Empezó con una carta a su editorial, él había participado en unas lecturas poéticas en la ciudad de Saint-Galla y ella le había escuchado atónita. Decidió escribirle pero no tenía su dirección así que lo hizo a la de Insel, sin mucha esperanza en que ellos se la remitirían. Pero lo hicieron y aquellas líneas, seis párrafos cortos, provocaron en Rainer Maria Rilke una intuición que le mantuvo en contacto con aquella joven hasta pocos días antes de su muerte.

Aquella chica era Anita Forrer y aunque en un primer momento quiso saber su opinión sobre unos poemas, acabaron hablando de su amor homosexual por otra mujer, de una Europa que iba derecha a perder libertades y de un mundo mejor del que tenían. Porque la reacción de Rilke ante sus versos fue la de decirle que se le daba mejor la prosa y pedirle que no se molestara por su crítica.

Ella no lo hizo. Al revés, encontró en su sinceridad una puerta para hablarle de otras cosas, para narrarle sus miedos, sus gustos, sus lecturas. Para convertirle en un maestro, ya que ella tenía apenas 19 años y él ya surcaba los cuarenta. Ahora, toda su correspondencia se recopila por primera vez en Cartas a una joven poeta (Editorial Errata Naturae) donde se pueden leer por primera vez en castellano gracias a la traducción de Manuel Cuesta Aguirre.

Las cartas comienzan el 2 de enero de 1920 y acaban el 24 de agosto de 1926, unos meses antes de la muerte del poeta. La confianza llegó enseguida y así se puede ver en una carta escrita menos de un mes más tarde de la primera en la que Anita le confiesa que ha tenido una relación homosexual y que un psiquiatra le ha dicho que está trastornada. "Nuestra amistad era asimétrica: ella era mi ideal, la que todo lo sabía. Nos queríamos mucho; nos queríamos de verdad. Entonces ocurrió algo que yo, ahora, no puedo dejar de considerar un gran transgresión", le escribe a Rilke.

Y él le contesta: "No hay menor ápice de culpa o fealdad en esto que usted lleva consigo. (...) Lo que dos personas quieran darse y permitirse entre ellas en su intimidad sigue siendo para siempre un misterio de su propio vínculo, y este último es indescriptible por definición".

"Un auténtico maestro de vida, abriendo horizontes espirituales insospechados, ofreciéndole iluminadoras lecciones sobre el amor y la libertad, y el necesario compromiso con el combate de su tiempo"

Estas palabras supusieron una liberación para la joven que desde entonces se sintió aún más libre. Además, a lo largo de ese tiempo, el poeta se convirtió para Anita en "un auténtico maestro de vida, abriendo horizontes espirituales insospechados, ofreciéndole iluminadoras lecciones sobre el amor y la libertad, el deseo y la poesía, el ocio y los negocios, la lucha por ser una misma y el necesario compromiso con el combate de su tiempo, es decir, otorgándole un nuevo sentido para su existencia", aseguran desde la editorial.

Y aunque a partir de los tres años, él quiere que tome sus propias decisiones y comenzó a contestarla mucho menos, la relación continúo hasta meses antes de su muerte. "Si me he mantenido en silencio ante muchas de sus noticias fue debido, en parte, a que no habría sabido decirle o aconsejarle nada nuevo y distinto de lo anterior", le dice en 1922 tras varios meses de silencio.

Y aunque se encuentran en alguna ocasión, aunque no en muchas, el último día que se ven es el 21 de agosto de 1926 en Bad Ragaz. Tras aquel encuentro, ella le escribe: "El momento que pasamos a solas me pareció forzado y me sentí un tanto incómoda. Era compresible: el 4 de octubre hará ya tres años desde nuestro anterior encuentro. No volvió a escribirme porque pensaba que yo me sublevaba interiormente contra usted. Rainer, qué error tan doloroso... cuando yo en Meilen hice acopio de toda mi energía para no comportarme como me habría resultado natural. Y lo hice, se lo aseguro, por consideración hacia su persona".

Él no vuelve a contestar y muere a finales de ese año. Pero la impronta que dejó en ella fue fortísima. Aunque se casa acaba manteniendo una relación con Anne Marie Schwarzenbach, la novelista suiza, que aunque termina en amistad ya da muestras de la libertad que había adquirido. También que cuando los alemanes ponen en peligro Europa, ella trabajó con la Cruz Roja Estadounidense y la Oficina de Servicios Estratégicos, haciendo de enlace para conseguir información y así poder ganar la guerra buscando ese "compromiso" del que le había hablado el poeta.

Pasó sus últimos años veraneando en el pueblo donde había crecido Schwarzenbach y encargándose de que su obra no se perdiese y viajando en descapotables poco comunes, llamando constantemente la atención. Murió con 96 años, más libre que en aquella primera carta de 1920 y con Rilke todavía guiando alguno de sus pasos.