Paseará la gabarra al Athletic por la ría, entre las dos mitades del mundo (entre la margen izquierda y la derecha no hay un río sino una gran catarata, un meridiano con abismo de tradición, clase y dinero), y a lo mejor entonces empieza la campaña. La campaña del vértigo, en la que el PNV tiene miedo como de que se le caigan los campanarios viejos en los que ha hecho el nido de ramitas y pelusa, parece que no es nada al lado del fútbol, un sustituto de la guerra y de la religión todavía más efectivo que la política. Hasta que pase la gabarra, señorial y deslucida, sagrada y abollada, industrial y brillante quizá como el mismo Bilbao; hasta que pase con su cortejo de barquitas como una virgen marinera, yo creo que en el País Vasco no se va a poder hablar de otra cosa. Sí, los políticos están ahí, pero parecen cantautores en un domingo nacional de final de fútbol y revancha histórica, solos con sus reverberaciones. Al final no va a ser ni la patria ni el dinero, que a lo mejor Sánchez debería de haberles ofrecido a PNV y Bildu sólo muchos campeonatos de Copa y de Liga para que sacaran la bufanda, el lanchón y la mandolina como si fueran gondoleros del Nervión.
Tenía uno la Copa del Rey por un trofeo de consolación y de verbenilla al que se acerca siempre algún guerreador de Segunda o algún desahuciado de Primera entre el cansancio o la desgana de los equipos grandes, a los que les debe de parecer que allí sólo se juega por una yogurtera o por un salchichón gordo y castizo como un as de bastos. Pero no. Cuentan las crónicas que Bilbao era ya antes de la final un altar del Athletic engalanado, como un altar de flores sobre ese otro altar de maderas que ya es habitualmente, y que ahora, con el triunfo, parece un festivo Brasil con nubarrones. Es verdad que el Athletic en Bilbao no es sólo fútbol, es más una presencia o un tótem, como vivir bajo una montaña con dios de la montaña, pero ir a Sevilla a ganarle al Mallorca una copa monárquica y cañí, como si ganaran una paella española, tampoco me parece para tanto. Quiero decir que no me parece una gesta como para olvidar la política sagrada, las piedras sagradas, el destino sagrado y hasta la sangre sagrada, e irse todos a pasear en una barcaza de péplum o de Tom Sawyer, del Nilo o del Misisipí.
Yo no sé si los del Athletic llegaron a Sevilla, o se enfocaron en Sevilla, pensando que podrían quitarle al rey español la copa como si le quitaran la corona, y que eso ya merecía haber dejado a sus políticos retumbantes allí
Yo no sé si los del Athletic llegaron a Sevilla, o se enfocaron en Sevilla, pensando que podrían quitarle al rey español la copa como si le quitaran la corona, y que eso ya merecía haber dejado a sus políticos retumbantes allí, haciendo en las plazas unos recitales que sonaban a cántaro y a guitarra llena de paja. La verdad es que a mí me pareció que los del Athletic llegaban a Sevilla un poco como si fueran del Galatasaray, o sea metidos en una épica nacional y futbolera que hasta a los sevillanos, tan épicos, se les escapaba. Yo creo que los de fuera nunca hemos entendido la épica, las motivaciones, las prioridades, las escalas, las luchas de los vascos, que lo mismo un día quieren desromanizar la cultura, a la vez que romanizan todavía más sus cortes de pelo o sus soldados patrióticos, y lo mismo otro día son los más felices del mundo por haber ganado una Copa del Rey que yo creo que hasta en Sevilla, que da infantes y hasta emperatrices igual que da tonadilleras y toreros, suena a campeonato de mus.
Ahí están los políticos en la campaña vasca, no con la patria, que como ya contamos no está de moda allí (a menos que sean patrias futboleras), pero sí con su reparto de campanarios y nueces, ante un personal que los ignora, que ahora sólo piensa en la gabarra, en sacar la gabarra como el que saca la moto de agua, que hace mucho que no tiene la oportunidad de sacarla. Todo antes de la final era que ganara el Athletic o que perdiera el Athletic, y todo ahora es celebrar al Athletic o no celebrar al Athletic, que eso ya es una decisión política, lo más político que hay ahora en el País Vasco. Sí, porque si, por ejemplo, el PNV apoya o celebra demasiado el evento, el paseo de esa gabarra como un paseo de Cleopatra, el triunfo del Athletic en Sevilla como un triunfo en Cartago, se pueden cabrear en Guipúzcoa y Álava. Y esto no es ninguna tontería, que ese empate entre PNV y Bildu puede ser tan peligroso o traicionero como un empate en Las Gaunas. Hasta el “Athletic txapeldun” que ha dejado Patxi López en X me parece lo más políticamente sentido y con sentido que ha dicho en mucho tiempo.
La gabarra del Athletic, que tiene algo de barcaza del Rin, de banjo flotante y de sartén rescatada del Titanic, algo metalúrgico, folclórico, antiguo, sentimental y cutre a la vez, llevaba cuarenta años varada entre arena o somieres y la han sacado ahora como con gancho de feria, como si hubieran cogido por fin ese Transformer de la infancia, y sólo por eso está todo Bilbao entre la llantina y la borrachera. Esto de la gabarra puede parecer excesivo pero también es tierno, porque suena a que ese consuelo del pobre que es el fútbol también llega a los ricos. Lo mismo después de lo de la gabarra vuelve la campaña, vuelve la política, vuelve la mitología, vuelve el dinero y vuelve hasta la sangre con Rh o con plomo. Pero hasta entonces dejemos que los del Athletic lo celebren, que también los ricos merecen disfrutar a veces como pobres, ir todos en esa gabarra como bailando samba entre latones. A lo mejor Sánchez tendría que haberles ofrecido a PNV y Bildu sólo trofeos y cencerros.
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