A Miqui Otero (Barcelona, 1980) lo conocimos oficialmente con Simón (Blackie Books), aquella vida narrada completa y aquella ciudad contada por décadas que se convirtió en todo un fenómeno editorial. Ahora vuelve con Orquesta (Alfaguara), donde se aleja de Barcelona y de todo lo que implica y llega a un pueblo gallego donde pone a bailar al tiempo y a los personajes. Donde hace de la música la narradora de un relato coral en el que los secretos, el pasado y el presente dan vueltas, saltan, se tropiezan y cantan.

Aquí están todos, en edad, en género, en clase social, en miedos, en alegrías y en conjunto. Aquí caben las leyendas, el monte y hasta los muertos. Incluso el silencio cuando todo es música. Entrevistamos al escritor barcelonés de padres gallegos desde El Independiente y nos habla de eucaliptos, de fantasmas, de rencores, de política, de la idealización del pasado y de él.

Pregunta.- ¿Por qué una fiesta de pueblo?

Respuesta.- Me irrita nuestro mundo donde todo está segregado por burbujas que tienen que ver un poco con lo generacional, con lo estético o con la clase y me parece que a veces la literatura se contagia de esa cosa, casi tertuliana, de predicar para los que son como tú. Considero que la novela tiene que ser una herramienta para leer el mundo y me apetecía pinchar esas burbujas, crear una más grande, y si lo piensas no hay muchos sitios donde puedas hacerlo. No ocurre en el teatro ni en el bar y pensé que sí que lo había en una verbena de pueblo.

Aquí hay gente de todas las edades, de todas las clases, de todos los géneros... Podía ponerlos a todos juntos y agitarlos. No como un nosotros bendecido, ni mucho menos, quería juntarlos y ver qué ocurría: si había abrazo, si había golpe, conflicto o diálogo. Al final son personas totalmente distintas pero con un vínculo geográfico y sentimental que se unen en una fecha señalada donde se celebra la vida y donde se recuerda la muerte. Esto me permitía algo mágico.

P.- ¿Y por qué la música como narradora?

'Orquesta', de Miqui Otero.

R.- Era la más omnisciente, lo podía explicar todo. Esto fue una intuición, la de pensar en un bajista o un batería haciendo las pruebas de sonido y oír por fuera pero también sentir que te retumba por dentro. Pensé: "Está dentro y está fuera", y eso me iba muy bien para esta novela porque quería que hubiese muchos personajes y que la narradora se pudiese meter dentro de cada uno, que estuviese atenta a sus emociones. Se trata de una narradora omnisciente y gaseosa, se mete de una manera casi nerviosa en los corrillos, en todas las salsas.

Además, me permitió contar esa fiesta, esa noche, la misma noche, muchas veces, la de muchas décadas distintas porque ella había estado en todas. También me generaba unos puntos ciegos muy interesantes porque donde no había música no veía.

P.- Cómo pasas de narrar una ciudad a contar un pueblo, ¿estamos idealizando la vida rural cada vez más?

R.- Sí y es normal que suceda así pero lo planteamos como un viaje al pasado, al Edén, la vuelta al pueblo como regreso a la vida a la cabaña. Hay un momento en el libro en el que el personaje de Miguel reflexiona sobre eso, sobre cómo nos volvimos locos durante la pandemia. Me acuerdo que yo me infecté muy rápido, 24 horas después del confinamiento estaba haciendo castillos con casas de cartón y dragones con hueveras, cuando tenía una casa llena de juguetes casi sin usar para mi hijo, Netflix... Pero es que, mientras yo hacía eso, olía a quemado porque mi vecino se había puesto a hacer su propio pan y no tenía ni idea de cómo hacerlo.

Nos dio una especie de brote. Era una reacción casi física, una imposición distópica como negación del futuro que te lleva al pasado y la idea de pasado es la de autonomía, de voy a cuidar de los míos... Y lo hicimos así en pisos. Ese mecanismo es el que opera en muchos casos cuando se habla del regreso. En un presente rapidísimo, que no deja tiempo para tramar un futuro, la gente mira al pasado y tiende a ver la infancia como lugar y la vuelta al pueblo como Edén.

P.- Eliges Galicia, que ya parece el lugar preferido para envolver las historias.

R.- El de la novela es un pueblo ficticio, mi región es A Mariña, en Lugo. Me daba cierto reparo el hecho de que esto fuese la novelita rural del puto barcelonés con gafas de pasta. Era muy consciente de esto porque mi caso es muy claro: "El nuevo escritor de Barcelona, la novela sobre Barcelona y ahora se va al pueblo... Pero si se pone chirucas para ir a un parque público de su ciudad. ¿Qué hace este farsante?". Pero lucho desde los epígrafes y las citas que encabezan la novela, una de Frank O 'Hará, que no podía ser más de ciudad, y otra de Walt Whitman.

"Los hijos de gallegos somos más puristas que los propios gallegos porque nosotros no padecemos Galicia, la disfrutamos"

MIQUI OTERO

Y luego, aunque me prevenía a mí mismo, lo siento como un territorio muy mío. No iba dos semanas en verano, iba tres meses, también estaba en Semana Santa, navidades... Además, los hijos de gallegos somos más puristas que los propios gallegos porque nosotros no padecemos Galicia, la disfrutamos, vamos cuando no tenemos otras obligaciones y la recordamos a través de la mirada de los que se fueron, que es idealizada. Y a esto hay que sumarle que me parece un territorio con una tradición literaria muy rica, con un corpus legendario muy interesante, con un carácter que me llama mucho, entre generoso y suspicaz.

