Contaba Agustín de Foxá que la noche en que la CEDA ganó las elecciones generales, Gil-Robles se vio sobrepasado. No esperaba gobernar y a sus 35 años se sentía débil e indefenso ante la que se le venía encima, que -intuía- implicaría un enfrentamiento con la izquierda revolucionaria que dos años antes había impulsado la declaración de la segunda República. Visto el canguelo que afectaba al político conservador, uno de sus asesores le acercó un bocadillo de jamón y una cerveza y le dijo: “No se preocupe usted, don José María. Otra vez será”.

Hay veces que dan ganas de trasladar las condolencias a Alberto Núñez Feijóo por estar a la cabeza en la mayoría de las encuestas, dado que ese suceso parece que le roba la energía, como un día nublado o como una depresión de domingo por la tarde. Cuesta entender la apatía con la que Génova 13 ha encarado las últimas campañas electorales, en las que la izquierda ha desplegado una estrategia destinada a movilizar a su electorado, mientras la derecha se ha decantado por un perfil tan bajo que se hace necesario afinar el oído para escuchar sus mensajes.

Hay veces que dan ganas de trasladar las condolencias a Alberto Núñez Feijóo por estar a la cabeza en la mayoría de las encuestas, dado que ese suceso parece que le roba la energía

Es cierto que es difícil sobreponerse al ruido del adversario. El que controla desde la televisión pública hasta Prisa. El que noviea con Mediaset -la que pasó de Borja Prado a Cristina Garmendia-, se gusta en casa de los influencer más populares y dispone de una red de lobistas y asesores de estrategia y comunicación que son especialistas en persuasión y propaganda. Son mejores para movilizarse en la calle y para manejar a su conveniencia las emociones de la opinión pública. Y tienen muy claro lo que hay que hacer y quién es el enemigo. Por eso, han forzado el conflicto con Javier Milei para advertir sobre Vox; y por eso han manejado tan bien los tiempos con Palestina para zamparse a Sumar. Por eso, sacan a pasear a Franco cuando conviene y, a pocas horas de las elecciones, la fotografía de Marcial Dorado en un debate.

¿Qué hacen los asesores de campaña del PP mientras tanto? Pareciera que se meten en la cama cuando termina el informativo de Vicente Vallés tras una cena sin postre y una cabezada en el sillón.

Poco ruido y pocas nueces

Maneja ese partido unos códigos difíciles de interpretar, como si todo fuera fruto de la improvisación o de una estrategia que implica el caminar de puntillas para no movilizar a la izquierda, ni ofender a Vox (ni con Vox) ni agrandar las desconfianzas existentes dentro del partido. Ya de por sí resultó cuestionable que eligieran a Dolors Montserrat como candidata a las elecciones europeas. En un momento en el que los millones de españoles atacados por el Gobierno y sus satélites necesitan acicates para abandonar el pesimismo, Núñez Feijóo eligió a una candidata plana, sin capacidad de empatizar… Una líder a la que escondió en la manifestación del pasado domingo en Madrid. No habló. Sí lo hizo Fernando Savater. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué partido organiza una movilización durante la campaña y no ensaya un discurso para su cabeza de lista?

Maneja ese partido unos códigos difíciles de interpretar, como si todo fuera fruto de la improvisación o de una estrategia que implica el caminar de puntillas para no movilizar a la izquierda, ni ofender a Vox

Tampoco se entiende la mansedumbre de Génova 13 ante los ataques que sufre desde la izquierda. Los del propio presidente del Gobierno, que no pierde ocasión para situar a sus rivales en un terreno lodoso y para confinar a la primera fuerza de la oposición en el terreno de los ultras. Esa estrategia la utilizaron el PSOE y Más Madrid con Isabel Díaz Ayuso en las elecciones autonómicas de mayo de 2021. Sacaron a pasear balas y navajas, reventaron mítines, hablaron de trumpismo a la madrileña y llamaron loca a la lideresa hasta extremos que hubieran provocado que cualquiera se hubiera creído ese estado mental.

La respuesta de Ayuso fue acertada. Utilizó la campaña para hablar en positivo. Frente al ruido imperante, frente la antipatía y frente la furia de Pablo Iglesias, ella se empeñó en vender las bondades de ser de Madrid. Es decir, de la ciudad atacada a cada rato por toda esa pléyade de partidos que han apoyado al PSOE en los últimos años. Los que aseguraron que los capitalinos habían esparcido el virus por España y los que les culpan de pagar pocos impuestos, de expoliar la riqueza del resto de los territorios o de ensuciar sus playas. 

Sin mensajes en positivo

¿Por qué funcionó eso entonces? Porque los asesores de la presidenta supieron capitalizar el malestar. Es cierto que Núñez Feijóo logró 8,1 millones de votos, lo que equivale al 33% de los sufragios. Lo que sucede es que faltaron mensajes positivos, que, sin duda, hubieran ayudado a neutralizar el voto del miedo a la ‘ultraderecha’ que avivó el sanchismo, que avanza en su conquista de las instituciones del Estado con un cesarismo atroz mientras señala los defectos del contrario.

Debería Núñez Feijóo reivindicar Europa como escudo defensivo para España frente a los ataques a los jueces, a la prensa y a la oposición que ha impulsado el Gobierno en las últimas semanas. A partir de ahí, situar al PP como una fuerza regeneradora…, como un partido que no está moribundo, que es lo que transmite. No vale con avivar el antisanchismo o con recurrir a los periodistas panfletarios, de prosa barroca y argumentación desabrida -o incluso ideas paranoicas- para intentar influir. También hay que aplicar la vacuna y proponer una receta consistente contra él. Rechazar con contundencia los mensajes que le sitúan en el extremo y advertir de que, en realidad, frente a la deriva populista y zapaterista del PSOE, y frente a Koldos, Ábalos y Begoñas, hay un partido que propone algo responsable. Serio y calmado, aunque rotundo. Y con ganas.

Porque..., ¿dónde andarán las ganas? En Génova 13, hace unos cuantos años que no están. Al revés, parece que allí gobiernan la pereza y las desconfianzas internas.