En 1973 se publicó el segundo disco de Cecilia, Cecilia 2. La primera canción de aquel álbum era "Andar". “Quiero ser peregrino por los caminos de España”, dice el estribillo. También en 1973, otra joven de 23 años (Libra como ella, nacida justo un año después que Cecilia) recién salida de la escuela de Bellas Artes consiguió una beca de artes plásticas de la Fundación Juan March para recorrer los pueblos de España documentando fiestas y costumbres en trance de desaparición debido al éxodo rural y la acelerada transformación social. O deliberadamente ocultadas por quienes se esforzaban en fabricar una imagen de país moderno, liberado de una serie de tradiciones asociadas con su atraso secular.
Con las 180.000 pesetas de aquella beca, Cristina García Rodero adquirió una Asahi Pentax de 35 milímetros y pasó cerca de un año, entre Carnaval –todavía entonces denominado eufemísticamente en muchos lugares fiesta de primavera– y Navidad, viajando por toda la Península y fotografiando verbenas, pasacalles, procesiones, liturgias, rituales e indumentarias tradicionales. Pero ante todo personas. Fue solo el comienzo de un proyecto que se prolongó durante 15 años, y que dio lugar a una exposición y un libro mítico publicado por Lunwerg, España oculta (1989), prologado por Julio Caro Baroja, traducido a más de 13 idiomas y hoy inencontrable, salvo que se esté dispuesto a pagar un precio prohibitivo.
La belleza de la vida como sucede
Aprovechando el 50 aniversario de aquella beca providencial que alumbró la vocación de una leyenda de la fotografía española, la Fundación Juan March, en colaboración con el Círculo de Bellas Artes, el Centro Cultural La Malagueta de la Diputación de Málaga y el IVAM de Valencia, ha hecho aflorar de nuevo esa España oculta con una reedición del libro y una exposición que recupera sus 152 fotografías que puede verse en Madrid hasta el 18 de agosto, antes de viajar en los próximos dos años a las diversas sedes de las instituciones participantes.
Además, este viernes tendrá lugar en el Cine Estudio del Círculo la proyección del documental Cristina García Rodero. La mirada oculta (2023). La realizadora Carlota Nelson convocó a la fotógrafa en la biblioteca de la Juan March para que leyera en voz alta la memoria final de su proyecto y la acompañó en uno de sus frecuentes viajes a la India. Uno de los países, junto a México o Haití, donde ha perfeccionado su modo de fotografiar, confundiéndose con la gente y retratando la belleza de la vida como sucede, sin manierismos y huyendo de la postal.
Ayer, García Rodero fue recibida en el Círculo de Bellas Artes como una auténtica estrella. Quizá junto a Isabel Muñoz es la fotógrafa española más importante. Premio Nacional de Fotografía, académica, primer nombre de nuestro país en ingresar en la agencia Magnum, resulta difícil asociar su presencia frágil y menuda con las poderosas fotografías que la rodean cuando posa para los medios en la Sala Picasso del Círculo. "Si ven que yo he sido capaz de hacerlas habrá mucha gente que diga, y por qué yo no", comenta minutos después en conversación con El Independiente.
En esta ocasión la fotógrafa ejerce también de comisaria y de editora del libro. "Ya no me da la gana que me toqueteen las fotos o les den un sentido que yo no quiero", reconoce. Lo ha hecho con la ayuda de su laboratorio de siempre, el del también fotógrafo Juan Manuel Castro Prieto.
En el camino
García Rodero recuerda los trenes nocturnos que cogía cada semana al salir de la facultad de Bellas Artes para ir a los pueblos de Andalucía o Galicia que había decidido visitar. Las estrechas e impracticables "carreteras asesinas" de entonces –como la que le costó la vida a Cecilia en 1976– y que ella recorrió incansable, primero en autobuses de línea y luego en su propio automóvil, cuando se sacó el carnet, ocho años después de comenzar el proyecto. Llevaba entonces en el maletero un colchón de gomaespuma para echarse a dormir cuando no encontraba otro sitio donde hacerlo. Sus hermanas se lo tiraban a la basura cuando volvía a casa porque aquello de pernoctar en el coche les parecía algo impropio de una señorita.
Ya era difícil aceptar que una joven menuda de 23 años anduviera sola por España entrando en los bares, "me miraban raro, sospechaban, me tomaban por todo", hablando con los hombres, preguntándoles por las fiestas de las que había leído previamente en los pocos libros disponibles que le servían de guía para su pesquisa, como el estudio sobre los carnavales de Caro Baroja, que acabaría escribiendo las palabras preliminares de España oculta. "Usted no sabe el valor de estas imágenes", le dijo el eminente lingüista y antropológo.
Sus grandes aliados eran las telefonistas, los secretarios municipales, los guardias civiles, comodines con quienes hablar para orientarse antes de llegar a un destino. Así, más allá de los recelos iniciales, fue encontrando una "España de puertas abiertas" que casi siempre le facilitó el trabajo y que todavía la recuerda y le regala rosquillas y chorizos cuando vuelve a visitarles. Es el caso de Rafael, el danzante azul de El Hito, en Cuenca, que en 1980 le cautivó por su alegría contagiosa y que con los años llegó a alcalde de su pueblo. Su foto es la que García Rodero eligió ayer como fondo para posar ante los medios.
Un proyecto contracorriente
Aquella beca de hace medio siglo le dio la fuerza y la confianza necesarias para elegir la fotografía en lugar de la pintura. "Fue el espaldarazo. Sentir que me habían escuchado, que me habían valorado, que entendían lo que yo proponía y tener dinero para realizarlo".
Entonces, salir a buscar aquella España en blanco y negro de costumbres remotas era ir contracorriente. A finales de los años 70 "era la España que se quería ocultar mientras se promovía la de la Movida", asegura. Ya avanzada la democracia, la cultura popular sería objeto de reivindicación por parte de las autonomías, y su trabajo, al principio incomprendido, comenzó a valorarse hasta convertirse en objeto de culto.
Antes de la despedida, le hablamos a García Rodero de esa coincidencia cronológica de su España oculta y del "Andar" de Cecilia. Se reconoce en el espíritu de la canción. "Lo importante, más que la meta, es el camino. Junto al camino profesional hay un camino humano, de amistad y descubrimiento… Y es el camino el que te enseña. Yo creo que por eso algo como el camino de Santiago es tan beneficioso para tanta gente. Porque es una aventura personal en la que no sabes lo que te vas a encontrar pero al final te encuentras a ti mismo. Lo de menos es ir a besar el santo. Lo más importante es que el santo te ayuda a hacer ese camino largo. Hay una meta, pero lo más importante es lo que te encuentras por el camino". El caso es andar.
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