Y bueno, sinceramente, la verbena iba a ser de pueblo y no conozco otra. Además, este año se cumplen 50 años de que mis padres emigraron y en el tiempo de escritura murieron cinco tíos carnales y como soy el que escribe tuve que leer los discursos en los funerales e ir allí. Todo me llevaba.

P.- Las leyendas tienen mucha importancia en tu novela, ¿has investigado o ya las conocías?

R.- Conocía muchas de ellas pero he leído mucho ensayo relacionado con el asunto. Un amigo escritor, Xesús Fraga, me dijo que conocía a un chico en Mondoñedo al que le habían gustado mis libros, que él también escribía y que si le podía dar mi contacto. Me mandó un correo y cuando vi su nombre (Antonio Reigosa) me di cuenta de que encima de la mesa tenía cinco libros suyos sobre leyendas gallegas, estos me ayudaron mucho. Además, otra persona muy importante para hacerme entender el lugar un poco mejor fue el tipo que tiene más hectáreas de monte en el valle, uno de buena familia y con el pazo más grande. Es un experto forestal y además catedrático de Literatura de instituto y desde hace dos o tres veranos le pedí ir a pasear juntos por el monte para intentar no mitificar el territorio, entender el monte industrial...

P.- En Orquesta se habla del problema de los eucaliptos, me lleva directamente a los molinos en los montes.

R.- Es un tema complicado, sobre todo por el que cede el monte. Seguramente necesite el dinero pero me parecen una injerencia en el territorio muy violenta, muy evidente, y me gustaría saber las condiciones económicas que ponen porque no creo que sean muy justas. Ahora mismo no tengo en la mano las herramientas para analizar los molinos pero sí el eucalipto que fue algo similar. Cambiaron a ese árbol todos para cobrar antes, porque se puede talar en menos tiempo, por el consejo de unos pocos y se generó una forma hipertrofiada. Cuando eso sucedió, los que compraban la madera, que es un monopolio, bajaron el precio... Tampoco quiero ser yo el francés de la peli, pero sí que veo los molinos y pienso en los eucaliptos.

P.- Has dicho varias veces que conservas "un odio de clase". En otras novelas esa conciencia era evidente pero en esta solo se intuye.

R.- Creo que en otras novelas era más evidente todavía, sí. Aquí no lo es tanto pero sí que hay una serie de personajes que tienen que ver con el privilegio o con la sumisión y aquí, en lugar de señalarlo, lo único que tenía que hacer es darles de beber: ponerlos juntos, subir el volumen y darles un poco de alcohol. Así, de alguna manera, los gestos de poder, de género o de clase, los recuerdos asociados a traumas o humillaciones... Todo iba a salir.

P.- Eres barcelonés pero hijo de inmigrantes gallegos, ¿cómo vives y viviste el conflicto catalán?

R.- Si vives allí ves que eso no se ha acabado. Ni de broma. El único bastión es Barcelona y si tiras para arriba no son españoles, es así, le duela a quién le duela. Han desconectado hace muchísimo tiempo, es como si no mirasen las noticias y viviesen en una Cataluña independiente. Hacia abajo no tanto pero hacia arriba es generalizado, están en otro sitio y no puedes mantener a la mitad de la población sin atender.

Considero que el procés fue un gran engaño, una ficción, una irresponsabilidad por parte de los líderes independentistas pero la reacción desde España fue muy tardía y muy torpe. Creo que, le pese a quién le pese, toda maniobra que en Madrid se lee como una concesión es lo contrario. Cualquier reacción severa desde Madrid, allí es gasolina; toda pomada aliviadora, los calma. Es contradictorio, pero es así. Ante la amnistía, hasta se han segregado en facciones que dicen que Puigdemont es poco independentista porque ha aceptado ese trato.

¿Creo que la amnistía es justa? No, personalmente no. ¿Creo que es astuto políticamente? Sí ¿Creo que lo han hecho por esa razón? No, pero es un movimiento acertado. Son como la pelota en el mar: húndela más, cada vez más abajo, y saldrá disparada más fuerte. La mitad de la gente, insisto, y si quitaras Barcelona toda, no se siente española.

No es un tema sencillo, es muy complicado. Durante el procés te pedían que te posicionases. Y pensaba: "Si ya lo he hecho, si es mucho más difícil quedarme aquí, sería más fácil elegir un bando, sentirme arropado". A los que estábamos ahí, en el medio, nos llamaban equidistantes... ¿Equidistante de quién? De vosotros que habéis marcado los puntos, yo soy el centro de mi pensamiento, ¿dónde estás tú? Mi postura no fue fácil, aquello era un delirio que arrastró a muchos a un estado mental muy duro. No se rompían familias pero hubo muchas discusiones.

P.- Has criticado a la izquierda que critica a los partidos de su ideología por no ser todo lo puros que esperaban pero, ¿qué le pasa la izquierda española?

R.- Creo que la derecha siempre lo ha tenido más fácil para ponerse de acuerdo. Un amigo me decía que al ser menos... La izquierda siempre se ha puesto más en duda y ha estado más a la gresca. Eso es fascinante, por un lado es una patología que surge de un rasgo positivo que es la idea de cuestionarte pero que deriva en algo tóxico porque vas flagelando y atacando al de al lado de una manera muy loca. El signo de los tiempos, donde cada vez más gente opina y tiene más altavoces, pues lo potencia más. Como a la ultraderecha, la gente no responde bien ante la incertidumbre y cuando hay mucha incertidumbre como los neofascismos ofrecen nitidez...