Es natural asustarse y hasta renegar de lo que solo se nos narra como un cúmulo de pérdidas. Una se va adentrando en los 40, peor aún si hablamos de los 50, y, lo dicho, es inevitable sentir que se nos condena a una letanía de horrores: perdemos la energía, la agilidad física, la destreza mental, la belleza, la visibilidad, la fertilidad, la salud, la sexualidad… y agrega lo que quieras ¡en negativo!
No es extraño, pues, que muchas lo vivamos como un drama. Tremendo (y muy triste) error, porque es previsible que aún nos quede por vivir una tercera parte de nuestra historia, incluso más. Piénsalo: ¡la de frutos y alegrías que nos puede deparar!
Primera parada de este capítulo —primera, espero que de muchas y de lo más fructíferas—: esto se merece tu consideración, y te recuerdo que tienes tu libreta… ¡o los márgenes de este libro! ¿Te ves reflejada en lo que acabo de decir?, ¿eres de las que se malmiran o compadecen por estar inmersas en esta metamorfosis? Y no te detengas ahí: pregúntate de qué formas lo haces. Encuentra todas esas cosas que te dices, manifiestas o escuchas en boca de otros sin cuestionártelas y aún menos rebatirlas. Date tiempo para sentir y pensar en ello y, solo cuando hayas hecho los deberes, sigue.
Visto lo visto, quizá te den ganas de bajarte del tren. Pero no puedes, ni falta que hace, porque de lo que menos se habla es de lo más importante. Te lo explico de una forma sencilla.
Un 'velo hormonal'
Cuando llegamos a la pubertad y nuestra producción de hormonas sexuales se dispara, estas influyen en nuestro carácter, avivando esa tendencia a ser cuidadoras y a estar pendientes de las necesidades y sentimientos de los demás, por encima de los propios, que la aún potentísima educación nos inculca desde que al nacer se nos asigna al género femenino.
Pues bien, cuando la progesterona y el estrógeno empiezan a fluctuar —lo que suele suceder en algún momento de los 40, a veces incluso antes— y, con el tiempo, acaban cayendo en picado, el efecto que tenía ese velo hormonal también lo hace y quienes no nos dimos cuenta antes comenzamos a ver nuestra realidad desde otra perspectiva más lúcida… ¡y a entender muchas cosas! Entre ellas, una fundamental: que, casi siempre, hemos sido personajes secundarios de nuestra propia película y, a menudo, nos hemos atado corto —¡o contenido!— para amoldarnos a lo que la sociedad esperaba de nosotras y primar los intereses ajenos —hijos, parejas, trabajo…— a los nuestros.
En definitiva, llega un momento en que, si estamos atentas y tenemos el valor de escucharnos —imprescindible para no enfermar psíquica o físicamente—, abrimos los ojos y percibimos que algo no cuadra y que nuestra cotidianidad no nos convence como quizá lo haya hecho hasta ahora. Es entonces cuando nos empezamos a remover por dentro, dejamos de ser tan conciliadoras e iniciamos un viaje, más o menos tortuoso y profundo, para recobrar nuestro poder.
Por eso digo que este desafío tiene premio. Si asumes el reto —insisto en lo esencial de consentírnoslo—, es lo mejor que te puede pasar, porque (re)conectarás con tus propios deseos y necesidades —lo que te importa realmente a ti— y te permitirás ser quien realmente eres, con lo que te sentirás mucho más satisfecha y realizada.
Como verás, esto no tiene nada que ver con lo que solemos creer acerca de la madurez, que siempre concebimos de lo más oscuro y decadente, ¡cuando dar a luz a nuestro nuevo yo es lo más relevante de este proceso! Sin embargo, qué curioso, ese ser —¡por fin!— para una misma es de lo que menos se habla. Da que pensar, ¿no te parece?
Desconozco en qué momento de tu vida te encuentras. Igual estás de lo más tranquila y muy receptiva a lo que acabas de leer, pero si tienes varios frentes abiertos y te sientes un tanto ofuscada o algo peor, es lógico que te sorprenda o dudes de mi palabra. De ser así, sé amable contigo misma, no abandones tu lectura y haz por confiar: tarde o temprano comprobarás en tu propia piel que todo acaba por reordenarse. Mientras llega el momento, deja que te lleve de la mano.
