El asalto a la sede de la embajada de México en Quito y la posterior ruptura de relaciones entre los dos países resulta desconcertante para los ecuatorianos de mi generación que tuvimos siempre a México como referente. Era el país desde el que Agustín Cueva y Bolívar Echeverría –profesores ecuatorianos de la UNAM– pensaban Ecuador y América Latina, y del que venían los libros gracias a editoriales como Siglo XXI o el Fondo de Cultura Económica.
La admiración intelectual sin duda se subliminó gracias al caldo de cultivo creado por horas de televisión en el que veíamos a ese país rico, potente y feliz que Televisa proyectaba y del que nos sentíamos tan cerca también gracias a sus cantantes, cuyas letras aún recuerdo. De hecho, su música sigue sonando en las radios ecuatorianas.
México era una especie de zona franca en la que todos cabíamos. Mientras acogía a los revolucionarios de izquierda, mantenía relaciones con los países de los que salían quienes buscaban su cobijo
México era una especie de zona franca en que todos cabíamos. Mientras acogía a los revolucionarios de izquierda, mantenía relaciones con los países de los que salían quienes buscaban su cobijo. Esta posición quizá no se debía solo al pragmatismo priísta que marca el ADN político del país, sino también a la interiorización de la doctrina Estrada –o doctrina mexicana– que da prioridad a las decisiones internas de sus países sobre la composición de sus gobiernos sin hacerla depender del reconocimiento internacional. El celo por la soberanía que también la quieren para con ellos como se refleja en el artículo 33 de su Constitución que dice literalmente: "Los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país".
Esa equidistancia internacional era consecuente con su dinámica interna, una en la que cabía un Pablo Gonzalez Casanova predicando la lucha de clases en América Latina desde el púlpito del rectorado de la UNAM –pilar del statu quo mexicano– o que rinde tributo a Marx en los murales del Palacio de Gobierno mientras el PRI daba forma a esa dictadura perfecta que ha producido una de las sociedad más desiguales de la región en la que los derechos laborales son mínimos.
Esa manera de estar en el mundo comenzó a romperse con Salinas de Gortari y su clara apuesta neoliberal; pero, ha sido durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) cuando el país se ha sumado con entusiasmo al frentismo que ha caracterizado las relaciones de los países de América Latina desde el impulso integracionista de Chávez. Es un escenario en el que las relaciones dejan de ser con países para ser con gobiernos, lo que hace que éstas sean buenas o malas en función de la ideología de los presidentes.
AMLO estuvo más bien ausente de la política internacional al inicio de su sexenio y es durante el final de su mandato cuando ha descubierto lo rentable que puede resultar confrontar con países que tienen gobernantes conservadores como una manera de mostrar lo que podría pasar en México si los conservadores se hacen con el poder y acaban con la 4T (cuarta transformación).
Como buen populista, AMLO identifica a los conservadores como todos aquellos que no están de acuerdo con él o con sus allegados (el Grupo de Puebla) y por eso ahí, en los otros, en los conservadores, caben gobernantes o políticos de derecha, medios de comunicación o cualquiera que le lleve la contraria.
Si la posición de México respecto a los gobiernos latinoamericanos se explica mayoritariamente en clave interna, la desmesurada actuación del gobierno ecuatoriano también se explica así. La captura del exvicepresidente Jorge Glas permite al presidente Daniel Noboa marcar un claro perfil anticorreísta que le beneficia en la consulta popular del 21 de abril. A esto se suma que en la degradación de la imagen de México en Ecuador también ha influido el narcotráfico puesto que se responsabiliza, en gran parte, a los cárteles mexicanos de la crisis de seguridad y violencia del país.
A primera vista parece excesivo saltarse el derecho internacional con fines electorales, pero cabe recordar que China se ha dedicado a cambiar las reglas de juego por el lado de los hechos consumados
A primera vista parece excesivo saltarse el derecho internacional con fines electorales pero, cabe recordar, estamos en un contexto en que las reglas con las que funcionó el mundo de la segunda posguerra mundial ya no tienen la misma validez, sobre todo, desde que China se ha dedicado a cambiar las reglas de juego por el lado de los hechos consumados, como ocurrió con la OMC; pero no es necesario ser un gigante hegemónico para irrespetar el derecho internacional. Nayib Bukele, cuyo país fue el único que no votó en contra de Ecuador en la OEA, se ha saltado todas las convenciones sobre Derechos Humanos para encerrar a 70.000 personas y le ha salido gratis a nivel internacional. ¡Ningún país se ha pronunciado oficialmente al respecto!
Las sanciones son otro ejemplo de la ineficacia actual de de ese orden viejo internacional. Ejemplos: los gobernantes venezolanos se han enriquecido gracias a las sanciones sin que cambie la situación política interna y España compra más gas a Rusia que antes de las sanciones, ayudando así a pagar la guerra contra Ucrania mientras enriquece a los intermediarios españoles.
Más allá del reproche internacional, ¿qué consecuencias prácticas tendrá para Ecuador el haberse saltado la Convención de Viena y el derecho al asilo? Parece que no muchas si tomamos como indicador la tímida condena de la OEA. En términos económicos es posible que se vean afectadas las actividades comerciales formales cercanas a los 100 millones de dólares; pero, las informales de productos como la cocaína o el tráfico de personas seguirán operando y generando abultadas ganancias para las mafias internacionales que son las que siempre salen ganando.
Francisco Sánchez es director de Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca.
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