila, que abrirá sus puertas la semana que viene en el número 8 de la calle Ave María, junto a un bar clásico como Bodegas Alfaro, está en el sitio adecuado. Aunque la iconografía sovietizante y la parafernalia partisana estén un poco pasados de moda, el contexto es propicio para hacer caja.
Como todos los barrios céntricos de Madrid, Lavapiés está sometido a la presión gentrificadora. Muchos locales clásicos han desaparecido, reconvertidos en cafés de especialidad o sitios para ir a tomar el brunch. Pero conserva todavía un sólido ecosistema afín al espectro ideológico que representa Iglesias. Estos son algunos de los lugares clave.
Traficantes, la librería de Podemos
Librería asociativa, editorial y colectivo cultural, Traficantes de Sueños fue punto de encuentro y semillero del movimiento 15-M y de Podemos. Surgió a mediados de los noventa como una iniciativa de un grupo fraguado en las facultades de Geografía e Historia y Sociología de la Complutense. Lo que comenzó como uno de esos puestos de literatura y parafernalia de izquierdas que todavía hoy se instalan cada domingo de Rastro en la plaza de Tirso de Molina no tardó en dar lugar a una librería autogestionada con sede en un piso de la calle Hortaleza. Pero fue en su local histórico de la calle Embajadores 35 donde se consolidó y funcionó como uno de los epicentros de la revolución morada. En 2015 se mudaron a su actual ubicación, en un amplio local de la calle Duque de Alba, donde también funciona Nociones Comunes, su "universidad experimental" de "saberes críticos para prácticas rebeldes". Traficantes sigue siendo un referente como editorial y librería especializada en feminismo, ecología, política e historia de los movimientos sociales. En lecturas que estimulen la "acción colectiva transformadora".
Donde todo empezó: el Teatro del Barrio
El 17 de enero de 2014, hace ahora una década, Pablo Iglesias, presentó en el Teatro del Barrio de Lavapiés una iniciativa, "abierta a toda la ciudadanía" para transformar "la indignación ciudadana en cambio político" bautizada con el nombre de Podemos. "Dijeron en las plazas que sí se puede y nosotros decimos hoy que podemos", proclamó el entonces profesor asociado de la Complutense y presentador y director del programa La Tuerka ante más de un centenar de personas entre los que se encontraban Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Miguel Urbán, Teresa Rodríguez o Carolina Bescansa.
Un mes antes, con el actor Alberto San Juan a la cabeza, se inauguraba el Teatro del Barrio en la antigua Sala Triángulo como un proyecto cooperativo y asambleario desde el que crear conciencia política a través del teatro. “Esta no es una sala alternativa en el sentido de dar espacio a compañías pequeñas, sino que es un centro difusión y debate de ideas políticas útiles”, explicaba entonces San Juan. En el Teatro del Barrio se han montado obras como Ruz-Bárcenas, donde Pedro Casablanc y Manolo Solo recreaban el interrogatorio del ex tesorero del Partido Popular por el juez de la Audiencia Nacional el 15 de julio de 2013. La sala se ha mantenido fiel a sus principios fundacionales, exhibiendo y produciendo teatro de combate y militante, acogiendo actos de apoyo a Willy Toledo o del colectivo Madrileños por el derecho a decidir de Cataluña, así como las conferencias de la llamada Universidad del Barrio para "cultivar la mente crítica".
'Costa' Argumosa y aledaños
A la vuelta de la esquina del Teatro del Barrio, bajando la calle Zurita, el paseante llega a Argumosa. La calle que discurre entre la plaza de Lavapiés y la ronda de Atocha es su rambla, su pequeña gran vía, que cuando despunta la primavera es también un poco paseo marítimo y se llena de terrazas en las que siempre cuesta encontrar sitio. Argumosa está repleta de bares que reflejan el espíritu del barrio: El Económico, el Automático, la Buga del Lobo, el Achuri. Seguramente en alguno de ellos se sirvió entre símbolos rojinegros y efigies de líderes revolucionarios los primeros humus de la capital.
Desde hace décadas, Lavapiés es uno de los barrios favoritos de los madrileños para comer y beber, así que la oferta, con o sin atributos ideológicos, es enorme. Cruzando la plaza, en la calle Miguel Servet, está un bar frecuentado por las huestes de Podemos como es La Mancha en Madrid. Un poco antes, en la calle Amparo, el inglés Scott Preston lleva algo más de una década ofreciendo un exquisito cerdo asado en Los Chuchis, otro de los preferidos de la izquierda morada, sobre todo aquella que ha evolucionado hacia la versión menos virulenta y más sofisticada, reunida bajo las siglas de Más Madrid.
Las cocinas del mundo a precios asequibles son desde hace mucho uno de los atractivos de Lavapiés. Desaparecido el Baobab, mítico senegalés de la calle Mesón de Paredes, hoy le sucede el Mandela 100. Y en la calle Casino está el Gibraltar, uno de los buenos marroquíes de Madrid. A tiro de piedra se encuentra el Mercado de San Fernando, donde han abierto un buen número de puestos gastronómicos. Incluido el Apululu, un pequeño restaurante cubano que en abril de 2023 fue objeto del ataque de un grupo de extrema izquierda como consecuencia de la militancia anticastrista de uno de sus empleados, Lázaro Mireles.
Un episodio violento que afortunadamente ha sido la excepción en Lavapiés, donde de momento conviven pacíficamente los cada vez más numerosos turistas y la parroquia fetén del barrio, a la que a partir de la semana que viene Pablo Iglesias tratará de seducir desde la barra del Garibaldi. Desde luego juega en casa.
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hace 8 meses
Siempre fue amante de las herriko tabernas. Un elemento subversivo hasta el punto de renunciar a su nombre compuesto para asaltar el cielo suplantando la identidad proletaria del centenario homonimo fundador del PSOE.
No creo que Alberto Garzon se anime a compartir, de nuevo, botellin con Pablo Manuel. Sin embargo una desahuciada Isabel Diaz bien podria rememorar viejos tiempos con el «coletas» para hablar de la pasta y la casta en torno a unas cuantas cañas.
hace 8 meses
Tenía que haberlo abierto em Puente de Vallecas pero como es un gallina no se atreve.