Existe una cuestión que creo imperativo examinar. Ya te he explicado que uso la expresión el cambio en un sentido amplio, porque, digan lo que digan, las hormonas no tienen la culpa de todo lo que nos sucede pasados los 45. Es raro que, en la segunda parte de su vida, una mujer no afronte algunos baches —cuando no puras crisis—, independientemente de si está o no atravesando mudanzas fisiológicas. ¿Acaso conoces a alguna que haya logrado pasearse como si nada por este periodo etario, sobre todo pasados los 50? Ninguna vida es tan simple. Ninguna. Hay que considerar, pues, algunos acontecimientos que pueden impactarnos sobremanera. Voy a exponerte algunos, a fin de que te plantees si te afectan y en qué magnitud, y empieces a considerar qué puedes hacer al respecto.
Mi objetivo siempre es el mismo: espolearte a indagar, porque la parte importante de este trabajo —encontrar tu voz y tu poder— solo puedes realizarla tú. Confía en ti. Todas podemos salir airosas de esta movida. Lo irás constatando.
Vamos a por los ejemplos (búscate en lo que sigue ¡y usa tu libreta!).
Echar la vista atrás
Sea por nuestra edad, sea por el fin de nuestro ciclo biológico… o por ambos a la vez, lo habitual es sentirnos empujadas a hacer balance, siendo inevitable que surjan los interrogantes. Habrá quien salga victoriosa del lance —o eso crea—, pero lo común es que no sea tan sencillo. Por poner unos ejemplos, no te extrañe si te pillas…
• cuestionándote qué clase de vida has llevado y hasta qué punto has decidido tú el guion;
• planteándote si no te habrás equivocado en alguna de tus decisiones clave (pareja, hijos, profesión, amistades…);
• arrepintiéndote, compadeciéndote, e ¡incluso rabiando!, por aquello a lo que creas haber renunciado;
• recriminándote por tus errores o esas actuaciones de las que no estás muy orgullosa, te perjudicaron o dañaron a otras personas, sea eso cierto o no;
• inquietándote por no saber si te dará tiempo a hacer realidad tus deseos;
• preocupándote por no saber qué vas a hacer a partir de ahora;
• arrastrando una enorme melancolía por quienes ya no están y lo que ya no será, esas ausencias que duelen tanto;
• preguntándote el sentido de tu existencia (lo trascendente, si no lo tenía, acostumbra a cobrar importancia)…
Ya te he dicho que hay mucho por lo que celebrar el cambio —lo califico de regalo—, pero lograrlo implica afrontar los desajustes. Por ello, si has leído deprisa los párrafos anteriores —¿acaso temes descubrir algo?—, te recomiendo repasarlos sintiendo cómo te resuenan mis palabras. Todas arrastramos residuos del pasado que ahora pueden resurgir con fuerza (la caída del velo hormonal deja al descubierto mucho de lo que antes apenas percibíamos): sueños rotos, heridas no sanadas, renuncias de todo tipo… Y es de esperar que nos provoquen pesar, enojo, resentimiento (también hacia nosotras mismas) o cualquier tipo de pesadumbre más o menos difícil de tolerar.
Sin embargo, negar, evitar o disfrazar lo que sentimos no solventa la situación. Más bien nos estanca en ella y, para colmo, ¡la de esfuerzo que invertimos en no afrontarla! Se trata de un malgasto que, bien dirigido, podría llevarnos a superar el problema, sea solventándolo, sea aceptándolo y aprendiendo a coexistir con él. ¿No sería, pues, mejor afrontar lo que nos está sucediendo con una actitud abierta, receptiva y curiosa? Preguntarnos, por ejemplo, qué nos están diciendo nuestros malestares, decepciones, enfados o lo que sea que te provoque esta lectura, mejor dicho, tu existencia. Todos esos sentires tienen un mensaje para ti y puedes sacarles provecho (= hacer tu trabajo y, de ser necesario, pidiendo ayuda), algo a lo que le vamos a dedicar espacio, o sea, que no te inquietes si no acabas de ver claro a qué me refiero.
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Este texto de Sylvia de Béjar es un extracto de su nuevo libro Tu cambio es tuyo (Planeta). De Béjar fue distinguida con el Premio Nacional de la Academia a la Promoción de la Salud Sexual en los Medios de Comunicación por la Academia de Sexología y Medicina Sexual por su anterior libro Tu sexo es tuyo.
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