Sánchez está rodeado de amigos, el amigo marroquí, el amigo indepe, el amigo nacionalista, el amigo bilduetarra, el amigo bolivariano, el amigo estalinista… Yo diría que nuestro presidente hasta sube con ellos a la tribuna del Congreso, como un invitado de los Teleñecos, para que desde allí sus amiguitos se puedan asomar a la altura de la cinturilla igual que hormigas de El Hormiguero, el programa disidente que ahora Moncloa se quiere cargar con Broncano (otro defensor de lo público que acaba convencido de que lo público es, más que nada, él mismo). Ni siquiera lo de Marruecos, que nos quieren hacer ver que responde a diplomacias sutiles, a equilibrios globales y a astutos beneficios, se escapa a esta teoría del sanchismo con amiguitos. Sánchez está rodeado de amigos, como Torrebruno, como Teresa Rabal o como Félix Rodríguez de la Fuente, que crio lobos para darles de comer ante las cámaras y llamarlos amigos. O, mejor dicho, a Sánchez lo tienen rodeado sus amigos y él ha decidido, por supuesto, rendirse. Así se explica todo, desde la autoamnistía hasta lo del Sáhara.

Todavía estamos esperando que la nueva era de cooperación con el amigo marroquí le reporte a España algo más que afrentas, ruina, recochineo, cestitas ceremoniales y vuelos nocturnos con misterio y sorpresa de Las mil y una noches, pero eso nos pasa porque hemos interpretado mal la teoría de la amistad de Sánchez. Es como esperar que nos reporte algo la nueva era en las relaciones con el independentismo catalán o con ese EH Bildu que cualquiera diría ahora que es sólo un partido de veganos en bolas, grafiteros de chándal flojo y angustiados padres de perrihijos. La verdad es que da igual que a Sánchez le toque Marruecos, Cataluña o Euskadi, como si le toca cantar con una ranita, un oso o una cerdita. En un Congreso donde las elevadas alegorías del techo han terminado pareciendo pollos de colores que cantan al abecedario, Sánchez cantará inevitablemente a la concordia, a la cooperación, a la reconciliación, a la paz, que además son las más fáciles y cobardes de toda la historia de la humanidad porque consisten en ceder en todo mientras tocas el ukelele bajo una lámpara de bronceado.

Marruecos es otro amigo gorrón más de Sánchez, que en realidad el presidente está tan solo que únicamente tiene amigos gorrones. Es un gorrón más ultramarino, más geoestratégico, más exótico y más polvoriento, pero no deja de hacer lo mismo que los demás gorrones. Es cierto que Aragonès no ha enviado todavía ninguna armada más o menos endeble, efectiva o flotable, como si mandara tractores a vela, a pegar petardazos amenazantes a las Baleares, mientras que Marruecos sí ha organizado unas maniobras militares a las puertas de Canarias. Pero eso de pintarrajear los mapas a su gusto, y hablar de colonias y colonos y de ocupaciones y ocupados, y enarbolar derechos prepolíticos, y exigir desigualdades en las fronteras y en el derecho, y que se respalde su relato sobre la historia y sobre la legitimidad y bondad de sus reivindicaciones, sus regímenes y sus atrocidades, en eso no sabría uno distinguir al Puigdemont entunicado y desbabuchado del Mohamed VI entunicado y desbabuchado. 

Marruecos es otro amigo gorrón más de Sánchez, que en realidad el presidente está tan solo que únicamente tiene amigos gorrones. Es un gorrón más ultramarino, más geoestratégico, más exótico y más polvoriento

Marruecos es otro amigo gorrón más de Sánchez, y que, como el resto, también intercala entre los abusos guasas, peinetas o calvos (esos calvos lunares o camelliles que salen bajo una chilaba). Digamos que, además del gorrón sumiso, satelital y lánguido, como Yolanda y su entorno, que parecen más santos acompañantes con palma que socios, Sánchez alimenta un tipo de gorrón empoderado bastante singular. Invariablemente, cada vez que Sánchez hable de concordia, colaboración o reencuentro, el gorrón empoderado responderá con un acto de negación, de desprecio, de humillación, de sorna y de dominio, sólo para ver cómo Sánchez vuelve a tocar aún más dulcemente el ukelele a la sombra de palmera o platanero de la Moncloa. Esto lo hacen Puigdemont, Aragonès, Míriam Nogueras u Otegi, y esto lo hace también Rabat o los mandados de Rabat, como su embajadora en España, que ahora se queja del trato de la prensa a la comunidad marroquí. A mí todo esto me parece una manera de marcar territorio y jerarquía mucho más efectiva que mandar una flota como de tortugas en celo a que rodeen una isla, o de mandar a Puigdemont más cerca de la frontera, quizá también como una tortuga en celo. Además, para qué quiere uno ejércitos si te dan las tierras y los saqueos sólo con pedirlos.

Marruecos es un amigo gorrón más de Sánchez, separado por media luna y medio mar, con más arena y menos oro, pero no demasiado diferente a los otros, con sus nostalgias medievales, sus castas sagradas, sus reyezuelos empanados en mitología y su pueblo raptado por la magia. Marruecos es otro amigo gorrón de Sánchez y no hace falta más geopolítica para entender lo que pasa, como no hace falta historia ni derecho para entender lo de Cataluña. La teoría de los amigos lo explica todo, desde el telediario al mapamundi. La teoría de los amigos también acabaría con ese último misterio, o sea qué le debe Sánchez a Marruecos para consentirle todo y obedecerlo en todo, incluso a costa de perjudicar a España. La respuesta más sencilla es que, como al resto de sus amigos o gorrones, Sánchez le debe a Marruecos sólo una cosa, la única que importa: la Moncloa.